La Enciclopedia Espasa dice sobre Santaella lo siguiente:
Municipio de la provincia de Córdoba con 763 edificios y albergues y 3.262 habitantes según el censo de 1910. Se compone de la villa de su nombre y de 356 edificios y albergues aislados con 1.246 habitantes. El censo de 1920 le asigna 4.056 habitantes. Corresponde al partido judicial de La Rambla, diócesis de Córdoba y está situada al SO de la Rambla cerca del río Genil y del límite con la provincia de Sevilla. Terreno en parte llano, produce cereales, vino, aceite, hortalizas y frutas. El templo parroquial es magnífico y de grandes proporciones, data probablemente de los siglos IX ò X pero tiene una portada de arco ojival. También existe un santuario fundado en 1757 y consagrado a la Santísima Virgen del Valle, patrona de la población.
PASEANDO POR SANTAELLA...
(De un relato de D. Pablo Moyano Llamas)
Santaella no está al borde de autopista ni carretera nacional. Para llegar allí hay que buscarla. Por La Carlota, Aldea Quintana, El Portichuelo o Puente Genil. Se ve de lejos pues Santaella, como Baena, Espejo, Montemayor o otros tantos pueblos está encaramado en un cerro como si quisiera velar por su campiña, por sus caseríos y aldeas.
Antes de entrar en Santaella hay que pasar por El Cruce, El Cañuelo, la Fuente de la Pita... Santaella es pueblo de fuentes: La Mina, La Lágrima, Los Pilones, Pilarejo, El Santo... aunque ya no hay santo. El Santo era una ermita consagrada a San Sebastián que se hundió en el siglo XIX, tras servir de refugio a enfermos apestados. Se perdió también alguna fuente y el lavadero, donde antaño las mujeres acudían a lavar las ropas. Hoy, un estupendo equipo de quijotes, soñadores de paisajes limpios y de naturaleza viva aspiran a devolver a las viejas fuentes perdidas su vigor y latido, y al patrimonio artístico local toda su lozanía.
Antes de entrar en Santaella se cruza una campiña fecunda no ya sólo en cereales sino en yacimientos arqueológicos. Se ve que los antiguos elegían bien donde se asentaban. El Cerro de la Mitra, La Calva, La Camorra de las Cabezuelas, La Matilla, La Muela, un rosario de nombres que hablan de milenarias civilizaciones allí afincadas.
Y a la entrada, El Tejar. Todavía con sus laderas de donde se sacaba el barro para las tejas, los ladrillos, los cántaros. Ya no está la vieja fábrica de la luz, derribada hace unos años porque se caía a trozos. Y porque su curva cerrada era un peligro para la circulación. Sí está, recién estrenada, la nueva sede de la peña flamenca García Lorca, pues en Santaella se ama con pasión el cante grande y florece la guitarra , compañera inseparable del flamenco.
Tras el Tejar y la Peña, la primera calle. Del Mesón, la llaman. Allí debió estar sin duda la primera casa de huéspedes para albergue de arrieros y caminantes. Y la fuente del Pilarejo. La calle del Mesón le lleva en dos minutos a la Plaza Mayor.
Entrar en la plaza de Santaella es pisar otro mundo. Es verdad que no todo en esa plaza ha sido un acierto. Algunas casas y reformas apuñalan de lleno su identidad única. Porque son muy pocos los pueblos que conservan restos tan sugestivos como esta parte de Santaella. Allí está, ante todo, su castillo, con algunos lienzos aún de muralla ibérica. Su estupendo ventanal del siglo XVI, su muralla musulmana. Y allí está, milagrosamente intacta, la primitiva puerta que daba acceso a La Villa, la parte más antigua del pueblo. Siglos atrás, en esa puerta comenzaba y terminaba el pueblo. Del castillo queda poco: tan sólo un torreón y lo que debió ser el patio de armas, donde hoy igual se proyecta una sesión de cine que se celebra un pregón de feria o un festival flamenco.
El Ayuntamiento de Santaella saca partido a estas vetustas ruinas cuyas murallas, lo que queda de ellas, urge salvar definitivamente, pero con rigor y fidelidad a la historia. Como urge quitar ese pastiche que afea sus cimientos. Bajo el torreón y parte de la muralla, la antigua casa consistorial en cuya entrada ardían siempre dos lámparas, a la Virgen del Valle y al patrón San Francisco de Paula. Bello y sugestivo balcón en hierro forjado.
Y en la Plaza Mayor, el moderno Ayuntamiento., menos clásico que el derribado hace una veintena de años. Rosales y llorones. Farolas y fuente de granito, discutida por algunos. Y frente al Ayuntamiento la centenaria posada con su portada de piedra, sin duda la casa más antigua de este entorno.
Contemplada la plaza Mayor, el visitante debe girar sus ojos y adentrarse en el barrio de La Villa. Son ya mayoría las casas que se ha renovado totalmente. Antes calles y casas guardaban el estilo de la vivienda antigua musulmana. En este barrio debieron vivir los moriscos hasta que fueron expulsados de Santaella en 1610 tras el decreto de Felipe III. Y allí, bajo la muralla, estaba la antigua cárcel, más que cárcel pocilga inhumana. Algunas calles cambiaron de nombre. Dos de ellas están dedicadas a hijos de Santaella: Médico Alijo y Capitán Gualberto. Otras ostentan los nombres de San Antonio, Nueva, Concepción, Iglesia, Llano de la Estrella. En la calle Concepción aún se conserva la pequeña cúpula de la ermita de ese título erigida en el siglo XVI, una ermita que se debe rescatar del olvido.
Desde la calle Osario o desde el antiguo callejón de las Lechuzas el inmenso templo ofrece una vista deslumbrante. A campiña, capilla y campana nadie nos gana, dice el refrán. Pero en contra de la opinión popular la capilla no es la enorme mole de piedra que configura el crucero; la capilla es el Sagrario con su monumental retablo en jaspe, de Alonso Pérez y Andrés Gallardo.
Calle Nueva abajo se desemboca en el Llano de la Estrella. Quedan aún algunos ventanucos y algunas casas con sus patios, su aljibe árabe, sus muros de medio metro de grosor. Cada patio es un jardín en miniatura. Los patios con sus geranios, jazmines, rosales y el naranjo humanizan la vida, hacen la vivienda más entrañable.
Del Llano de la Estrella nos dirigimos a las Ventanas de Doña Aldonza, de viejas resonancias cervantinas. Desde allí se divisa el mejor y más amplio paisaje de Santaella: un rosario de cortijos de nombres sonoros y tierras ubérrimas, como Guijarrillo, Palomar, Montiela, Salmerón, Los Frailes, Casilla del Moral, Viento, Porravana, Las Mesas, Fuente Vieja y otros. Y allí está el viejo camino de Écija, donde el alcaide liberó a unos galeotes. Si me llevas a galeras pásame por Santaella, reza el dicho. Y allí, el recuerdo para Alonso Colorado El Guapo de Santaella, según indica su partida. Ventanas de Doña Aldonza es un estupendo mirador para pasear y tomar el sol en invierno.
Las Ventanas de Doña Aldonza - Sendilla para los lugareños -, nos llevan al Llano de la Iglesia. Aún conserva Santaella algunos arcos centenarios que unen una pared con otra; vale la pena contemplarlos. Y por supuesto, rehacer los arruinados. Dan empaque a la villa. Como le da su primer monumento, la parroquia de la Asunción. Grande como pocos en la comarca, condensa diversos estilos: califal, mudéjar, gótico, plateresco, barroco y neoclásico. Los hermanos Hernán Ruiz, Juan de Ochoa, Blas de Masabel y Juan Francisco Hidalgo levantaron en Santaella un templo soñando en los siglos futuros, en un auge creciente de la población. No se puede dejar de admirar el crucero, altar mayor, Sagrario, artesonado mudéjar, patio de la mezquita, púlpito, capilla gótica bajo la torre, portada plateresca de las campanas y la impresionante vista desde la calle Capitán Gualberto o desde la moderna guardería.
El problema de este templo es la urgencia de su restauración. Mucho se ha hecho, pero es más aún lo que falta por hacer (en 2004 se acometió la restauración, ya a punto de finalizar en 2006) si se quiere evitar que se hunda parte de su techumbre. El párroco, Don Francisco Rueda, lo solicita una y mil veces; tiene la promesa, pero las obras no empiezan porque no hay dinero. De todos modos no se debe dejar de visitar la iglesia.; sería un pecado imperdonable. Otra vez por la Sendilla regresamos a la Plaza Mayor.
Atravesada ésta nos introduciremos brevemente en la Corredera, la arteria vital de Santaella, que une la Plaza y la Villa con El Arenal y la parte alta del pueblo. Hemos de girar un poco a la izquierda, cuesta arriba, escalando casi peldaño a peldaño la calle dedicada a Antonio Palma Luque, que tiene tres o cuatro edificios de categoría. Sin acabar de coronar la cuesta se encuentra uno con la casa solariega más digna de Santaella, la llaman la Casa de las Columnas y data del siglo XVIII. En ella vivió y murió uno de los hijos más ilustres del pueblo, don Miguel Vicente Alcaide y Lorite, sacerdote hijodalgo, vigía del Santo Oficio, benefactor de los pobres, pequeño de cuerpo pero enorme de alma. El sacó a sus expensas la otra joya de Santaella: el Santuario de la Virgen del Valle, erigido entre 1747 y 1752. En esa casa estuvo hasta hace pocos años el cuartel de la Guardia Civil. Hoy es propiedad del Ayuntamiento y su conservación es deficiente. Por lo que vale y por lo que representa debe siempre preservada. La casa situada más arriba, también notable, perteneció a los Doñamayor y Postigo, lamentablemente se encuentra muy mal conservada.
Calle arriba se llega al antiguo pósito con su portal de piedra y su fachada de ladrillo viejo. Fue construido en 1767 y durante muchos años las escuelas estuvieron ubicadas allí. Por allí han pasado los maestros que más huella dejaron, todos hijos del pueblo: don Manuel López Ruiz, don Francisco Palma Costa y don Rafael Amaya Carmona. Hace algunos años el antiguo pósito sufrió una profunda transformación. El edificio alberga otro formidable tesoro de Santaella: su Museo Municipal de Arqueología. Habrá que escribir con letras de oro un puñado de nombres que han hecho posible uno de los mejores museos locales de la provincia. El empeño venía de lejos, desde los años 70 y aún antes. El Paleolítico, el Bronce, el Ibérico, Romano, Visigodo... todo se conjunta en ese museo que es una formidable lección de pedagogía arqueológica. Joaquín Palma Rodríguez, Juan Manuel Palma Franquelo, Francisco José del Moral Aguilar, son algunos de sus artífices y conservadores.
Seguimos por Camaretas, calle del Viento, Santo Cristo. La ermita del Santo Cristo tiene bonita portada; la nave es nueva. Conserva uno de los Cristos más interesantes y antiguos de la Campiña: el Cristo de la Vera Cruz. Antes se llamó ermita de Santa Lucía. La antigua Vera Cruz estaba en el Camino del Pilón, abajo, junto a los Huertos. Se derrumbó hace ya dos siglos y el Cristo pasó a la ermita de Santa Lucía. Hasta la calle cambió de nombre.
Pasamos ahora por la calle del Valle. Diez minutos de camino nos llevan al santuario de la patrona, sin duda el mejor santuario mariano de la campiña cordobesa. Don Miguel Vicente Alcaide y Lorite no regateó esfuerzos. Había heredado la devoción de su padre don Alfonso Fernández, quien costeó la espadaña de la vieja ermita, anterior al santuario. Retablos y camarín, nave y altar mayor, coro y púlpito constituyen un conjunto barroco de singular belleza. Hasta hace poco hubo también monjes. Las dos Hermandades - que presiden ahora Francisco Ruiz Palma y Rafael Arroyo Osuna - con sus directivas, Ayuntamiento, parroquia y obispado han hecho realidad el santuario.
Volvemos al pueblo por el camino de la Penosilla, a su parte más moderna como es El Arenal. Aquellas pobres viviendas del barrio de Las Latas han dado paso a edificios modernos, aún en vecindad con casas más modestas. El Arenal es hoy zona de expansión, llena de vida. Bares, talleres, campo de fútbol, cooperativa del aceite, almacenes. Anchas calles con naranjos en las aceras. Geranios y rosales cuidados con mimo. Desde hace años acoge también la Feria de Santaella en honor de la Virgen del Valle, cuya Hermandad de Ausentes acaba de cumplir su cincuentenario. Novecientas familias dispersas por todo el mundo se integran en ella.
Santaella no se ha estancado en sus viejas calles centenarias. Pueblo en expansión, ha sabido crear barrios nuevos como San Francisco, La Cañada del Jardín o San Rafael. Ha levantado colegio e instituto. Y ahora se urbaniza terrenos cerca Las Cruces y Molino Alto. Olivares y tierras baldías - Las Zorreras - dan paso a grupos y bloques de viviendas. Ya no hay emigración como hubo en los años sesenta. Todas las casas son pocas para esta Santaella que crece.
Subimos El Arenal, no sin detenernos un momento en el Hogar de los Jubilados donde ellos se reúnen y pasan el rato en lecturas, charla o juegos. Pasamos después por el Llano de la Bomba curioso nombre cuyo origen y significado desconocemos. Es por aquí donde instalan las cofradías sus cuarteles cuaresmeros y donde se prepara la gran Semana Santa de Santaella, con su Vera Cruz, su Nazareno, su Amarrado, su Borriquita y su Resucitado.
Otra vez la calle Corredera, no muy ancha pero sí digna y hasta un tanto señorial. En un rincón, sobre columna de piedra, la escultura homenaje a don Paco Palma. Sus alumnos quisieron perpetuar su memoria en esta obra en bronce original del escultor de Fernán-Núñez Juan Polo Velasco. El grupo representa al maestro rodeado de un racimo de alumnos. A pocos metros del monumento vivió don Paco Palma y allí en su casa montó una academia donde sacaron carrera - o mejor, estudios de bachillerato - cientos de jóvenes santaellenses que hoy ejercen en diversas profesiones.
Aún bajando la Corredera nos adentramos en las calles de Manuel López Ruiz y del Rosal. Topamos también con la Cruz de San Julián, un sencillo monumento blanco con una hornacina y en su interior una pequeña cruz de hierro forjado. A sus pies, Los Barrancos donde antes los niños de Santaella jugaban al escondite, se llenaban de arena y hacían travesuras entre las chumberas. En la calleja de San Julián se instala una de las cruces de mayo.
Llegamos, por tercera vez en nuestro recorrido, a la Plaza Mayor, no sin clavar los ojos en la vieja panadería de Rafael del Horno, donde más de uno recuerda inovidables noches de verano con sabor a amistad, guitarra y canciones. Una última mirada al castillo nos deja la nostalgia de una grata visita, de un inolvidable paseo por esta histórica villa orgullosa de su pasado y esperanzada en su porvenir.