SANTAELLA EN EL SIGLO XVIII
Los textos a continuación son el contenido de la conferencia del mismo título que don Antonio Rivilla Granados pronunció en el Círculo de Labradores de Santaella
en mayo de 1986, dentro del ciclo 'Estudios históricos de una villa cordobesa'.
La historia de España en el siglo XVIII está enmarcada entre dos guerras de carácter internacional -y en cierto modo civiles-: la guerra de Sucesión y la guerra de la Independencia. Entre ambas, grandes cambios van a producirse en nuestro país: España deja de ser potencia hegemónica en Europa, pero sigue siendo potencia mundial. En política interior la nueva dinastía acentuará el centralismo y reforzará el poder absoluto de la monarquía. Un espíritu reformista e ilustrado animará a los gobiernos -especialmente durante el reinado de Carlos III- al tiempo que los sectores tradicionales de la sociedad española opondrán una seria resistencia a las reformas.
Aunque las grandes reformas en Andalucía se centran en las nuevas poblaciones de Carlos III, el reformismo llega de la mano del centralismo a todos los lugares, entre ellos a la villa de Santaella. Era entonces al comenzar el siglo, un señorío jurisdiccional, un marquesado del reino de Córdoba, que con algo más de un centenar de vecinos salía maltrecha de la crisis del siglo XVII.
La parcela de historia de la que vamos a ocuparnos comprende los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III. En ella pueden señalarse dos períodos bien definidos, uno de guerra y otro de paz. En el primero Santaella va a contribuir a favor de la causa de Felipe V con importantes recursos humanos y económicos. Terminada la guerra se inicia una etapa de paz y de prosperidad, que alcanza su plenitud en los decenios centrales del siglo. Es precisamente entonces cuando se construye en Santaella la Casa de Columnas y el nuevo Santuario del Valle.
LA GUERRA DE SUCESIÓN
Inauguraba España el siglo XVIII con una dinastía francesa y una guerra de Sucesión. Carlos II hizo testamento a favor de Felipe de Anjou tratando de evitar una guerra y una desmembración de la monarquía. Pero la guerra -y también la desmembración- fue inevitable.
A finales de 1700, muerto el último rey de la casa de Austria, las ciudades de Andalucía celebran casi a la vez exequias por el rey difunto y la ceremonia de alzar pendones por el nuevo rey sin que se produjera ningún incidente. En el reino de Córdoba, como en toda Castilla, la resolución del pleito sucesorio se acogió, si no con entusiasmo, al menos con esperanza. No se recoge en las actas capitulares del ayuntamiento de Santaella referencia alguna al cambio de dinastía, ni actos en memoria del difunto Carlos II ni de acatamiento de Felipe V. Cambio esperado y por muchos deseado con la esperanza de un salvador del país, la ausencia de tales referencias puede ser reflejo de la apatía general y de la debilidad en particular de la monarquía que agonizaba. Sorprende sin embargo —y ello puede ser todo un signo del cambio que supuso la entronización del rey Borbón— cómo el Cabildo, ante la noticia de la muerte de Luís XIV, abuelo del rey que apenas acaba de sentarse en el trono español, acuerda "que por término de nueve días que corren desde hoy hayga (sic) doble general en todas las iglesias de esta villa y en el último se hagan honras con la pompa y aparato que corresponde y dé de sí el estilo de esta villa en semejantes casos".
La guerra de Sucesión se inicia con la formación de la Gran Alianza de La Haya en 1701, que apoyaba al archiduque Carlos frente a Felipe de Anjou. Al incorporarse Portugal, los aliados iban a contar con una base terrestre para invadir España y el puerto de Lisboa como base marítima de la escuadra aliada. La proximidad de Andalucía haría que en ésta tuvieran lugar las primeras operaciones militares.
En efecto, en el verano de 1702 la escuadra angloholandesa hace acto de presencia en la bahía gaditana. Se trataba de una demostración de fuerza, intentando atraerse a los andaluces al bando austríaco. No lo consiguieron, pues ya habían reconocido a Felipe V. Algunos desmanes cometidos y el recelo de que se produjese una agresión en toda regla en la desprotegida costa andaluza, movilizaron las milicias que acudieron de ciudades y pueblos. Las actas capitulares de Sevilla, Córdoba, Jerez y otras ciudades demuestran que Andalucía se volcó en defensa del litoral amenazado.
No ocurrió así en Santaella, pues en tales circunstancias no acude nadie que sepamos, ni del estado noble ni del general. En ese verano (1702), el corregidor de la ciudad de Córdoba pide en nombre de Su Majestad se manden los soldados para las milicias. Reunido el Cabildo, acuerda citar "a todos los vecinos que puedan servir acudan mañana cuatro del corriente a las Casas Capitulares desde las diez de la
mañana hasta la una de la tarde y desde las tres de la tarde hasta la campana de oración para el que voluntariamente quiera sentar plaza...". El Cabildo estaría a las horas señaladas. Pero no acude ningún voluntario (¿faenas agrícolas, acostumbrados a la debilidad del reinado de Carlos II?) y en sesión que se celebra cuatro días después el Cabildo decide hacer vecindario "para conocer los vecinos que hay en esta villa y esto ejecutado se sortee en los que así les tocare, exceptuándose de dicho sorteo los que por dicha real cédula se expresa".
Pero pronto iba a convertirse Santaella en lugar de tránsito y avituallamiento de las tropas que se dirigen hacia el Sur. A finales de año pasan dos compañías procedentes de Córdoba y Jaén en dirección a Jerez. Va a iniciarse la sangría de la ayuda a las milicias: se hace libramiento de 145 reales "para el mantenimiento de medio día y una noche... que se gastó en pan, vino y carne", y del dinero de propios se pagan también 275 reales "para comprar cebada para los caballos de los soldados que están alojados en esta villa y para el pan de munición".
Tras la sorpresa de las primeras operaciones bélicas, el año de 1703 transcurre en tensa espera en Andalucía. La guerra se desarrolla fuera, pero los aprestos militares son incesantes. En Santaella se alojan soldados de caballería y hay que hacer prevención de cebada para sus caballos. Estos milicianos conviven con la población, hasta tal punto que el Concejo tiene que llamarles la atención para que "anden en cuerpo y hábito militar de soldado para que así se reconozca". Los reclutamientos entre tanto continúan, y cada vez más rigurosos. Las órdenes que se reciben en marzo mandan que se sortee de cada cien vecinos uno, recayendo la suerte en uno de los trece que figuraban en la relación. En junio del mismo año se ordena que se sortee un mozo de cada diez, siendo en esta ocasión tres los que han de marchar a la milicia.
Pero cuando las órdenes van a ser más imperiosas sería a partir de 1704. Nadie se atreverá a desobedecerlas, pues ya no era el débil reinado de Carlos II. La situación en este año va a ser crítica. A primeros de mayo el pretendiente austríaco desembarca en Lisboa, en agosto el almirante Rooke toma Gibraltar y en octubre el archiduque Carlos instala su corte en Barcelona. Una de estas órdenes (fechada en 1 de febrero de 1704) dispone la creación de cien batallones de 500 hombres de los cuales se reclutaban 28 en Andalucía. Recogida impresa en los libros capitulares del ayuntamiento de Santaella, en ella se dan las normas para el reclutamiento: "se escogerán soldados entre todos los que fueren ciudadanos y vecinos de cualquier vacación que sea o estado que tenga... hasta que el número de soldados de su partido y provincia está completo... los mancebos de edad de veinte años serán los primeros que tengan la obligación de marchar y después de ellos los hombres casados que no tuvieren empleo". Se conceden privilegios (no ser ejecutado por deudas, traer espada de dos filos etc.). Se exceptúan los hidalgos "por servir los puestos de jefes y la obligación de acudir a los llamamientos con armas y caballos", los labradores de dos arados, los padres de cuatro hijos, los estudiantes matriculados en la universidad, criados de caballeros, inquisidores, notarios, un maestro de escuela por cada pueblo... Otras reales órdenes mandan "que los soldados desertores se prendan y ejecuten en ellos la pena de galeras y otras que Su Majestad manda" y que "los que amparasen o refugiaren o tuvieren ocultos algunos soldados sin dar cuenta de ellos, pena de la vida de las personas que lo hicieren".
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En aplicación de tales medidas, el corregidor de la ciudad de Córdoba comunica el número de soldados (cinco) que corresponde a Santaella Los sorteos se repiten, siendo cada vez más impopulares. Las deserciones son frecuentes y para evitarlas hay que custodiar en la cárcel a aquellos que, por suerte, les toca servir en los ejércitos. Asi, el Cabildo "acordó y dijo que por cuanto se hallan asegurados en la cárcel pública las personas a quienes tocó la suerte de la quinta que Su Majestad mandó ejecutar, que son catorce y son pobres y no tener con qué alimentarse si no es con su mero trabajo... se les dé cada día un pan de libra y un real de vellón".
En 1706 la causa del austríaco Carlos III parecía triunfante. Dominaba una ancha faja central que cruzaba la Península desde Barcelona a Badajoz. Pero el pueblo había elegido ya a su rey y con pequeños sabotajes o guerrillas hacía la vida imposible a las tropas aliadas. En ocasiones se elevaban plegarias a los santos patronos para que intercediesen por Felipe V. En tales circunstancias el pueblo de Santaella demuestra claramente estar de parte del Borbón pues, además de los continuos recursos humanos y económicos que no deja de aportar, acude a Nuestra Señora del Valle para que consiga la victoria final. En el acta capitular de 21 de marzo de 1706 puede leerse: "El Cabildo acordó que por cuanto ha llegado a su noticia el que Su Majestad que Dios le guarde ha salido a campaña para oponerse a sus enemigos y de nuestra santa fe y deseando que Su Majestad logre feliz viaje, acierto en sus operaciones y que consiga triunfar de los referidos, y para que esto se consiga se determinó hacer fiesta a Nuestra Señora del Valle... que para ello se ha transportado a la iglesia parroquial de esta villa, saliendo de ella en procesión con San Francisco de Paula nuestro patrón... se celebre la fiesta con la mayor solemnidad y fausto que permite la cortedad de esta villa, con sermón...".
La situación es difícil para Santaella, que ni siquiera puede completar la asignación de milicianos. En una ocasión, para poder disponer de los siete soldados que se le piden, se incluye voluntario un tal Fernando Jemes, que ya había servido anteriormente como sargento. Esta situación se refleja en las sesiones del Cabildo, que acaba nombrando un diputado de guerra "para las urgencias de guerra que se ofrecen diariamente en esta villa y socorro de los soldados que en ella hay" (12).
La batalla de Almansa en abril de 1707 pareció decidir la suerte a favor de los Borbones. A partir de entonces ya no hubo amenaza directa sobre Andalucía; pero ello no significaba que ciudades, villas y lugares pusiesen fin al esfuerzo de guerra. Más bien aumentaron las calamidades, pues al continuo suministro de hombres, víveres y dinero vinieron a sumarse las calamidades producidas por el hambre, el frío excepcional y las epidemias de 1708-1710. En abril de 1709 se hace notoria "la necesidad que se está padeciendo en esta villa por no hallarse en ella y su término trigo alguno por ningún dinero y ser preciso darles pan a los vecinos y labradores para mantener su gente". Ni siquiera en el pósito hay suficiente. Y "estando celebrando este cabildo -dice el acta- llegó a él D. Alonso Fernández Alcaide (el mismo que hiciera a su costa la portada de entrada al patio de la ermita del Valle)... y ofreció en él dar del trigo que le quedaba cien fanegas para abasto de sus vecinos para socorrer esta presente necesidad".
En los años siguientes las actas capitulares reflejan el esfuerzo humano y económico que hace Santaella. Los sorteos de mozos, alojamiento y refresco a los soldados, paja y verde para la caballería y repartos por vecinos de distintas cantidades de reales para el mantenimiento del ejército se repiten a lo largo de las sesiones. Difícil fue la situación del año 1710 para la causa borbónica (el archiduque había entrado por segunda vez en Madrid) y para los santaellanos (calamidades y sus secuelas). Entre los socorros de este año figuran "tres caballos en pelo por no poder hacer mayor ofrecimiento" y "cien fanegas de trigo para defender las Andalucías", que se acuerdan dar en cabildo abierto. Por fin los capitulares muestran su satisfacción cuando se recibe "una vereda haciendo saber el tratado de la suspensión de armas por cuatro meses así por tierra como por mar". La muerte del emperador de Austria en 1711 y la subida al trono e imperio austríaco del archiduque Carlos precipitó el fin de la guerra. En 1713 se firma la paz de Utrecht.
La guerra había terminado. Algunos militares se reincorporan a la vida civil, como el capitán de caballería y regidor perpetuo en Marbella D. Tomás Domínguez de Godoy que solicita "ser vecino de esta villa —la de Santaella— como lo fueron sus accedientes (sic)" y el Cabildo "dijo que lo admitía y lo admitió". Los alistamientos de soldados continuaron para otras empresas fuera de España; pero levas y quintas, aunque impopulares, afectaban ahora a contingentes más reducidos. Las ordenanzas militares se mantienen inflexibles, llegando incluso una vez terminada la guerra a buscar a los desertores, como a Pedro Ruiz, uno de los seis mozos hábiles del sorteo de 1711 y que había ^desertado en Badajoz con "vestido, armas y todo lo demás de munición". En aplicación de real orden sobre reclutamiento de vagos, son conducidos a Córdoba —junto con los soldados que les correspondía por quinta ordinaria— a cinco vagabundos "como personas poco útiles y viciosas".
Los hombres de Santaella y los recursos de su campiña habían contribuido grandemente al triunfo de Felipe V. Pero a partir de ahora la guerra queda lejos y sólo se sabe de ella por los veteranos que regresan y por alguna que otra gaceta que llega a la villa. Va a iniciarse una etapa de paz y de prosperidad, acreditada en el aumento de población y de riqueza, por la actividad constructora (casa del Pósito, sagrario de la iglesia parroquial, ermita del Valle) y por el ambiente de alegría vital que se refleja en los festejos populares.
LA PAZ DE FELIPE
En la paz, las preocupaciones en Santaella, como en otros pueblos andaluces, van a girar en torno a las vicisitudes de la vida corriente, que en una sociedad de base agrícola se refieren, sobre todo, a las alteraciones climáticas y al estado de las cosechas. Lo que no sea el campo apenas interesa ni se refleja en las actas capitulares. Así, no se hace referencia alguna al terremoto de primero de noviembre de 1755, conocido por terremoto de Lisboa, aunque por su intensidad - 7 en escala Richter - sobrecogiera los espíritus de los santaellanos, derribara el campanario de la torre y dejara su huella en otras partes de la iglesia parroquial. Sólo en las cuentas de obra de la iglesia se dice que también se dejó sentir el terremoto en Santaella.
La nueva etapa de la historia de la villa está repleta de hechos de la vida cotidiana. No hay grandes acontecimientos en el sentido estrictamente histórico. El campo y la administración municipal - y ésta casi siempre en íntima unión con aquél - son los asuntos prioritarios. Las elecciones municipales, relaciones con el marqués, arrendamiento de las tierras de propios, préstamos de trigo del pósito, arreglo de calles y fuentes públicas, libramientos y cuentas, participación en las fiestas de la Candelaria y San Francisco (cera), domingo de Ramos (palmas) y Corpus (limpieza de calles y prevención de juncia), etc. son los temas que van a ocupar ahora a los señores del Cabildo. Y, aunque puedan parecer insignificantes, a algunos de ellos hemos de referirnos, pues forman parte del pasado de la villa de Santaella.
La sequía y las malas cosechas quedan recogidas por una u otra circunstancia. Más raro es, como suele ocurrir frecuentemente, que se haga alusión a los años de vacas gordas. Ya decíamos de la situación de hambre en 1709. El de 1718 es un año de sequía. La falta de lluvias llega hasta el mes de marzo. Ante la previsible calamidad y como en semejantes ocasiones, se trae de su ermita a la iglesia parroquial a Nuestra Señora del Valle "para hacerle novenario de fiesta con sermones y rogativas porque Su Majestad interceda con su Hijo Santísimo, nos conceda a todos los católicos cristianos el beneficio del agua por la necesidad que de ella tienen los campos y sembrados en la presente ocasión". El Concejo, por su parte, acordó "que el último día de dicho novenario se haga una fiesta... a dicha santa imagen con sermón, misa cantada y demás requisitos correspondientes".
El verano de 1734 se presentó malo, con una "cosecha muy escasa... que los labradores no han cogido el trigo necesario para su manutención y siembra" y, llegado el plazo para pagar al pósito (que se fija el 25 de julio, ya pasado), los deudores "la mayor parte responden no tener trigo ni lo hallan donde comprarlo para hacer el pago". La preocupación del Cabildo es que con el trigo de esta cosecha y el que queda del año anterior no hay el suficiente para el abastecimiento de la villa y siembra del próximo otoño.
Difícil fue también el año de 1751. El hambre y las enfermedades hacen mella en la población. El rey concede "la asignación de 450 reales en cada mes hasta la cosecha del próximo año sobre los efectos reales de esta villa para ayuda a el alivio de la necesidad de los pobres" y se autoriza "se saquen 120 fanegas de trigo de los pósitos para su distribución y darlas de limosna a los pobres a prorrata en los cinco meses que quedan hasta la cosecha". La muerte debió causar estragos, pues a final de año se trata en cabildo una real orden por la que se mandaba "se cele sobre las personas que han adolecido y muerto por enfermedades éthicas y tísicas y otras contagiosas y se haga quema de sus ropas para conservar la salud".
El año de 1753 se inicia con el fantasma de la pertinaz sequía. En la primera sesión que celebra el Cabildo se hace constar la "notoria calamidad por falta de lluvia..., motivo por el que no se ha podido hacer la mayor parte de sementeras y por consiguiente se padece mucho detrimento de la salud pública". Se acude a San Francisco de Paula para que interceda ante la divina providencia, acordando "se le diga y cante con toda solemnidad una misa en su altar y capilla en la iglesia parroquial" el día de la adoración de los Reyes Magos. En esta ocasión el santo patrono escuchó las súplicas de los santaellanos y el año terminó siendo bueno. Cuando en julio de ese año se comunica al Ayuntamiento que se puede acudir por trigo a los almacenes de Ecija, se contesta que en Santaella existe suficiente trigo para la manutención de sus vecinos y que el de Ecija es de peor calidad.
La cosecha de 1754 fue ya buena y el Cabildo acordó comprar trigo para el pósito ahora que está más barato. Buena fue también la de 1755. Pero en los años sucesivos aparece un nuevo peligro, el de la langosta. Se siguen las reales instrucciones para extinguirla y se ponen en práctica las medidas pertinentes: "luego que la tierra esté suficientemente mojada y capaz de romperse con los arados se aren y rompan de dos rejas con sus surcos unidos y sus orejeras bajas" y "en los montes bajos donde no pueda hacerse se aplicará el ganado de cerda". La intervención santa en esta ocasión viene de fuera. Se tiene noticia por el corregidor de Córdoba de que en esta ciudad ha estado la cabeza de San Gregorio Ostiense y se ha bendecido "agua pasada por dicha sagrada reliquia para con ella bendecir los campos donde se padece plaga de langosta" y se acuerda "se envíe sin tardanza por alguna... y con ella bendecir los campos en que hubiera aobado (sic)".
Para un pueblo eminentemente agrícola el trigo es la vida, y hay que luchar contra todos los elementos que perjudiquen las cosechas. Hasta los pobres gorriones van a sufrir persecución. Con la primavera se rompe bando cada año para que cada vecino coja una docena de pájaros, que causan daño a las sementeras, y los presente en el ayuntamiento. La pena para el que no lo cumpla suele ser de doce reales (uno por gorrión), llegando a agravarse con tres días de cárcel.
La historia en este remanso de paz es fundamentalmente la vida del campo. Pero en ocasiones los hechos se salen fuera de lo normal. Tal ocurre con el paso o la presencia de la realeza en estos términos.
En el verano de 1730 se recibe un despacho del alcalde mayor de Aguilar transmitiendo orden de D. José Patino, Secretario del Despacho Universal, en el que comunicaba que Felipe V, en viaje a la villa de Cassalla, se hospedaría en Aguilar. En su escrito el alcalde mayor pide a Santaella que le ayude con "quince camas decentes con lo que corresponde de ropas, catres, ciento y cincuenta fanegas de cebada, ciento y cincuenta pares de pollos, cuatro terneras, doce carneros y veinte jamones... y assí mismo para que se aderezase y compusiese el camino que viene desde dicha villa de Aguilar por el término de ésta —Santaella— en derechura para la ciudad de Ecija, que es el que pasa por la venta del Buey Prieto hasta llegar a las huertas que llaman de la Boca del Salado para que Sus Majestades pasen con toda seguridad" . A la comitiva real sigue la de los infantes. Desde Aguilar, el corregidor de la ciudad de Córdoba envía carta orden en la que "se da cuenta a este Concejo cómo los serenísimos señores infantes con la comitiva que les sigue en el día de mañana han de hacer en esta villa —Santaella— tránsito a el medio día y para que este Concejo esté prevenido asín (sic) en lo que toca a casas principales para hospedar a Sus Altezas como en los bastimentos necesarios y la composición de los caminos para que no haya en ellos riesgo alguno. Y vista dicha carta orden... la obedecieron con el acatamiento debido por merecer esta villa el que Sus Altezas se haya dignado el honrarla en el tránsito que han de hacer en ella".
En octubre de 1731 será el infante D. Carlos (futuro rey Carlos III) quien pase por La Rambla. Se pide igualmente ayuda económica y arreglo de los caminos. En mayo de 1733 sería Felipe V quien, de paso para el Real Sitio de Aranjuez, se hospede en La Rambla. La relación de enseres y alimentos que se piden como ayuda a Santaella da idea de la numerosa comitiva que le acompañaba. La siguen los infantes por el camino que va de la Puente de Don Gonzalo a La Rambla. En esta ocasión el Concejo acuerda "salir a recevir a Sus Altezas y compañarles en el tránsito de este término".
Rompe igualmente la monotonía de la vida municipal la visita del obispo o del marqués. La actividad municipal y la recuperación de la jurisdicción.
Santaella era, al comenzar el siglo, una villa del reino de Córdoba que a mediados del siglo XVII se había visto obligada por la mala situación económica a vender su jurisdicción y darse en vasallaje. Por escritura otorgada en Santaella el 29 de marzo de 1648 —y confirmada por Felipe IV por ejecutoria dada en Madrid en 18 de julio de 1649 - pasó a D. Diego de Aguayo y Godoy, que sería el primer marqués de Santaella. El marquesado terminaría en 1718, año en que muere su titular, nieto del anterior. En 1733 la villa recupera su jurisdicción siendo sin duda éste uno de los hechos más notables y significativos de este período.
Era a la sazón marqués de Santaella D. Diego Nicolás de Aguayo, quien también se apellida Manrique, Galindo, Godoy, Venegas, Carrillo, Córdoba, Bocanegra y Beamonte y se titula señor de la Villaverde, Cañadas de Cullar y Galapagares del Chiquero y de la casa y fortaleza de los Aguayos. No se trataba de un señorío territorial (el marqués no era propietario de las tierras de la villa, aunque poseyera alguna finca en su término), sino jurisdiccional, por lo que el señor tenía derecho anombrar o confirmar las autoridades municipales y de administración de justicia.
Santaella era, pues, un municipio de señorío, con las características básicas del municipio castellano. El regimiento o cabildo estaba compuesto por un número variable de regidores (en Andalucía es corriente que sean 24, llamados caballeros veinticuatros), tres en Santaella. Estos, con el corregidor, reúnen todo el poder constituyendo las directrices de la vida municipal. Pero es el corregidor, desde los Reyes Católicos, la figura principal, representante del monarca, que controla la entidad formada por una ciudad y sus aldeas, aunque a veces son varias las ciudades abarcadas. Si el corregidor no es letrado necesita el asesoramiento de dos alcaldes mayores, uno para lo civil y otro para lo criminal. En los municipios de señorío el Concejo es semejante a los de realengo y presenta al señor las personas que han de desempeñar los oficios (incluso el de alcalde ordinario) para que los conforme y elija. El señor es considerado como corregidor perpetuo de los pueblos.
La jurisdicción que ostentaba el marqués de Santaella comprendía, en un principio "la facultad de nombrar alcalde y alguacil mayores, guardas de campo y aprobar las demás elecciones de los demás oficiales de justicia y villa que por ésta se hacían. Después compró el oficio de executor y derechos de penas de cámara y bienes mostrencos, un oficio de escribanía pública y otro de rentas". Nombra también al corregidor y su lugarteniente, nombramientos estos últimos que, como el de alguacil mayor, lo son por tres años.
Cada año —con excepciones como ocurre durante la guerra de Sucesión— y hasta la muerte del último marqués, el Cabildo realiza elecciones de "oficios de justicia y demás oficiales para el gobierno del Concejo". Previamente se hacen las "matrículas" de individuos por ambos estados (6 del estado noble, 14 del general). Luego, relación con dobles nombres de las personas designadas para los diferentes oficios que se envía al marqués para que elija y apruebe. De esta manera son nombrados: un alcalde ordinario por el estado noble, un alcalde ordinario por el estado general, un alcalde de Hermandad por el estado noble, un alcalde de Hermandad por el estado general, un alguacil mayor de la Hermandad (un año del estado noble, otro del general), tres regidores, un mayordomo de propios, un mayordomo de pósitos, dos procuradores, un fiel de la jurisdicción real, dos apreciadores de heredades y daños, dos fieles de rayas. Las elecciones se realizan todos los años, sin que aparezca ningún problema, ni en la elección propiamente dicha ni en la designación por el marqués.
Las relaciones de la villa de Santaella con su marqués fueron de leal vasallaje, guardándole "aquella reberencia (sic), acatamiento y obediencia que vasallos y subditos deben y son obligados a hacer guardar y mantener a su señor y obedezcan y besen la mano".
El titular del marquesado no tiene más relaciones que las dichas con la villa de su jurisdicción. Habitualmente reside en Córdoba. En 1716 asiste a un cabildo para recordar que por privilegio del rey Felipe IV se concedió "este señorío y vasallaje de esta dicha villa, su término y jurisdicción y diezmerías a el señor don Diego de Aguayo, abuelo de Su Señoría". En estas relaciones de vasallaje y acatamiento habría que incluir la carta que se le envía por Navidades "deseando las tenga muy felices Su Señoría como esta villa le desea". Cuando regresa de la villa y corte de Madrid "a sus casas de habitación que está en la ciudad de Córdoba ...se nombran diputados que pasen a dicha ciudad a darle la bienvenida". Es costumbre además el enviarle regalos por Pascuas de Resurrección y de Navidad (8 pavos, 6-10 carneros).
En términos generales, Santaella vivió una etapa de paz y prosperidad durante el marquesado, "con cuyo régimen y prudente administración se ha podido recobrar la villa y aumentar su vecindad". No fue en cambio buena la administración de su hacienda particular. Ya en 1700 los títulos de escribano, alguacil mayor y guarda mayor del término son despachados por el corregidor de Córdoba D. Francisco Matanza "como juez particular privativo del concurso de acreedores formado a los bienes del señor don Diego de Aguayo y Manrique", marqués de Santaella. A su muerte en 1718 se sacarán a subasta todos sus bienes, incluida la jurisdicción, para poder,pagar a los acreedores.
Casi nada sabemos de la lucha soterrada y velada casi siempre mantenida por el municipio contra el titular del señorío. Pero lo que sí podemos afirmar es que el pueblo de Santaella —o al menos su oligarquía municipal— lucha a lo largo del siglo por desligarse de todo vínculo señorial. Así, para redimir el censo de 2.000 ducados de principal que la villa tenía a favor del conde de Aguilar, se citan en las Casas Capitulares a todos los labradores para que arrienden las tierras de las Islas del río Monturque, que eran bienes de propios, y con el valor de las rentas y algo de dinero que tiene el municipio liberarse de dicho censo. Se arrendaron, puesto que se trataba de "un fin tan bueno y bien común de todos".
Pero cuando de manera rápida y eficaz van a movilizarse los munícipes será a la muerte del marqués, en 1718. Todo lo que hace el ayuntamiento en memoria de su señor es dar doce ducados de limosna al convento de San Francisco de Paula de la Puente de Don Gonzalo "por la asistencia que hizo la comunidad en las honras que se hicieron al marqués" de Santaella. Lo que más importa ahora al Concejo es la subasta de los bienes del difunto, entre los que figuraba la jurisdicción y señorío.
Muerto el marqués, las elecciones municipales (que transcurren hasta seis años sin hacer) se envían para su aprobación a la Real Chancillería de Granada, la que también concede los títulos para los cargos y oficios que eran facultativos del difunto señor. En este sentido no faltaron roces por cuestión de competencias entre la Chancillería y el alcalde mayor de la ciudad de Córdoba. Pero la actividad municipal se centra en la recuperación de la jurisdicción.
El Cabildo se apresta a nombrar cuatro diputados para que se encarguen de tan vital asunto. Uno de éstos es D. Miguel Vicente Alcaide y Lorite, presbítero e hidalgo. El alcalde mayor de Córdoba remató la subasta del señorío de Santaella en D. José Diez de Tejada, vecino de Antequera, capitán de infantería y regidor perpetuo de dicha ciudad, en detrimento del derecho de tanteo que alegaba Santaella. Fundamentaba este derecho en que la villa se había sometido por propia voluntad al primer marqués y no tenía por qué someterse a otro señor diferente. Contaba de su parte con la política centralista de la nueva monarquía, que no era favorable al régimen de señoríos. El pleito llegaría a la Real Chancillería de Granada.
El valor del remate en el de Antequera fue de 84.000 reales, cantidad que el Concejo buscó "en empréstito de personas patricias ...y que luego que fuesen cumplidos los plazos pagaría de sus caudales", y que Alcaide y Lorite había depositado ante la justicia de la ciudad de Córdoba. Por fin, en octubre de 1733, "esta villa ha tenido por medio de su agente que tiene en la villa y corte de Madrid la gozosa noticia de haber ganado el pleito que tenía pendiente con D. Joseph Diez de Tejada sobre el retracto de la jurisdicción, señorío y vasallaje de ella, la que ha sido y es de mucho júbilo para este Concejo". Por real ejecutoria de 14 de mayo de 1734 se ordena al juez del concurso de bienes de D. Diego Manrique de Aguayo se otorgue escritura de venta a favor de la villa de Santaella de la jurisdicción y oficios a ella anejos. En fecha 20 de diciembre de 1734 se otorga en Córdoba la correspondiente escritura.
El día 11 de enero de 1735 el alcalde mayor de la ciudad de Córdoba se traslada a Santaella para entregar la escritura y dar posesión al Concejo de la jurisdicción. Los actos que a continuación se celebran quedan recogidos en el testimonio del escribano del rey que transcribrimos a continuación:
"La dicha villa y su Concejo salió formado de sus Casas Capitulares con dicho señor alcalde mayor de la ciudad de Córdoba a la dicha plaza pública... en la que estaba la mayor parte del pueblo de ombres, mugeres y niños, vitoreando al Rey Nuestro Señor Don Phelipe Quinto (que Dios guarde) y a la villa, quemando muchos fuegos y derramando monedas; en cuia forma se fue a la iglesia mayor desta dicha villa en donde estaba el clero de ella en su puerta principal a recevir a dicho Concejo, y aviendo entrado en la dicha iglesia mayor se manifestó a Nuestro Señor Sacramentado, se cantó el Te Deum laudamus con continuo repique de campanas, órgano y fuegos y encerrado Su Majestad, al salir de dicha iglesia mayor la villa se derramaron de su orden desde el órgano mucha porción de monedas y repitiendo los vítores y aclamaciones, en cuia forma bolvió a sus Casas Capitulares en la que tomó sus asientos"
El esfuerzo realizado para recuperar la jurisdicción justifica tales manifestaciones de júbilo. Y no puede extrañar que cuando en 1752 se haga el Catastro de Ensenada, los interrogados puedan responder, con orgullo sin duda, que Santaella "es villa de jurisdicción por sí y sobre sí".
Se inicia una nueva etapa de la vida municipal. Al ser la jurisdicción propiedad de la villa, nombra a partir de entonces "por sí los alcaldes por ambos estados, guardas de campo, alguacil mayor y os demás oficiales de justicia y ayuntamiento, siguiendo en todo la facultad primitiva de su eximisión sin que por razón de señorío perciba ni cobre de su común derechos algunos".
POBLACIÓN Y SOCIEDAD
En el siglo XVIII, siglo de la Ilustración, surge un gran interés por los problemas de la población. La documentación básica para su estudio es la aportada por los censos oficiales y los registros parroquiales de matrimonios, bautismos y defunciones, así como los padrones que llevaban los párrocos para vigilar el cumplimiento de la obligación pascual, en los que figuraban los feligreses de más de siete anos (a los que se añade para el cálculo un 22%)
De los censos correspondientes a este período, el que tiene grandes garantías de veracidad es el contenido en el Catastro de Ensenada, cuyas cifras se refieren a 1752. Este censo, de extraño desglose por su finalidad fiscal, permite tener un conocimento bastante exacto de la población de Santaella, aunque no coincidan las afras que aparecen en las respuestas generales y las que figuran en los documentos de base o libros maestros. En el interrogatorio general, que se hace después de tomar juramento a los interrogados, se dice que son 315 los vecinos seglares "con inclusión de los moradores de los pagos de Viñas Viejas o Guijarrosa y huertas que nombran de "a Voca del Salado". En la relación de familias seglares se constatan 380. Contabilizadas éstas por individuos y sumados los componentes de otras doce familias eclesiásticas resulta una población total de 1.432 habitantes.
Menos fiables son los censos anteriores por vecinos, las referencias documentables y los cálculos que puedan hacerse a partir de las cuentas (repartos por vecinos), ya que, amén de la ocultación debida al carácter fiscal de estos recuentos (se calcula en más del 20%), habría que traducir el número de vecinos en individuos. Para ello se aplica el coeficiente 1:4-4,5 para núcleos urbanos y ligeramente superior para los rurales (las casas de solteros y viudas solían contarse por medio vecino).
Lo que es más cierto es que la población de Santaella a lo largo del siglo XVIII aumentó progresivamente y que el despegue poblacional se debe a la caída de la mortalidad, manteniéndose elevada la natalidad. Aunque hubo crisis agrícolas por la climatología adversa o por otras causas (langosta) que concluían en años de hambre, la mortalidad no revistió caracteres tan catastróficos como en el siglo XVII.
Por destacar algunos datos, digamos que se trata de una población joven, pues los menores (se contabilizan 250 menores varones y se suponen al menos otras tantas mujeres) constituyen más del 36% de la población total. El porcentaje de viudedad es también elevado (casi el 10% de los cabezas seglares), superando el número de viudas al de viudos (47 y 31 respectivamente). La mortalidad, elevada, afecta sobre todo a los niños y también a las mujeres en el momento del alumbramiento. No había matronas y la iglesia recomendaba que la embarazada confesara en el último mes de preñez.
La sociedad en que se estructura esta población sigue siendo estamental, con dos estamentos privilegiados —nobleza y clero— y un tercer estamento, el estado llano o general.
Como representantes del estado noble sólo figuran en los censos de 1752 nueve hidalgos (7 seglares y 2 eclesiásticos). La mayoría de estas familias obtuvieron carta de hidalguía en el siglo XVII y algunas fueron concedidas en el período que tratamos, custodiándose la concesión en los libros capitulares. Que fueran hidalgos no quiere decir que todos fueran poseedores de tierras. Siete de ellos (5 seglares y 2 eclesiásticos) figuran como "labradores por mano ajena" y a los restantes no se les vincula actividad alguna. Pero, como nobles que son, disfrutan de una serie de privilegios vinculados a la nobleza: no podían ser encarcelados por deudas, no estaban obligados a alojar soldados, no entraban en quintas ni pagaban pechos. Desempeñaban también los oficios y cargos del estado noble en la administración municipal. Aún se mantiene el recuerdo de estos hidalgos en algunas de las casas de Santaella que en su fachada conservan el escudo familiar (calles Corredera y Paraísos).
La iglesia, que en este siglo constituye un estado dentro de otro estado, representa el segundo estamento, con una estructura anacrónica tanto por los elevados recursos económicos que poseía y que redundaban en escaso provecho del pueblo, como por lo numeroso de sus efectivos, que no respondían a motivos pastorales sino más bien a la búsqueda de un refugio seguro donde la procedencia social no ocupaba un lugar predominante y podían gozar de las ventajas propias de este estamento —fundamentalmente la exención fiscal— y de las sabrosas prebendas que en el caso de Santaella derivaban de la riqueza de sus campos (diezmos, primicias, capellanías, etc.).
El clero santaellano supera en número al de los hidalgos. Son doce en total, 8 presbíteros, 3 clérigos capellanes y un clérigo de menores.
La relación sacerdote-fieles es más alta que la que corresponde al reino de Córdoba. Doce curas para 1.420 seglares supone uno por cada 118 fieles o por cada 31 familias. No complían un auténtico ministerio ante la masa de fieles. Tres presbíteros figuran como labradores por mano ajena. Este clero se preocupa de sus fincas, arrienda suertes de las tierras de propios y compra las parcelas de los pequeños labradores que se arruinan. Se trata, por lo general, de un clero rico dentro de una iglesia igualmente rica. Para confirmar lo dicho nos limitamos a recoger algunos datos. De los 25 molinos aceiteros existentes en Santaella y su término, 8 pertenecen a distintas congregaciones religiosas y tres a los curas de la parroquia. De las 212 vacas censadas, 100 son de eclesiásticos, y de las yeguas de cría 40 son propiedad del clero y 60 de seglares. Pero además sus propiedades suelen ser las mejores: sus molinos están dentro del pueblo o en el egido y su ganado es el más selecto, como se deduce de un acta en que el Cabildo "nombra" caballos para la monta del año y de los cinco elegidos cuatro pertenecen a ministros de la iglesia. Otro tanto ocurre con las tierras, que son las más próximas -en el ruedo-, las más fértiles -la mayoría de primera calidad- y las más rentables —fundamentalmente olivar—.
A pesar de la intención de no extendemos, es obligado hacer referencia, aunque sea brevemente, al presbítero que encabeza la relación de familias eclesiásticas, D. Miguel Vicente Alcaide y Lorite. Hidalgo y alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición de la ciudad de Córdoba, con 53 años cuando se hace el Catastro de Ensenada, es sin duda la figura más importante de toda esta etapa de la historia de Santaella. Lo hemos visto interviniendo en la cuestión de la recuperación de la jurisdicción y su obra podemos contemplarla en la ermita del Valle. Pero, como lo que nos ocupa es la sociedad santaellana de esta época, nos referimos sólo a su estatus socioeconómico.
La familia de la que es cabeza la componen dos sobrinos de menor edad, dos hermanas, dos sobrinas, un ayo de mayor edad, cuatro criados (cochero, lacayo, mandadero y otro de menor edad) y cinco sirvientas. Sus propiedades: en la calle Paraísos posee una casa de dos plantas con bodega (24 vasos de 4.000 arrobas cada uno), otra casa y molino de aceite y una cochera; en el Arenal una casa de dos plantas y un molino de aceite. Es propietario de 288 aranzadas de olivar repartidas en distintas fincas y la mayoría en el ruedo de la villa (Cañada de la Alameda, Mata del Valle, Rosqueras, Tablarejos, Rectoría,...); en el Cañuelo posee 15,5 aranzadas cercadas por un muro, parte de regadío con frutales y 5 aranzadas de viña, y en el Barrio Isla 1,5 celemines de secano. Sobra decir que ya estaban catalogadas de primera calidad. El mejor ganado es el suyo: 413 cabezas de vacuno, 1.709 ovejas, 71 yeguas, caballos y potros, 67 jumentos, jumentas y pollinos y 18 colmenas. Súmese a ello las prebendas y beneficios eclesiásticos.
Tres son las familias eclesiásticas (Miguel Vicente Alcaide y Lorite, Francisco Marcelino Oñamayor Postigo y Antonio Carrillo el Menor) poseedoras de considerables fincas. Pero no faltaron curas que, amén de los beneficios eclesiásticos, no tuvieran más bienes que su casa o, a lo sumo, un huerto y unos cuantos animales.
El estado llano está formado por todos aquellos que no pertenecen a ninguno de los estamentos privilegiados. Representa el 98,67 por ciento de la población total de Santaella (el 95,15% de los cabezas de familia). Dentro del estado general se perfilan distintas clases.
En esta sociedad en que el prestigio se basaba en la posesión de la tierra y en la aceptación del ideal de la vida nobiliaria, ocuparían el siguiente escalón las clases medias profesionales y el funcionariado. En él pueden incluirse a un médico, un cirujano y sangrador, un maestro de boticario, un maestro de albeitar (veterinario), un escribano público, dos notarios públicos, un maestro de primeras letras, etc. No viven nada bien, sobre todo aquellos que, como el médico, el cirujano y el maestro tienen que cobrar de las rentas municipales, pues no siempre hay dinero para ello. Hasta el boticario solicita "se le dé ayuda de costa para poderse mantener".
En el siguiente peldaño de la pirámide social se sitúan los ocupados en otros servicios y los artesanos: un mesonero, tres arrieros, dos corredores de lonja, herreros, carpinteros, etc. A duras penas pueden mantenerse durante todo el año y algunos como los panaderos y albañiles trabajan a veces en las faenas del campo. Pero, de cualquier manera, viven mejor que los jornaleros agrícolas.
El campesinado (del que hay que excluir a los grandes propietarios nobles y clérigos) comprende la mayor parte de la población activa. Su condición varía según su relación con la tierra y el régimen de propiedad de la misma. De los cabezas de familia seglares, 31 son labradores, de ellos 11 por su mano -a los que habría que sumar siete hortelanos— y los 20 restantes por mano ajena.
Los pequeños propietarios campesinos viven en una situación -salvo excepciones- nada envidiable. Agobiados por los impuestos reales y diezmos eclesiásticos, sin aperos, ganados ni semillas, muchos de ellos se ven obligados a vender sus parcelas y a convertirse en arrendatarios y jornaleros. Poderosos laicos e instituciones eclesiásticas influyentes compraban sus tierras.
Los pequeños arrendatarios viven en una situación económica en bastantes casos muy semejante a la de los pequeños propietarios. Son los pegujaleros y pelentrines que en las actas capitulares aparecen continuamente pidiendo trigo del pósito para las sementeras o para su propio sustento. La coyuntura general del alza de precios daría lugar a la sustitución del arrendamiento largo por el arrendamiento corto, para poder subir la renta a cada nuevo contrato. Poseedores de dos o tres yuntas, cultivaban tierras alejadas de sus dominios. Con el tiempo serían sustituidos por grandes colonos que labraban cortijos en régimen de tres hojas. Junto a ellos, los braceros arrendaban pequeñas hazas de tierra, de dos o tres fanegas cada una, inmediatas a su residencia, ya que no disponían de medios para cultivar las tierras más alejadas.
Pero serán los jornaleros la masa rural más desamparada. Estos proporcionaban la mano de obra demandada en las grandes explotaciones, en los cortijos y olivares, en las estaciones que se requería su fuerza de trabajo.
Hay en la villa de Santaella "hasta doscientos sesenta y quatro jornaleros del campo que se incluien los que por tiempos asisten de peones a las obras de albañilería, quienes goza ygualmente el jornal que los demás, y todos en los días que trauajan dos reales y medio, y en el citado número de jornaleros con el propio jornal se comprehenden doce milicianos". Contabilizados los que figuran como jornaleros en la relación de familias seglares, resulta un total de 280 que, entre 330 activos del campo, representan el 85%. Tómese las cifras que se tomen, lo que está claro es que la sociedad agraria de entonces es sobre todo de gentes que viven del jornal que le ofrece una minoría de terratenientes que no trabajaba por su mano.
El sistema de monocultivo —trigo, olivo— hacía el trabajo estacional (una media de 120 días al año). Eran contratados para las faenas del campo ofreciendo su fuerza de trabajo en la plaza pública para una jornada que iba desde la salida del sol hasta que se ponía. Este proletariado rural vivía en condiciones materiales pavorosas. Para poner contrapunto con la forma de vida de los privilegiados, recordemos las palabras de Olavide, el artífice de la repoblación de Andalucía, quien conoció y pintó así su situación: "Son los hombres más infelices que no conozco en toda Europa. Se ejercitan en ir a trabajar a los cortijos y olivares, pero no van sino cuando los llaman los administradores de las heredades, esto es, en los tiempos propios del trabajo. Entonces, viven a lo menos con el pan y el gazpacho que les dan; pero en llegando el tiempo muerto, aquel en que por la intemperie no se puede trabajar, padecen hambre, no tienen asilo ni esperanza, y se ven obligados a mendigar... Estos hombres la mitad del año son jornaleros y la otra mitad mendigos". El pauperismo, no obstante, debió estar atenuado, pues sólo figuran 28 pobres de solemnidad (2 hombres y 26 mujeres). Lo que hace pensar que los jornaleros santaellanos no estuvieran tan desposeídos y que las instituciones colaborasen para mitigar la pobreza.
Para completar la estructura de esta sociedad, digamos que no faltaron algunos vagos, pues sabemos de cinco que fueron incluidos en las levas forzosas "como personas poco útiles y viciosas". Una disposición de 1733 encargaba a las justicias que detuviesen y custodiasen en las cárceles a los vagabundos hábiles para destinarlos posterioremente al servicio de las armas.
Los cuadros de población de esta página están basados en los datos del censo de 1752.
Hay que hacer notar que en estas actividades artesanales participan, aunque con carácter temporal, algunos de los censados como jornaleros (aprendices, peones de albañil, etc.) y que algunos de los que figuran en la relación anterior realizan otro tipo de actividades (el maestro albañil es alarife nombrado por la villa, por lo que recibe 200 reales al año, el maestro de carpintero de obra prima es a la vez maestro de molino, el cortador de carne sólo trabaja en los meses de verano, etc.).
En las relaciones de familias seglares y eclesiásticas figuran ocupaciones no incluidas en los cuadros anteriores. Así los "dedicados al gobierno de su caudal" (tres cabezas de familia) y los que están al servicio de particulares (2 cocheros, 1 ayo, 37 sirvientes/as) La meticulosidad con que se realiza el censo por familias llega a incluir a tres estudiantes, un ciego, un impedido, un demente y un lisiado
LA ECONOMÍA
La actividad fundamental y casi exclusiva en Santaella en el siglo XVIII -sobra decirlo- es la agricultura. Su término, comprendido entre los de La Rambla, la Puente de Don Gonzalo y Ecija, con diez leguas de circunferencia, consideran los interrogados "reducido a quarenta y cinco mil quinientas treinta y nueve fanegas, de las cuales veinte y cinco fanegas son de regadío" (63). Secano casi en su totalidad la mayor parte es tierra de cortijos (34.261 fanegas), seguidas de encinar y chaparral (3.979 fgs.), olivar (3.175 fgs.), monte bajo (1.888 fgs), plantío de moreras (10 fgs.) y viña (7 fgs.). Son infructíferas 1.013 fanegas, 413 por desidia de sus dueños y las 600 restantes por naturaleza.
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Si exceptuamos el ruedo, donde la propiedad está más dividida, la mayor parte de estas tierras pertenece a poderosos nobles e instituciones eclesiásticas. El mayor patrimonio es el de la Obra Pía que en la ciudad de Córdoba fundara el obispo Francisco Pacheco, con 3.598 fanegas (mayor que el del duque de Fernán Núñez en la localidad de este nombre). El municipio posee como "propios" 861 fanegas (28 inútiles y 833 de labor y tarajes), de ellas 790 en las Islas del río Monturque y el resto en el ruedo, que arrienda -anunciándolo previamente mediante edictos- y cuyas rentas destina a cubrir diversos servicios públicos. "Las tres cuartas partes de las tierras de sembradura de este término se labran por forasteros, vecinos de los pueblos de la circunferencia".
El paisaje agrario mantiene las características de siglos anteriores. Las tierras inmediatas al pueblo hasta una distancia aproximada de casi una legua constituyen el ruedo, en el que se practica un cultivo más intensivo. Las tierras acortijadas, explotadas en régimen de gran propiedad, están divididas en hojas y cultivadas al tercio. Una tercera zona es la de las dehesas, de pastos y baldíos, de aprovechamiento comunal. Plantíos de olivos, encinas, moreras y alguna viña completan el paisaje, en el que destacan dos unidades de producción: al cortijo y la hacienda (molino). La estructura de estas edificaciones se ha mantenido prácticamente intacta hasta la gran transformación que de forma acelerada se da en las tierras del término de Santaella desde mediados del siglo actual. El cortijo tiene su caserío y a uno y otro lado se disponen los graneros y la gañanía, y junto a él se sitúan las dependencias como palomar, gallinero, atahona, cuadras y tinados (las primeras para mulos, caballos y burros y los segundos para bueyes) y otras naves para el ganado menor. A veces cuenta con un oratorio.
Las haciendas añaden la almazara y trojes para la aceituna, vivienda noble para su dueño y el edificio se culmina con la airosa torre que contrapesa la viga del molino.
Las 25 fanegas de regadío (regadas unas con el agua del río Genil y mediante pozos con noria las del ruedo) "producen hortaliza, frutas, oja (sic) de morera para la cría de la seda y una muy corta porción de álamos y cañas, uno y otro de ninguna consideración". Son tierras de superior calidad y producen sin intermisión. Los frutales (granados, ciruelos, albaricoques, duraznos, manzanos, nogales, higueras, perales, membrillos, cerezos, naranjos, parras) "están interpolados los de una especie con las otras, y entre todos ellos las moreras de regadío, y todos en los cuadros de la hortaliza, márgenes de las tablas y regueras del agua, en cuio acomodo guardan líneas en dos o más, según la disposición de las piezas, y las cañas y corta porción de álamos uno y otro está en las cercas y bailados (sic) de algunas huertas o fontanares sirviendo únicamente de resguardo a dichas piezas".
A
Frutas y hortalizas (habas para verdeo, alcarciles y forrajes) desempeñan un importante papel en la dieta alimenticia, que era muy poco variada (pan, aceite, garbanzos y tocino). Esta monotonía alimenticia se interrumpía cada año y se hacía algo más variada durante el verano con la recolección de las hortalizas y las frutas. El "tiempo de la fruta" se advertía por la llegada al mercado de los hortelanos que de las huertas del término traían sus productos. Cañas y álamos por otra parte constituían materiales muy empleados en la construcción.
Las tierras del ruedo de secano (59 fanegas) son en su mayor parte de primera calidad y producen sin descanso todos los años. De ellas 28 fanegas tienen plantío de moreras y producen alcacel (cebada en verde), 30 son de tierra calma y producen asimismo alcacel y una fanega de estacas de olivos, entre las que se intercalan distintos cultivos (trigo, cebada, alcacel).
Las tierras acortijadas se cultivan al tercio. Con este fin, los cortijos se hallan divididos en tres hojas o tercios, cada uno de ellos sin solución de continuidad para facilitar las labores y el pastoreo. De los dos tercios que descansan, en uno se hace barbecho para la sementera del año siguiente y el otro sirve de dehesa para el ganado. De las tierras de cortijos de Santaella, 32.500 fanegas producen en su hoja de cultivo dos partes de trigo y una de cebada, y 1.716 fanegas lo hacen a razón de 4/5 partes de trigo y 1/5 de cebada. Para el autoabastecimiento del personal del cortijo y del ganado que en el mismo se cría, se destinan algunas fanegas de las partes que corresponden al descanso para el cultivo de semillas, entre las que figuran las habas, yeros, alberjones blancos y negros y escaña.
El sistema de cultivo en las tierras no acortijadas es mucho más complejo, dependiendo no sólo de la calidad de la tierra sino de la existencia o no de plantíos. Normalmente en la tierra calma se cultivaba la tierra un año y decansaba al siguiente. En los cultivos adehesados se solía descansar dos años. Según el tipo de tierra y el cultivo el sistema ewra muy variable.
En 1752 hay 3.165 fanegas dedicadas sólo a la producción de aceite y otras 111 de estacas de olivos que aún no producen. El olivo constituye sin duda uno de los cultivos más rentables, y el aceite que se obtiene en los veinte y cinco molinos de la villa y su término es objeto de un importante comercio exterior.
La viña en cambio ocupa una extensión muy reducida sólo siete fanegas, y "es majuelo de dos años de postura que nada al presente produce y el resto lo que fructifica, que es en corta porción, por lo regular suele no cogerlo el dueño porque aún sin madurar se lo hurtan".
Producto importante para la ganadería es la bellota. A los plantíos de encinar con cultivos de trigo y cebada antes dichos hay que añadir otras 86 fanegas que producen bellota y pasto, y 1.213 fanegas de encinar y chaparral solo. El ganado dispone además de 1.888 fanegas de monte bajo en las que se crían pastos. Todos estos datos tan precisos se deben al Catastro de Ensenada y se refieren por tanto alrededor del año 1752.
De cuanto se lleva dicho se deduce que la ganadería está muy integrada en el sistema agrícola. No existe una especialización ganadera (por especies), aunque predomina el ganado lanar, con una producción de 1.305 arrobas de lana al año (650 arrobas del ganado de eclesiásticos y las 655 restantes de seglares). Tampoco figuran grandes ganaderos, y vacas, caballos, asnos, cerdos, ovejas y cabras se crían por los vecinos de la villa en sus casas o en los cortijos. El alcacel del ruedo, de los aledaños del pueblo e incluso de los corrales, permitía el mantenimiento de una ganadería doméstica. Dehesas, pastizales y rastrojeras alimentaban rebaños y ganado de los cortijos. Tratándose de una sociedad eminentemente agrícola debemos destacar el ganado de labor. Los pequeños propietarios labraban sobre todo con jumentos y algún que otro caballo (eran escasas las mulas) y en los grandes cortijos campiñeses se utilizaban sobre todo los bueyes.
La ocupación ganadera en el siglo XVIII debió ser apreciada y remunerada, como demuestra el hecho de que los eclesiásticos se interesaran también por esta actividad (en algunas especies son propietarios de casi la mitad de ellas). Otro tanto podría decirse de las colmenas, cuyo aprovechamiento traspasa los límites de la explotación doméstica. En la villa de Santaella y su término hay "hasta trescientas y nueve colmenas pertenecientes a sus vecinos, las doscientas quarenta y tres pertenecientes a seglares y las sesenta y seis restantes a eclesiásticos". (Se insiste tanto en el Catastro en la propiedad del clero porque siendo su finalidad de tipo fiscal, los bienes del clero estaban libres de impuestos)
Para terminar con el campo y sus actividades recogemos algunos datos que pueden ser de interés o curiosidad si comparamos con la agricultura moderna. Una fanega de sembradura, secano de primera calidad, produce 12 fanegas de trigo, 24 de cebada; una aranzada de olivar de 36 pies de primera calidad produce diez arrobas de aceite. Su valor: la fanega de trigo 15 reales, la de cebada 8 y la arroba de aceite 12 reales (cantidades todas ellas reguladas por un quinquenio). Téngase en cuenta que 2,5 reales era el salario diario de un jornalero, o la limosna por una misa rezada.
La industria y la labor de los artesanos estaban limitadas a la realización de las actividades tendentes a satisfacer las necesidades de uso interno de la población, sin que tuvieran repercusión exterior
(exceptuando la fabricación de aceite). En el censo de 1752 se contabilizan cuatro molinos harineros (uno en el río Genil, tres en el Monturque) y veinte y cinco molinos de aceite (los menos en el pueblo y su egido, los más repartidos por el término). Hay dos hornos de pan cocer y un horno de cocer ladrillo y teja, éste en el Pozo Techado. A los artesanos -zapateros, carpinteros, barberos, etc.— con sus categorías y sueldos nos hemos referido al tratar de la población.
La estructura comercial está formada por arrieros y abastecedores, tenderos y corredores, lo que evidencia la pequeña capacidad de consumo y fuerte tendencia a la autarquía familiar. Es lo que se deduce de las respuestas al interrogatorio tantas veces citado: "nunca ha habido puestos fijos con denominación de taberna" y la única que hay "es puesta a voluntad del abastecedor de vino, vinagre y aceite que establece a gusto el puesto que necesita para la venta", "no hay tienda alguna", "tampoco hay sitio de panadería" y aunque hay seis panaderos "ni los unos ni los otros venden el pan en el sitio de la panadería por no haberlo y cada uno lo hace en sus propias casas", "hay una carnicería que se reduce a una cueva terriza o cóncavo de una de las murallas antiguas"; "hay una especiería compuesta de cintas de hilo y seda y todo de corta consideración de especias, hilos y sedas de coser, algunas semillas secas y otras menudencias", una botica "poco surtida de medicinas" y por esta razón la mayor parte del vecindario tiene que acudir por los medicamentos a los pueblos inmediatos. Hay también "cuatro arrieros, los tres traficantes en la conducción de granos a diferentes pueblos y algún aceite para Madrid y otras partes, y el otro es cosario de esta villa para la ciudad de Córdoba". No hay "cambista mercader por mayor ni menor, ni corredores con lucro".
Mención aparte merece por su importancia el pósito municipal. Su función esencial consistía en .adquirir trigo al menor costo en los meses de cosecha y prestarlo a los labradores -tanto a los propietarios de cortijos como a los pegujaleros— en los de siembra y escasez. Aunque en su origen tuvieron un móvil benéfico, los pósitos municipales en el siglo XVIII son una institución de crédito, una especie de banco de granos. Como tal, en las actas capitulares en las que se acuerda hacer los préstamos, se repite una y otra vez que se concedan mediante "fianzas bastantes" y "obligándose en mancomún unos con otros". Con las correspondientes fianzas, se comprometían a devolver la cantidad recibida más un pequeño porcentaje (medio celemín por fanega, lo que equivale a un 4,16%) una vez recogida la cosecha (el 25 de julio, día de Santiago), "de trigo de buena calidad, enjuto, limpio y echado de dos vueltas, puesto de cuenta y riesgo del otorgante en las paneras del pósito".
No siempre fue fácil la reposición del grano prestado y sus creces, pues en alguna ocasión se acuerda "se pongan fieles en los cortijos de labradores deudores a dicho pósito" y hay que estar pendientes para que se haga la cobranza "antes que se levante el grano de las eras". Es administrado por un mayordomo de pósito y los beneficios se destinaban a servicios de interés público (provisión de médico y maestro, reparación de fuentes y otras obras, etc.). En un principio el trigo del pósito de Santaella era custodiado en cámaras propiedad de particulares, a cambio de una renta que se abonaba de los fondos del pósito. Insistentemente se solicita la construcción de unas casas de pósito, pues una buena parte de los beneficios se destinaban a pagar el camaraje. En alguna ocasión se almacena "en los cuartos más seguros del castillo de esta villa y dos silos que hay en él". Hasta 1736 no cuenta con casas propias, en la calle Paraísos, que se terminan colocando una bella y elegante portada barroca.
Como podemos ver, industria y comercio cumplen fundamentalmente la misión de satisfacer las elementales necesidades de alimentación, vestido y vivienda y poco más, como corresponde a una sociedad fuertemente agrarizada.
LA URBE
A lo largo de esta exposición han ido surgiendo diversos aspectos de la vida en la villa de Santaella (el campo, los mercados, la religiosidad popular, etc.). Intentando dar una visión más completa, añadimos algunos detalles sobre el pueblo en aquella época.
Hay en Santaella a mediados del siglo XVIII "hasta doscientas y ocho casas hauitables y tres arruinadas y que no tienen carga que paguen a señorío alguno por el establecimiento del suelo". Se reparten por el Barrio de la Villa (Barrio Bajo), la Plaza y las calles Corredra, Paraísos, calleja de los Palillos, El Viento, Santa Lucía y Ballinas. El Arenal aparece como egido. Sus calles son empedradas por los vecinos, "cada uno el tramo de su casa y por esta villa lo que corresponde a realengo". El Barrio de la Villa está habitado mayoritariamente por jornaleros. Las calles son estrechas, sus casas pequeñas, pues no tienen que guardar aperos ni ganado de labor. En la Plaza, calles Corredera y Paraisos tienen sus moradas los más privilegiados y los labradores. Las casas de éstos son bajas y amplias, con granero, bodega y demás dependencias relacionadas con la labor, y una puerta falsa (el postigo) abierta a otra calle o al egido que permite la separación entre la vivienda propiamente dicha y las dependencias agrícolas, al tiempo que facilita la comunicación con el campo.
Dentro del recinto amurallado del Barrio Bajo se encuentra la iglesia parroquial, la ermita de la Concepción y el castillo. Este, propiedad del municipio y deshabitado —"que ha estado siempre desierto" —, se asoma a la plaza. Es la plaza pública el centro neurálgico de la villa, que enlaza dos barriadas, dos etapas históricas, dos formas de vida e incluso dos grupos sociales. En ella se encuentran las Casas Capitulares (y en éstas un arca con tres llaves para custodia de los documentos que han llegado a nosotros). En las puertas del Ayuntamiento y en las esquinas de la plaza se colocan los edictos del Concejo (arrendamientos, quintas, etc.). Aquí está también la casa "nombrada de Tercia, destinada para el recogimiento de los granos de la décima de esta villa, que pertenece a la fábrica de la parroquia". En la plaza se levanta una gran cruz y colocada en la puerta de la villa una imagen de San Francisco de Paula, patrono de Santaella. Hay también un pórtico "que sirve para el recogimiento de los pasajeros y muchos pobres", y unos poyos fabricados en distintos sitios en los que se instalan los puestos de venta, pues es a la vez plaza y lonja.
Junto a ella está la cárcel real (cuyo testero o pared principal mira a la plaza), que hay que arreglar continuamente por las frecuentes fugas de presos. La carnicería, propiedad de la villa, está situada en una cueva terriza de las murallas antiguas, cuyo sitio es "indecente tanto para la entrada de las personas cuanto para el aseo de las carnes". En la calle de entrada a la plaza (calle del Mesón) está el mesón, propiedad de la iglesia parroquial y que arrienda, y una fuente, la del Pilarejo. Fuente abrevadero, como las del Pilón y la Mina, es una de las tres fuentes públicas de las que se abastece la población y el ganado. Próximo a la plaza, el Ayuntamiento posee el Corral del Concejo, recinto tapiado, para encerrar los ganados.
Es la plaza pública además centro de reunión y festejos, lonja y mercado y lugar de contratación de trabajo. Por la noche, arden faroles en la puerta de las Casas Capitulares y ante la imagen de San Francisco de Paula.
En el barrio nuevo hemos de citar, entre las casas nobiliarias, la de D. Miguel Vicente Alcaide y Lorite en la calle Paraísos (actualmente casa cuartel de la guardia civil) y dos instituciones, el pósito y el hospital de San Mateo. Al primero nos hemos referido ya como una entidad básica de crédito. El hospital cumple la misión de "transitar enfermos vecinos y forasteros de esta villa a otros pueblos y también sirve de hospicio de pobres que pasan por ella". El médico y el cirujano prestan sus servicios (gratuitos para los hospitalizados) mediante una iguala concertada con esta institución. De su funcionamiento se encarga un administrador con título de teniente del hospital.
Entre las ermitas —Concepción, Vera Cruz, Santa Lucía y la de San Sebastián y Nuestra Señora de la Fuensanta— hay que destacar la de Nuestra Señora del Valle, que "tiene su santa casa extramuros de esta villa y que es asilo y refugio no sólo de esta villa sino es de los de su comarca", y que en el año en que se hace el Catastro de Ensenada (1752) estrena nueva casa.
Centro de hermosa y rica campiña, la vida transcurre en la villa en paz y sosiego, adaptada al ciclo natural de las faenas del campo y cuyo quehacer diario se desarrolla al toque de campana de la iglesia mayor. Si, como suele decirse, los pueblos sin "historia" son los más felices, benditos los pueblos en los que, como en Santaella, su historia es fundamentalmente la de los hechos de la vida cotidiana.