HOMENAJE AL AUSENTE DEL AÑO |
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Pepe nació el 30 de marzo de 1964 en la Cruz Roja de Córdoba, un niño grande y gordo, de 6 Kg que permaneció en la incubadora debatiéndose por continuar en esta vida y por fin...VENCIÓ. Y aquí le tenemos.
Vivió sus dos primeros años en su Santaella y, aunque no tiene recuerdos de ellos, sus padres y sus hermanas mayores le han contado historias y vivencias que le han hecho amar a su pueblo.
Salió de Santaella y llegó a Madrid junto a toda su familia el día de San José del año 1966, una época dura en la que, como muchas personas, tuvieron que emigrar y formar parte de esa gran familia de ausentes de Santaella.
En Madrid creció y estudió. Su colegio de Primaria fue el Colegio Público Ulpiana Benito y tras cursar dos años allí, continuó sus estudios en el Colegio Público Pío XII, donde empezó a socializarse y descubrir las relaciones con los otros niños. Pepe era un niño bueno, estudioso… pero, claro, se encontró con otros pequeños chantajistas que le decían: ”Si me haces los deberes, yo te protejo...” y así Pepe se llevaba bien con todos sus compañeros buenos y menos buenos.
Después pasó al Instituto Tetuán-Valdeacederas y empezó su bachiller en el turno de tarde. Aprendió a tomar sus propias decisiones, destacando por ser un buen alumno y amigo de sus amigos. Allí descubrió su conciencia social, la amistad, la lealtad, su primer amor… y vivió las experiencias propias de la edad.
Para Pepe siempre ha sido muy importante su familia, a la que ha tenido siempre presente. Sus padres hicieron que mantuviera una relación con su pueblo y cuando le daban las vacaciones escolares en verano, le mandaban junto a su hermana Pepa para Santaella, con la familia del Tejar: abuelos, tíos y primos…. Desde Santiago hasta la Feria, cuando eran recogidos por sus padres. Fue descubriendo su pueblo… el olor, color y calor… pero sobre todo a su gente, y cada vez estaba más deseoso de volver a él.
Se podría decir que Pepe tuvo una infancia feliz en Madrid, pasando buenos momentos con su familia, baños en el río Pardo, domingos en la Casa de Campo, viendo películas y comiendo pipas en su casa… y en su casa y sin darse cuenta estaban presentes las costumbres y tradiciones de su pueblo. Su padre, Pepito, se tomaba su vino fino que tenía en un barril chiquito, acompañado de su tapa y de la música que escuchaba, unas veces flamenco y otras saetas, según la época del año que tocaba. Su madre, Dolores, preparaba comidas del pueblo: sopaipas, salmorejo, gachas, migas, madalenas… también según en la época en que se encontraba. De sus hermanas Mari y Lola siempre obtuvo cariño y protección y de su hermana Pepa amistad y complicidad, al compartir experiencias de su vida.
De su juventud, ¡qué vamos a contar, si muchos de nosotros hemos podido compartirla con él! En Madrid estudiaba e incluso buscaba algún trabajo para sacarse un dinerillo y venir al pueblo en sus vacaciones. Trabajó los domingos en el rastrillo y un año recogiendo cereza junto a algunos de sus amigos de Madrid, era un muchacho muy dormilón, de sueño profundo, hablaba en sueños y le costaba mucho madrugar, pero se esforzaba, porque estaba deseando que llegara el tiempo de ir al pueblo, primero en verano, después en Semana Santa y luego hasta en Navidad. Así que siempre se encontró rodeado de gente a la que quería y le querían, como dice él: BUENA GENTE, LOS MEJORES AMIGOS… y formó su cuadrilla en el pueblo, encontrando amigos de los de verdad, marcándole la pérdida de algunos de ellos como Antonio, Pepe y Miguel, y fortaleciendo la relación con los que hoy estamos aquí.
Cuando empezó sus estudios universitarios en la Universidad Autónoma de Madrid, eligió Ciencias Biológicas, o las ciencias le eligieron a él, no se sabe muy bien. Tuvo un expediente brillante, que hizo que apostaran por él y pudiera continuar sus estudios de doctorado, siendo la investigación una faceta muy importante a la que dedicó y dedica gran parte de su tiempo. Y tanto investigar, pues no salía del laboratorio, allí le surgió la chispa de su gran AMOR, entre los choques de electrones de la rejilla de las muestras biológicas conoció a su mujer, Maite. Los dos pasaban mucho tiempo enjaulados en los laboratorios, entre probetas, placas, microscopios, ciencia, amigos y… amor.
Pepe y Maite se conocieron en febrero del año 1989, haciendo la tesis en el CBM en Madrid, ella en el laboratorio 310 y él en el 303, compartiendo la sala de microscopía electrónica. Estuvieron de noviazgo casi cuatro años, decidiendo que el día 26 de septiembre de 1992 se casarían, y se darían el "sí, quiero" para toda la vida. Fue en Vitoria, y algunos de nosotros pudimos estar con ellos.
A los tres meses de casarse, el 2 de enero de 1993 se marcharon a Washington, con una beca postdoctoral. Lejos de su familia, y aunque con tristeza y lágrimas en los ojos, se marchó con la mejor compañía y la máxima ilusión. Trabajaron duro, pero como hay tiempo para todo, en 1996 tuvieron a Rafael, su primer hijo. Aquellos años hicieron que se encontraran y se tuvieran el uno al otro, y Pepe iba descubriendo que su mujer junto a su madre eran las mejores personas con las que se ha encontrado en la vida.
A los seis meses de nacer su hijo volvieron a Madrid, como todos los inicios fue duro y, aunque echaba de menos algunas de las cosas de EEUU, estaba contento porque estaba en la tierra que quería y cada vez más cerca para poder visitar su pueblo. Pepe creció personal y profesionalmente, y también creció su familia, en 1997 nació su hija Ainhoa, también una enamorada del pueblo, y con el deseo de tener un tercer hijo, su sorpresa fue que le vinieron a pares, en el 2001 llegaron José y Miguel, los gemelos. Y creemos que de momento parando en la ampliación familiar. Sabemos que ha pasado momentos difíciles que ha superado, siempre cuidado por su familia, pero sobre todo por Maite, la mujer que le acompaña con infinita paciencia.
Laboralmente y como he dicho antes ha sido un hombre ante todo muy trabajador, ha logrado éxitos en sus investigaciones, publicando y siendo reconocido en su ámbito científico, compartiendo su conocimiento con colegas, tanto en su país como en el extranjero. Ya sabréis que ha compartido con nosotros muchos de los reportajes fotográficos que ha ido sacando por esos lugares del mundo.
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Buenas noches a todos los presentes y a los ausentes. Ante todo, recordar a nuestros familiares y amigos Miguel, Antonio y Pepe, que un día nos dejaron, pero que tan presentes están hoy aquí. Cuando Pepe me pidió que presentase este acto, tuve un doble sentimiento. El primero y más importante fue de orgullo, por tan merecido nombramiento. El segundo fue de miedo; miedo por no saber expresar todo lo que siento por mi amigo o no hacerlo correctamente. Tengo que reconocer que he pasado noches y noches dando vueltas en la cama, pensando en cómo enfrentarme a esta presentación, y desde luego sabiendo que me tendría que enfrentar a la emoción. Hablar en público para los que no estamos acostumbrados a ello no es nada fácil. Estar aquí arriba y mirar hacia los presentes parece la multiplicación de los panes y los peces… No quiero avanzar en la presentación sin decir que yo represento a toda la pandilla, y pongo en mi boca sus palabras. Pepe, nuestro amigo, la persona a la que hoy homenajeamos, se incorporó a la pandilla en los años 70. La pandilla era muy selectiva a la hora de elegir e incorporar a sus amistades. El chico alto, resultón, güenejón, formalito y, sobre todo, buena persona, pronto nos ganó a todos por su sencillez. Cuando nos visitaba en vacaciones de Semana Santa, le íbamos enseñando a no dormir la noche del Jueves al Viernes Santo, por supuesto con su juerga incorporada. En verano, comíamos banderillas picantes en la muralla, paseábamos por Santaella de noche, y con tu amigo Antonio Rivilla clasificabais los ronquidos de mayor sonido que se producían por la madrugada y que al día siguiente nos dabais cuenta de los detalles con mucho cachondeo. Te amoldaste bien a nosotros, a nuestras travesuras, peroles, fiestas… En fin, te adaptastes a la afamada "pandilla de Pepe Arroyo”. Pepe, esta noche se te nombra Ausente del Año, sin embargo la ausencia física no es nada comparada con la presencia sentimental. Esa presencia tuya casi diaria a través de las redes sociales (tema que dejo para que hable de él Cristobal Río, que con total seguridad no se inmuta al tener que hablar en público). Qué importante es la amistad, sobre todo a determinadas edades, en las que comprendes que no podemos dejar pasar ni una sola oportunidad de estar juntos. Los amigos no juzgan. Los amigos sufren con los problemas de los amigos. Los amigos disfrutan y se enorgullecen de las cosas buenas que les pasan a los demás. Si, además, se tiene la suerte de contar con la amistad de una persona de una calidad humana y grandeza como la de Pepe, podéis imaginar lo orgullosos que nos sentimos esta noche. Ser de un pueblo no es solo haber nacido en él, es sentirse parte de algo que antes de dejarlo ya estás pensando el volver, es disfrutar de sus gentes, de sus fiestas, alegrarse de sus logros y sobre todo sentirse y mostrarse querido. Así es nuestro querido amigo Pepe. Por esos motivos y acciones nos consta que, vaya por donde vaya, se le llena la boca al decir que es de Santaella. En la pandilla hemos pasado momentos y situaciones complicados y tristes para todos los que aún quedamos por aquí, pero también hemos vivido momentos de alegría, en los que recordamos a los que nos faltan y eso hace que de alguna manera sigan estando presentes, y creo que ellos han hecho que nuestra amistad sea más fuerte. En alguna ocasión durante el año, me llama Pepe y me dice: "Andrés, tal día voy para el pueblo, ¿qué te parece?". Yo le contesto: “Eso está bien, ya hablamos cuando falte menos". Y cuando va llegando la fecha, vuelve a llamar para concretar y me dice: “Ya tengo mariposas en el estómago de pensar que voy para allá”. Esto no lo puede decir ni sentir quien no esté enamorado de su pueblo… Para finalizar, recordar lo que decía nuestro querido Antonio Rivilla: ¡Qué desgracia quien no tenga un pueblo!
Andrés Somoza Mármol |
Queridos amigos y paisanos, querida familia: Desde que en la noche del sábado 5 de marzo la directiva de la Hdad. de la Virgen de la Soledad, mediantes Cristobal Río y Emilio Cabello, me comunicó (sin previo aviso) que era el Ausente del Año 2015, después de superar el “shock” emocional, he de confesar que estoy con un “hormigueo” interno mezcla de nerviosismo y alegría. Es difícil de explicar, pero creo que se debe a muchos sentimientos: de satisfacción, porque es un honor que se acuerden de mí para “estas cosas” y porque en estos días he recibido muchísimos saludos y mensajes de apoyo; de orgullo, o lo que sea más parecido, porque me dais este reconocimiento por mi amor al pueblo, a Santaella, que como os podéis imaginar, me sale solo desde hace muchos años; y de emoción, porque me he acordado, más si cabe, de muchas personas que ya no están entre nosotros. Le decía a mi mujer, Maite, que esto es tan importante como cuando leí mi tesis, porque en este caso es un título que me ha llegado al corazón. Quiero a mi pueblo a mi manera, que no es otra que con toda mi alma, quizá a veces demasiado idealizado pero, repito, me sale sin querer. Yo soy santaellano; nací en el pueblo, el 30 de marzo de 1964, hace ya casi 52 años, justo el lunes de Pascua. Después de muchos intentos y ya con tres hermanas mayores que yo, Mari, Lola y Pepa, que les decían las “cartonsitas” (se lo decía Juan el del kiosco del arco: “Cartonsitas, no salgáis a la calle que hoy llueve”) llegué a este mundo en la Cruz Roja de Córdoba, pero a pesar de ello en aquel tiempo nos inscribían en el pueblo. Mi padre, Pepito del Tejar, y mi madre, Dolores "Cartón", emigraron con sus hijos como muchos otros santaellanos, dos años después a Madrid. De esa época no tengo recuerdos, no me pude llevar el acento del pueblo, pero si guardo unas cuantas fotos, que ya sabéis que es lo que me gusta. Tengo una foto, de unos cuantos meses, sobre un cojín y con un caballo de plástico, que resulta que es una foto que tienen muchos niños de Santaella de esa época. Otra con treinta personas por lo menos en el patio de la casa de mis tíos, la Tita y Pepe “letrisista”, en el bautizo de mi primo Miguel, y la última en el paseo, el viejo paseo enfrente del Ayuntamiento, cuando le regalaron un televisor al párroco del pueblo D. Francisco. Después de varios años en Madrid, mis primeros recuerdos del pueblo empiezan una vez que vine con mi padre, a principios de los 70, cuando vivían aún mis abuelos en la casa que había en el entrada del Tejar chico. Recuerdo que esos días eran de frío y que dormíamos juntos. Pero mis ganas por Santaella empezaron en la Semana Santa de 1975: mi padre y mis hermanas Mari y Lola regresaron a Madrid con un montón de fotos, de los tíos y los primos, y de nazarenos y santos, y fue cuando me entraron unas ganas como nunca de ir a mi pueblo. Quizá eso quería decir que empecé a sentirme ausente. Mi padre sí que llevaba el pueblo siempre en su corazón; creo que con el tiempo valoró lo que tenía en Madrid, pero arrastró esa pena de dejar el pueblo durante muchos años. Conmigo consiguió que fuese un incondicional de Santaella durante toda mi vida. Yo sigo diciendo que soy cordobés, con el acento que tengo cuando lo digo, pero cordobés de nacimiento. Y mi madre, que era de La Carlota, siempre me ayudó cuando se dio cuenta lo que significaba el pueblo para mí. Con qué cariño me preparaba la maleta. La familia de mi madre llegó al pueblo porque su padre llevaba las tierras a un señorito, y vivió durante los años de su juventud en el cortijo del Garabatillo. Mi madre no fue la única que echó raíces en Santaella; mi tía Isabel también se casó con un santaellano, mi tío Antonio del huerto, también co-fundador de la Soledad, como mi padre. Este primer reconocimiento es por mis padres, primeros artífices de mi amor por Santaella, y por mis hermanas, que siempre me ayudaron, pero también por muchos más que han hecho posible que sea un ausente de verdad. Mi amigo Andrés me decía que no soy ausente, que soy el que va y viene; y de una u otra manera me lo han dicho muchos más amigos. Me alegro de que muchos me digáis que más que un ausente soy un presente. Pero esto tampoco hubiese sido posible sin mi familia del pueblo, mis tíos y mis primos. Mi tío Rafalito del Tejar, mi tía Dolores y todos mis primos, Paco, Juan, Loli, Ani, Rafael, Pepe, Mariano y Rosi. Y mi madrina Rosalía y mi tío Floreal y mis primas Angeli y Amadora. Siempre que llegaban la fiestas, no pasó ni una sola vez durante muchos años, hasta hoy, que no nos llamasen para que viniésemos a pasar juntos estos días, de Semana Santa o de Feria. Y nos juntábamos unos cuantos, incluida la familia de mi tía Salvadora en Barcelona. ¡Qué ejemplo han sido! Siempre que he podido les he dado las gracias y hoy no va a ser menos. Muchas gracias, queridos tíos y primos, que me habéis cuidado con cariño durante tantos años, que siempre me habéis animado a que venga a vuestra casa porque sabíais lo que me gusta el pueblo, y que me habéis tratado como a uno más. Y en mi caso no hablo de pasar unos días, sino de meses. Los meses de verano, desde Santiago a la Feria de septiembre que he pasado en el pueblo, nunca los cambiaría por nada y lo volvería hacer igual. Vivía el resto del año estudiando para que en la Semana Santa y en el verano pudiera estar aquí. Esos meses de mi juventud fueron maravillosos, y es que la juventud siempre es maravillosa, ¿verdad? Creo que ha sido muy importante en mi manera de ser que, de las experiencias importantes que vamos teniendo en la vida, muchas de ellas fueron aquí, con la gente de Santaella. Además, siempre lo he sabido, que como mis amigos de aquí no los hay en ningún sitio. Ya sabéis que me refiero a mi charpa (¡cuanto tiempo hacía que no usaba esta palabra!): Pepe Arroyo, Andrés Somoza, Emilio Cabello, Antonio Rivilla, Miguel Merino (para nosotros Perragorda), Jesús López, mi primo Miguel Martín y Jose Luis Alcaraz (el Lucas). Y también a Juanito (o Paco), que se unió mas tarde a nosotros para rejuvenecernos un poco, asi como Antonio. Y cuando les nombro a ellos también incluyo a sus mujeres, a mis amigas de siempre y para siempre, a Eva, María, Conchi, JuanaMari, Manoli, Valle, Juana, Ana y MariCarmen. Pero dejadme retroceder un poco, porque en esos últimos años de mi niñez disfruté por primera vez en mi pueblo lo que era jugar en libertad; jugar en el Tejar grande y en el Tejar chico, por el arroyo chinito, con mis primos y con Pedro sacando los ladrillos y cántaros cocidos del último horno de mi abuelo, coger higos directamente del árbol, bañarme en el “Peresón", dormir en la “posá”, con mi amigo Rafalín, o en casa de Inés, la peluquera, la madre de mi amigo Cristóbal. Eran cosas que en Madrid no podía hacer. Y todo eso iba calando en mí. Para colmo, gracias a mis primos del Tejar, me vestí por primera vez con la Hdad. de San Juan, allá por el 76. Eso fue el no va más, lo mejor que me pasó hasta ese momento. Recuerdo perfectamente el frío que pasé en la salida de Jesús ese Viernes Santo, pero más aún recuerdo lo que disfruté con doce años. Empecé a querer la Semana Santa de mi pueblo, única y especial. Me gustaría deciros que mi padre, que fue hermano fundador de la Soledad allá por el 47 si mal no recuerdo, nunca me reprochó que no me vistiese con las ropas de su hermandad; creo que se alegró porque sabía que había ganado un adepto incondicional de Santaella. Así lo entendí, y cuando me tocó a mí, también traté de hacer lo mismo con mis hijos, que les gustase el pueblo, y que no perdieran sus raíces, por lo menos la mitad de sus raíces. Pero sin forzarles, eso salió sólo en mi corazón y así lo he intentado con ellos. Cuando hablo de Santaella, hablo de sus gentes, de la familia y de los amigos. Eso es lo que me une a esta tierra, lo que me mantiene las ganas de volver, a pesar de lo doloroso que sea el día de regreso a Madrid. Los veranos de mi juventud en Santaella fueron, sencillamente, fantásticos. En aquellos años era muy distinto a los tiempos de ahora: la feria de Santiago era en la Sendilla o en la OJE, había uno o dos bares para los jóvenes (luego vino la discoteca), y la Feria, después de la función en la ermita del Valle, continuaba en el Arenal. Siempre recordaré a los Pontys y su Arrivederchi María, la primera canción lenta que bailé. Pero había una autenticidad, quizá porque todo era sencillo, en múltiples detalles del día a día que aún hoy los echo de menos: los paseos nocturnos por el Barrio Bajo y contemplar el cielo estrellado mas bonito que jamás haya visto; los baños, a veces peligrosos en el río o por la noche en alguna piscina privada; los peroles… Pero sobre todo, los amigos de mi charpa. Eramos un grupo muy diverso, lo que creo que nos unía más quizá porque nos hacía complementarios, de estudiantes, trabajadores del campo o trabajadores en los negocios familiares. Al principio, me unía lo bien que me lo pasaba con ellos, y también lo que aprendía con ellos porque todos eran algo mayores que yo. No mucho tiempo después, me di cuenta de que eran unas personas maravillosas. Para mi, más que buena gente, ya me entendéis. Las razones para volver a Santaella se multiplicarían en los próximos años… Y no salía de mi asombro cuando después de varios meses, cuando volvía al pueblo era como si nos hubiésemos visto el día anterior. Nadie me explicaba lo que había pasado en esos meses porque no hacía falta, ya me enteraría. A ellos les debo también este reconocimiento porque también contribuyeron a mi incondicionalidad con Santaella. Con ellos aprendí los valores de la amistad de verdad. Con ellos, como sabéis, también tuve que aprender lo que duele perderlos. Primero Antonio Rivilla, mi querido amigo Antonio, con el que me estuve escribiendo cartas durante años sin desfallecer; luego Miguel Perragorda, otro amigo fabuloso que rebosaba autenticidad. Y, espero que sea el último por muchos años, Pepe Arroyo, que me cuidó como cuidaba a todos, dándolo todo por sus amigos. Solo os cuento un detalle: cuando nos fuimos mi mujer y yo cuatro años a Estados Unidos a trabajar en los institutos nacionales de la salud, Pepe Arroyo me pagó la suscripción al diario “30 dias. El correo de la Campiña” durante esos 4 años y me mando por correo certificado el cartel de la Semana Santa del 93, donde salía por primera vez San Juan, junto con un video de la Semana Santa. Todos me han dado su amistad de por vida, me dejaron su casa, sus camas, su comida, sus madalenas y hasta compartieron el amor de sus madres, que me han demostrado constantemente lo que me quieren. Muchas gracias a todas ellas también. Pero estoy siendo injusto y me estoy dejando a muchos amigos sin nombrar, que espero que lo comprendáis, pero no os puedo tener aquí toda la noche. Gracias a mi otra pandilla, la de La Chica, Maria José, Lola e Isabel, y también a Rafa Carmona. Tengo multitud de detalles y anécdotas durante estos cuarenta años que llevo disfrutando conscientemente de Santaella, pero no os voy a tener aquí toda la noche. Mis hijos se creen que me conozco a todo el pueblo, y se desesperan porque los primeros días no damos mas de dos pasos sin pararnos a saludar a mis amigos. A veces se hace difícil explicar porque he tardado dos horas para ir a por jeringos. Pero he de confesar que esa sensación me encanta. Hace unos años decidí, por fin, meterme en las redes sociales, ya sabéis que me refiero al Facebook, y lo hice precisamente para estar mas cerca de las cosas de Santaella. Como muchos otros antes que yo, desde mi página web he querido aportar mi granito de arena y he subido muchas fotos familiares, casi todas ligadas a Santaella . La cámara de fotos quedaba cargada con las películas, en formato de 12, 24 o 36 negativos siempre que veníamos al pueblo. He regalado muchas de esas fotos a mis tíos, primos y amigos, pero afortunadamente muchos de esos negativos los conservo y hoy las puedo compartir con todos los amigos del Facebook y con todos los que queráis (sólo es cuestión de “pedir amistad”). Desde 1976 hasta hoy solo he faltado cinco veces a la Semana Santa, los cuatro años de Estados Unidos y el año siguiente al nacimiento de mis gemelos que estaban, como se dice en el pueblo, muy chiquitos para viajar. Y no me canso de verlas y recordar los tiempos pasados con cariño y nostalgia. Quiero aprovechar este momento para pediros una cosa, que participéis también compartiendo vuestras fotos familiares (las que se pueda, claro), porque es una sensación maravillosa cuando veo por ejemplo fotos inéditas de mis padres, de mis amigos o del pueblo y sus rincones. Y creo que hay personas muy capacitadas para canalizar toda esta información histórica y gráfica de manera documentada y accesible a todos los santaellanos, quizás desde el ámbito municipal. También comparto con vosotros las fotos de mis viajes, la mayoría por razones profesionales, por España y fuera de España. La idea tampoco es mía, la persona que me animó a esto fue Pepe Arroyo; recuerdo perfectamente que me dijo que hiciese muchas fotos en Estados Unidos para luego enseñárselas y que lo que vieran mis ojos lo compartiera con mis amigos de Santaella. Ese es el ánimo con el que lo hago y lo seguiré haciendo. De todos los viajes que he hecho por motivos de mi trabajo, recuerdo con especial cariño uno a Córdoba en el año 2010 con motivo del 33 Congreso de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular. En la conferencia invitada que di en la Facultad de Biología de la Universidad de Córdoba, tuve el placer de empezar mi presentación con una foto preciosa de Santaella diciendo que ahí había nacido yo. Me sentí, como se suele decir, profeta en mi tierra. En ese congreso quedé después con Maria del Valle Rivilla en una cafetería y no me fui a un hotel, sino que me vine esa noche al pueblo, ¿dónde mejor? No es cuestión de alargar mucho más este privilegio que tengo hoy para contaros lo que siento por Santaella y por qué lo siento. Y me he centrado sólo en los años de mi juventud, que quizá fueron los que más me marcaron, aunque también estoy disfrutando, más si cabe, estos años llamémosles de madurez. Pero aunque lo deje para las últimas palabras, no por ello es menos importante, sino al contrario, quiero dar las gracias a mi familia, a mi mujer Maite, y a mis cuatro hijos, Rafael, Ainhoa, Jose y Miguel, porque han sido artífices principales para que siga ligado a mi pueblo. No hace falta decir que Maite siempre ha estado muy a gusto con mi familia y mis amigos en el pueblo, si no ya habría dejado de venir, pero es cierto que al principio cuesta un poco entendernos si no eres de aquí. Gracias a todos los que me estáis acompañando en este momento tan especial para mí, amigos y familiares, a todos los que formáis parte de la Hdad. de la Soledad, de la Hdad de San Juan, también a los de todas las Hdes. de nuestra Semana Santa, y los de los Ausentes y Presentes de la Virgen del Valle, y al Ayuntamiento de Santaella porque todos sois responsables de este privilegio que hoy se me concede. ¡Viva Santaella!
José Ruiz Castón |