En memoria de
ERNESTO RIVILLA AGUILAR
(Santaella 1936 - Viladecans 2021)

A los 85 años de edad, tras una vida larga y plena, el amigo Ernesto nos ha dejado. Fue el pasado 1 de octubre, en Viladecans, donde vivió con su familia durante tantos años. Nunca olvidaremos al hombre justo, al compañero amable, al querido amigo que fue y seguirá siendo en nuestro recuerdo. En el emotivo acto del último adiós, el 3 de octubre, la familia pronunció unas hermosas palabras que reproducimos a continuación. Sirvan como homenaje a su memoria. Descansa en paz, compañero del alma.



Este es el panegírico que sus nietos leyeron en su funeral, en buena medida basado en las memorias que él mismo escribió.

Por expreso deseo de mi familia, yo, Ernesto Rivilla, he empezado a escribir y a hacer el árbol genealógico de mi familia, que a la sazón es muy simple y pequeño.
Siguiendo el símil del árbol, diré que las raíces del mismo se encuentran en un pueblecito pequeño de la baja Andalucía, en la provincia de Córdoba, llamado Santaella. Pero allí solo tengo las raíces de mis antepasados, abuelos y bisabuelos, paternos y maternos, y también las de mi primer hijo, que se llamaba José Rivilla Aguayo, y murió cuando solo tenía un mes de vida. Esto, y veintisiete años de mi juventud en los recovecos de las callejuelas sin salida, donde hace 63 años conocí a mi mujer, que ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida.
Sin embargo, diré que las ramas son la parte más importante del mismo árbol, porque en ellas es donde aflora su fruto, y ese fruto está en Cataluña. Y esa fue otra cosa importante en mi vida, la decisión de trasladarnos a Cataluña, porque si las raíces de este árbol están en Santaella, las ramas productiva están en Viladecans, y ese producto es mi familia: Pura, mi mujer; mi hija Rafi y Pedro; mi hija Paqui y Andrés, y mis nietos, Nora, Pablo y Alexei
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(Se puede leer el texto completo pulsando aquí.)

Como veis, a mi abuelo no le faltaba ingenio ni virtud para escribir, y nos ha reconfortado mucho poder conservar esta reliquia por escrito. Pero si hay algo que llevaremos siempre con nosotros, serán los valores que nos ha legado. Como el hombre bueno, trabajador y valiente que siempre fue, ha sido también un padre, marido, suegro y abuelo muy querido, y así lo refleja la cantidad de gente que se ha movilizado estos días para despedirle, entre familiares y amigos. El dolor que supone seguir construyendo nuestra vida sin él aquí presente es incomparable con los años de recuerdos y vivencias a su lado.
El vasito chico donde siempre bebía vino, el perol enorme donde preparaba las migas, la butaca en la que devoraba los libros, las zapatillas con las que hacía quilómetros cada día, el sonido de su reloj cuando sacudía la muñeca… Todas la rarezas y peculiaridades que lo hacían tan suyo, lo hacen ahora inolvidable, y vivirán para siempre en nosotros.
Espero que tengas mucha paz allá donde estés, y espero que un día podamos reunirnos todos juntos otra vez. Que la tierra te sea leve, yayo. Te queremos.


Su sobrina Paqui escribió para su funeral un retrato de su carácter familiar y cercano:

“Tito, hoy no puedo pensar en ti sin que el corazón se me llene de recuerdos y los ojos de lágrimas. Tu ausencia me pesa como una losa y el dolor que siento me roe las entrañas… Quería verte y no pude verte. Tenía guardados mis abrazos de dos años, y no pude dártelos. Estaba esperando que me llamaras y me dijeras ‘Paqui, madre, ¿y tú cómo estás?
Pues estoy aquí, tito Ernesto, aquí, para decirte que no vamos a olvidarte jamás, que eso es imposible porque tenemos miles de historias y aventuras vividas contigo.
De pequeña yo siempre pensé que tú tenías un súper poder para convertirte en un niño más y disfrutar del juego tanto o más que nosotros. Además, luego sabías morirte de la risa al explicar cada trastada, y contagiar a grandes y pequeños con tu risa.
A medida que fui creciendo, me di cuenta de lo que tú significabas para tus hermanos y para tus padres: en su Ernestillo veían la razón y la sensatez.
Siempre he escuchado a mi padre y a mis tíos hablar de ti con respeto, con consideración, alabando tu inteligencia, tu saber estar y tu innata educación. Todos eran conscientes de que, en otros tiempos y en otras circunstancias, hubieras llegado muy lejos con esas ganas constantes, tan tuyas, de saber y de aprender cosas nuevas.
Tito, tú has sido un luchador y un valiente. Has acometido todo con determinación, y hasta estar enfermo o mayor lo llevabas con una dignidad admirable. Nadie puede reprocharte ni tus despistes, porque eras auténtico hasta en eso. Pero ¿sabes cuál es tu mayor victoria? Pues somos nosotros, tu familia, los que estamos hoy aquí acompañándote, y los que están haciéndolo desde nuestro corazón: todos.
Al faltar los abuelos, tú tomaste el relevo sin decir nada. Y te encargabas de recordarnos la importancia de permanecer unidos. Ese es tu legado, y ahora, el nuestro. Y así quiero recordarte, como te vi por última vez: con tu pañuelo blanco atado a la cabeza, removiendo las migas y poniéndole contras a tu Pepe, que ese era el deporte favorito de los dos.
Ahora nos toca a nosotros seguir adelante. Tú has sido bueno y cariñoso como hijo, como hermano, como esposo, como padre, como suegro, como abuelo y como tío. Eras amigo de tus amigos, enamorado de tu tierra –la de allí y la de aquí– y feliz, por encima de todo, feliz siempre.
Te quiero desde el alma y con el alma. Y creo firmemente que seguirás cuidando de todos nosotros: tu familia, los Rivilla”.






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