HOMENAJE AL AUSENTE DEL AÑO
XVI Edición - 2021 - SANTAELLA


    Antonio Valenzuela Godoy


Crónica del acto

    Después de dos años de suspensión por causa del covid, el 12 de abril del corriente 2022 se realizó el XVI Homenaje al Ausente del Año, distinción que ofrece el Grupo de la Soledad desde 2004 a los santaellanos que emigraron del pueblo, pero conservan con Santaella fuertes vínculos emocionales. Esta vez, el homenajeado fue el amigo Antonio Valenzuela Godoy, a quien los más jóvenes probablemente no reconocerán, pues marchó del pueblo siendo muy joven, aunque vuelve con frecuencia, y más desde que está jubilado. Los mayores lo recordarán mejor como «Pringue».

    Donde haya un santaellano, hay un trozo de Santaella, en las costumbres, en el modo de ser, en el habla, en los gustos, en el amor al pueblo y al Valle... Y eso fue especialmente notable en el caso de Antonio Valenzuela, en una ocasión que parece anecdótica, pero que es un claro ejemplo del lazo que nos une, más allá del tiempo y las distancias. Sucedió allá por 1974, y éste es un resumen, tal como lo recuerda el mismo Antonio...

El pintor del Valle.

    8 de septiembre de 1974, Feria de Santaella. Antonio Valenzuela Godoy, hijo de «Pringue», hermano de «Manuel el de las bicicletas» estaba con su mujer y su hija, a la puerta del bar de Antonio Bascón, esperando a Juan Ramírez y su familia que venían de La Montiela. Cándida Arroyo y Manolo del Moral, el de los Baños, se habían enterado por Antonio del Moral, «el Mellao», que Antonio Valenzuela tenía una empresa de pintura en Madrid a la que se dedicaba desde hacía años. Esto ya lo sabía Cándida, que se llevaba muy bien con Loli, la mujer de Antonio Valenzuela. Les vieron allí sentados y se acercaron a saludarles, como tantas otras veces y a hablar de un asunto con Antonio. Querían adecentar la Ermita del Valle, porque en dos años la Iglesia Mayor del pueblo de Santaella se iba a cerrar de forma indefinida para emprender una gran reforma, y la intención era que durante ese tiempo la Ermita del Valle la sustituyera en todos los actos, para lo que debía estar en buenas condiciones. Después, la gran restauración de la parroquia se fue posponiendo, a base de pequeños arreglos, y no se inició hasta mayo de 2001, pero, en 1974, tanto la alcaldía como el cura como la Hermandad del Valle preveían que las obras se iniciaran en uno o dos años y que la iglesia de la Asunción estuviera cerrada por mucho tiempo, como efectivamente sucedió, aunque mucho después (desde mayo de 2001 hasta junio de 2009).

    Al día siguiente , 9 de septiembre, por la mañana fueron a ver la ermita para que Valenzuela los asesorara. Los interiores estaban fatal, con manchas y deterioros, de cal por entero, y Antonio explicó que había que picar toda la cal y dar todo de yeso, techo y paredes, lo cual era muchísimo trabajo y muy costoso; o bien fijar la cal con una pintura especial, lo que debía hacer alguien que conociese bien esas técnicas y tuviese las herramientas adecuadas. Un mal trabajo podría quedar aparentemente bien, pero en muy poco tiempo se deterioraría. Quedaron en volver a verse en el pueblo en la siguiente Semana Santa, para buscar a quien pudiese hacer ese trabajo tan especial.

    Y así ocurrió, se encontraron otra vez en Semana Santa de 1975. Los miembros de la Comisión de Obras habían estado hablando y querían que Antonio Valenzuela se encargara de hacer ese trabajo. Por ello no habían pedido ningún presupuesto previo, lo que buscaban era que se hiciera un buen trabajo. La mayoría confiaba en él, aunque algunas personas que no le conocían tanto dudaban, pero Cándida Arroyo estuvo segura desde el principio y convenció al resto.

    Esa misma Semana Santa acordaron hacer las obras en agosto de ese año. Se procedió a tomar medidas y se encargaron los andamios adecuados a una empresa de Córdoba, ya que tenían que ser especiales. Su alquiler costó 47.000 pesetas de la época, que pagó Santaella. Al mismo tiempo también se encargó la pintura y todos los utensilios y herramientas a la Rambla y a una fábrica de pintura de Madrid. Y fue a recoger todo Manolo del Moral.

    El 1 de agosto de 1975 a primera hora de la mañana estaban allí, Antonio, hijo de «Pringue», dos albañiles y su cuadrilla de cuatro hombres más, los cuales renunciaron a sus vacaciones para poder hacer este trabajo extra, el cual se les pagó aparte. Los trabajos finalizaron en 23 días. Trabajaron hasta las 8 o 9 de la noche todos los días que estuvieron allí, excepto los domingos. Se fijó la cal, se reconstruyeron las paredes defectuosas y se pintó toda la ermita por dentro. La cúpula se restauró por completo por la mano de Antonio Valenzuela, porque era un trabajo más especial y era difícil estar en lo alto de la torre de andamios, donde sólo cabía una persona. Fue un trabajo muy delicado. Y allí arriba dejó escritos, desde donde no se ve desde abajo, los nombres de todas las personas que participaron en estos trabajos. Y allí permanecerán:

  • Los cinco pintores: Antonio Valenzuela Godoy («Pringue»), Manuel Montilla Godoy, Matías Pérez Cámara, Manuel Sánchez Velasco y Manuel Espejo.

  • Los dos albañiles: Manolo Palomo («el Lolo») y Antonio Sauces («el Santero»).

         Los pintores desayunaban y comían en casa de la santera, Patro. Y cenaban en casa de Paca «la del Gallo», chacha Paca para Antonio y su familia, porque era la tía carnal de Loli, Dolores Lucena Pérez, hija de Luis el Gallo y mujer de Antonio. Ellas se encargaban de comprar y hacer la comida para todos. Dormían en casa de Estela Zamorano. Todos los trabajos corrieron por cuenta de Antonio, menos el alojamiento y los de dos días que comieron con Estela. Eso no impidió que la Hermandad comprara dos jamones para el almuerzo de los pintores, ni que les obsequiara voluntariamente una gratificación de 12.000 pesetas en conjunto, en agradecimiento, que los trabajadores aceptaron, porque lo valiente no quita lo cortés.

        El día 23 de agosto terminaron los trabajos por completo, quedando la ermita tal como la vemos hoy en día. Entonces, la Comisión de Obras, encabezada por Cándida, intentó por todos los medios, insistiendo muchísimo, pagar la factura correspondiente a los trabajos y gastos de material de los trabajadores, que sufragó Antonio. Pero, previamente, Loli había comentado a Antonio la posibilidad de no cobrarlos y donarlos al Valle. Le pareció una magnifica idea a Antonio, y con la misma ilusión y devoción que tiene por la Virgen su mujer, así decidieron hacerlo. A pesar de la insistencia, no aceptaron ningún pago. Pero sí un cuadro de la Virgen del Valle, de plata repujada, hecho por Angulo en Lucena, de 40 x 60 cm que se les obsequió en agradecimiento y que siempre han mantenido desde ese día en la cabecera de su cama.


        Tras la presentación del acto, realizada por Cristóbal Río y el Presidente de la Soledad, Emilio Cabello Arroyo, agradeció el homenaje el propio interesado y se le entregó el diploma y la escultura de Paco Luque que lo acreditan. Después tomaron la palabra sus cuatro nietos sucesivamente:

    Así ven a Antonio sus nietos:

        Nació el 12 de octubre de 1939, hijo de Asunción y Manuel, cuarto de cinco hermanos, tres varones y dos hembras. El mayor, «su Manuel», fue en muchos momentos como un padre para él, su Sunsión —«la niña», como la llamaba su Paco, del que decía su madre que nació el Día que estalló el Movimiento—. Paco es el único que le queda hoy en día y le dice: «¿No te parece que estamos durando demasiao?». Y su Valle, la más pequeña, que fue, además de su hermana, su amiga y como hermana pequeña siempre lo cuidó.

        De las familias más pobres de su pueblo, su adorada Santaella, desde muy pequeñito, a la edad de 5 o 6 años, recuerda trabajar cuidando cochinos, en cortijos o donde fuese, en la mayoría de los casos tan solo por la comida. Su padre le decía: «Mientras más comas, más ganas». Más adelante, cuando ya tenía doce o trece años, su familia cogió el casino de los señores para trabajarlo ellos, su madre hacía las tapas y sus hermanos las servían. Él se encargaba de ir a por las sardinas, que les encantaban a los clientes, y demás cosas que se necesitaban frescas todos los días para hacer las tapas, como de costumbre, con la bicicleta. Solo y cargado, se hacía varias horas en bici para poder ayudar a su familia.

        Fue muy poco tiempo al colegio, porque se enfadó con su compañero de pupitre, que era el hijo del profesor, y le tiró un bote de tinta por la cabeza. Por supuesto, le echaron del colegio. Gracias a un sacerdote que para ayudarle le ofreció darle clase, aprendió a leer, escribir, de cuentas —como dice él— y lo básico para defenderse en la vida. Para ir a las clases debía coger la bicicleta después de trabajar y hacer cerca de una hora de ida y otra de vuelta. Siempre le hemos oído decir que le hubiese gustado ser médico, pero la vida no le dio esa oportunidad.

    Siempre vio a su madre trabajar y sacrificarse para sacar adelante a sus hijos, muchos paisanos la recuerdan jalbegando las casas de Santaella. Sin saber leer ni escribir, pero una luchadora y magnífica madre, así la recuerdan todos sus hijos. Lo más valioso que les dejo, pues ni dinero ni propiedades tenía, es SU SENTIMIENTO DE FAMILIA. Han sido un ejemplo para todos los que han estado a su alrededor, siempre ayudándose unos a los otros y siempre unidos. Nunca les vieron enfadarse ni dejarse de hablar. Y ese sentimiento lo han ido pasando también a sus hijos. Hoy por hoy, sus cuñadas y sus sobrinos, hijos la mayoría de sus hermanos que ya no continúan con nosotros, están ahí siempre, pendientes de él y ofreciéndole su cariño, en los buenos y en los malos momentos. No faltaron en el momento más duro de nuestra vida, a principios de mayo del año pasado, cuando su mujer, su Loli, nuestra madre y abuela se preparaba para dejarnos para siempre y se convirtió en una estrella, que nos guía y nos ayuda. Su Loli, la mujer que le acompaño durante 5 años de novios y casi 51 años de matrimonio, faltaban sólo 5 días. Su compañera de vida a la que tanto quiso y respetó, la madre de sus dos hijas, Asun y Elisa, a las que llamaron como sus dos abuelas, en homenaje a ellas.

        Siempre nos han contado que, cuando aún no tenía 15 años, tuvo que dejar su Santaella del alma, a la que nunca olvidó, y se vino con sus dos hermanos a Madrid. Trabajó donde pudo y le dejaron con su edad, incluso con el DNI de su hermano Paco, 3 años mayor que él, haciéndose pasar por un hombre de 18 años y trabajando como uno de ellos para poder cobrar más. Construyeron, en los fines de semana, una pequeña casita de 27 metros cuadrados, que tenían alquilada, donde vivieron en algunos momentos hasta siete y ocho personas, sus padres, algunos hermanos y algún primo que venía del pueblo y no tenía adonde ir. Estaba dentro de un patio de vecinos en el Puente de Vallecas, formado por todo pequeñas casitas bajas, con el servicio aparte y para todos el mismo, sin agua corriente, apenas una fuente para todos, por lo que tenían que bañarse en un barreño. Pero, eso sí, con muy buena gente como vecinos, que habían dejado atrás sus pueblos y su vida, para intentar buscar un futuro mejor. Gente trabajadora y servicial, con la que podías contar para todo. Era un patio lleno de vida, lleno de plantas y flores preciosas que mi madre dice que a su abuela le encantaban y cuidaba como nadie. Era como un pequeño patio andaluz que compartían con gente tan humilde como ellos, pero con las mismas ganas de prosperar y salir adelante con su trabajo. Fue muy duro, pero lo consiguieron.

        ¡Cuántas noches de verano transcurrieron riéndose y pasándolo bien, sentados al fresco en ese patio, sólo con una silla y ganas de llevarse bien y de compartir experiencias con sus vecinos, ya muchos de ellos amigos para toda la vida! El destino quiso que la familia de su futura mujer, «su Loli», fuese a parar desde el mismo pueblo de Santaella, justo a otra casita en el mismo patio de vecinos. Durante muchos años fueron sólo vecinos, paisanos y amigos. De hecho, él, siempre tan presumido, tuvo varias novias, incluso una muy formal que le duró cuatro años. Relación que terminó cuando ella se fue a trabajar a Alemania y él, con su sentido de la responsabilidad y de familia, decidió que su sitio en ese momento era en Madrid con sus padre y su hermana Valle, que eran los que quedaban en casa y se quedaría solos sin su sueldo y no podía abandonarlos.

        Muy amigo del hermano pequeño de mi abuela, salían todos juntos en la misma pandilla, él y mi abuela solos, sin pareja en ese momento, y el resto con pareja, un cine, una cremé, un guateque… Total, que el amor surgió entre ellos, descubrieron que tras esa amistad había algo más y vinieron cinco años de novios y cincuenta y uno de casados, sin una crisis entre ellos, nunca riñeron ni se dejaron. Un matrimonio ejemplar por su amor y respeto, un orgullo para sus hijas, sus yernos y sus nietos. La compañera que le siguió en su carrera profesional como pintor, confiando en él y apoyándole en todo, sobre todo en los malos momentos, que son los más difíciles. Cuidando siempre de su casa y de su hijas y nietos, convirtiendo esa casa en un HOGAR, que es lo que hacen las grandes mujeres, mientras él se esforzaba día a día por ser de los mejores en su gremio, la pintura.

        La pasión por su trabajo, su dedicación y el continuo aprendizaje para estar siempre al día con las técnicas más complejas y novedosas lo llevaron a trabajar como proveedor fijo en IBM, para TELECINCO. Entre las anécdotas que cuenta, la de que preparó los camerinos para Madonna cuando vino, o que vio por allí a innumerables actores que andaban haciendo series, estuvo en casas de gente famosa e influyente trabajando, en tiendas Movistar, Louis Vuitton, y muchos más. Quiso plasmar esa pasión en su puebl y ¿dónde mejor que pintando y restaurando la Ermita de su Virgen del Valle, a la cual siempre tuvieron con ellos en la cabecera de su cama, y a la que siempre veneraron? De hecho, fue su Loli quien le planteó la idea de hacerlo de forma gratuita, ¡qué mejor regalo a su Virgen!

        Pero, como todo en la vida, su negocio pasó por varios altibajos, momentos muy duros, uno de ellos de recién casados, donde le arruinaron por dejarle varios trabajos sin pagar y tuvo que volver a empezar de cero, pero lo consiguió. Aquel chico que dormía a veces atravesado en una cama con su hermano y sus primos, hoy, gracias a su trabajo y su tesón, tiene tres casas y un pequeño local. A veces, cuando lo piensa, le parece mentira. A mi madre y mi tía les dio todo lo que pudo, la posibilidad de estudiar para tener una buena formación, que él no tuvo. Qué orgullo sentían los hermanos al ver a sus sobrinos e hijos conseguir sacarse una carrera, un o una Valenzuela con carrera, un sueño hecho realidad.

        En su vida parece que le han quedado pocas metas por lograr, quizá viajar un poco más, porque la abuela no era muy viajera, ella prefería quedarse en casa, cerca de su familia. De joven, jugó al tenis, también en un equipo de fútbol con amigos, incluso ya casado, ha tenido varias motos grandes, ha sido entrenador de fútbol de los niños de su barrio durante algunos años, como él no tenía hijos varones... Valenzuela le han llamado siempre, y le han apreciado mucho. Aún se acuerdan de él. Ha sido Presidente y patrocinador de un equipo ciclista que llevaba su hermano Manuel. Incluso vinieron aquí, a Santaella, a correr varias veces. Le encanta el flamenco y estuvo yendo durante años todos los viernes a una peña flamenca junto con sus hermanos, a escucharlo. Su Manuel cantaba que era un placer escucharlo, a él no le hemos escuchado nunca ni una nota, se ve que no es lo suyo.

        Querido siempre por todos, su familia, sus amigos —algunos le llaman «el marqués» con mucha guasa—, sus trabajadores, sus vecinos… No es porque sea mi abuelo, pero es una BUENA PERSONA en el sentido más amplio de la palabra. Siempre ayudó y ayuda en todo lo que puede a todo el mundo, sin esperar nada a cambio. Tiene su pronto, como buen Valenzuela, pero con un corazón que no le cabe en el pecho. No tiene nada suyo, generoso en exceso, cariñoso y con gran sentido del humor, nos partimos de risa con sus cosas.

        Adora a sus hijas, sus «niñas» —y eso que de niñas tienen ya poco— y siempre ha estado y está ahí si necesitan algo… Se levantaba igual que mi abuela si tenían fiebre para verlas por la noche, darles un vaso de agua, cuidarlas o ponerles el termómetro. Ahora, a sus 82 años, las ayuda a cuidar de nosotros. Nos lleva y nos trae al cole, al entrenamiento, les lleva el coche al taller, a la ITV, les trae cosas de la compra, las ayuda si hace falta a fregar los cacharros, a pasar la mopa, a tender la ropa, se hace su cama… Es muy apañao, aunque ha sido una evolución. De joven, no sabía hacer nada, le daba vergüenza ir a la compra y hasta coger a sus hijas en brazos, pero cuando nacimos nosotros fue lo primero que hizo. Nos ha dado biberones, papillas y hasta cambiado en alguna ocasión el pañal. Lo que nunca ha querido hacer es regañarnos, le decía mi abuela: «¿Tu no les regañas por nada?», y él decía: «No, porque me cogen manía».

        Somos cuatro nietos: Lucía, la mayor, fue la niña deseada de la familia, abuelos, tíos y padres. Como mi tío trabajaba fuera de Madrid, pasaba mucho tiempo con ella, le dio el biberón, papillas y hasta le cambio en algún momento el pañal, con ella se inició, no lo había hecho nunca. Tanto era así, que de bebé mi prima creía que su padre era él. Cuando venía su padre de trabajar los fines de semana, le echaba al abuelo los brazos y lloraba con él, ahora ya tiene 14 años pero se sigue notando que tiene adoración por el abuelo.
        Al año, nació Ángel, mi hermano, imaginaos, el primer niño de la familia, recibido con amor e ilusión por todos, también pasó mucho tiempo con él, ahora lo lleva y lo trae siempre que puede del entrenamiento y va a verle jugar al fútbol, deporte que le encanta desde siempre, y está muy orgulloso de lo bien que juega, viene emocionado diciéndonos: «¡Qué bien ha jugado el niño, qué golazo ha metido!».
        A los seis meses de nacer mi hermano, otra sorpresa en la familia: mi prima Marta, un cielo de niña, empezaba a parecer aquello una guardería, tantas ganas que tenían la abuela y él de tener nietos, pues toma nietos, tres en año y medio. Pero tenían tiempo y amor para todos, había que compartirlo y encontramos un sitio ideal para hacerlo: la casa de la sierra de los abuelos, en Sotillo de la Adrada, una casa muy grande y con piscina donde cabemos todos. Allí hemos compartido y compartimos momentos inolvidables. Como Marta llegó cuando había ya dos, se buscó su espacio ganándonos el corazón con su simpatía y su cariño. Ahora el mayor deseo de mi abuelo es verla por las mañanas bajar la escalera sonriendo para ir al colegio, y va a buscarla esperando encontrarla con una sonrisa al salir. Ella le dice: «Te quiero mucho, abuelo, que tengas un buen día», y eso y verla contenta le hace feliz.
        Y, por último, tres años después llegué yo, otra niña, pero ya están acostumbrados. Un nuevo juguete, la más pequeña, todos me han cuidado siempre, sobre todo mi prima Lucía que es la mayor, y también mi prima Marta es un gran apoyo para mí, nos cuidamos y apoyamos mutuamente. He pasado mucho tiempo cerca de los abuelos, porque, al contrario que mis primas, he vivido cerca. Y me han dado todo el amor y cariño que necesitaba. Por desgracia, son los únicos dos abuelos que he conocido, pero no han dejado que me faltase amor. He jugado con ellos posiblemente más que el resto. Ahora, todo lo recibo de mi abuelo al que quiero mucho y hago mucho reír, y con el que también me río mucho yo. El que me recibe con una sonrisa en la puerta del colegio y me lleva, orgulloso de que sea su nieta.

        Para nosotros el mejor ABUELO, PADRE, MARIDO Y SUEGRO.
        «Te queremos mucho, ABUELO, y estamos muy orgullosos de ti».

                                Lucía, Ángel, Marta y Elisa.