Homenaje al
AUSENTE DEL AÑO 2010
D.Lino Lechuga Carmona

PRESENTACIÓN:

Pequeña historia de nuestro paisano Lino Lechuga Carmona:

Nació en la calle Osario nº 22 de Santaella, al lado de su bonita iglesia, la catedral de la Campiña, un frío 24 de enero de 1928. Fue el más pequeño de sus cinco hermanos. Casi todos sus recuerdos de la infancia los tiene de su casa en el campo, porque a los 3 años aproximadamente su padre compró una huerta a la salida del pueblo. En ella vivían y trabajaban. Fue una época muy dura.

Recuerda que estuvo en la escuela sólo un año porque sobre los cinco años lo necesitaban en casa para acompañar a su madre, que estuvo durante mucho tiempo enferma. De aquellos momentos recuerda su cara y sus frases que se repetían en el tiempo y le decían: “Linito, que seas bueno”.

Con sólo ocho años vivió a su manera la guerra. Eran tiempos difíciles y en la huerta vivían todos, hermanas y sobrinos. Los hombres de la casa estaban en la guerra y él, aunque muy pequeño, ya era uno de los brazos de su padre, encargándose ambos de mantener la delicada situación familiar. Trabajaban la tierra, cuidaban de los animales, unas veces cabras, otras vacas y otras cerdos. Lo que obtenían era para comer en casa y para vender. En una yegua se desplazaba a los pueblos de alrededor a realizar su venta.

Ya sobre los dieciocho años sentía que tenía que volar y decidió asistir a clases de D.Adolfo por la madrugada. Debía aprender antes que nada, se decía y repetía. Pagaba con el escaso dinero que le quedaba después de enrasar la leche que vendía. No dijo nada en casa, pues entonces todo el dinero era poco. Pero avisaron a su padre de que lo veían por la madrugada en las calles del pueblo y él pensó que podría estar “maleándose” y con toda la rectitud que caracterizaba a su padre, le increpó en un tono muy duro, de tal manera que se puso de rodillas, pensando que le iba a pegar y suplicando que no lo hiciese, ya que le explicó que él sólo quería aprender y es a lo que iba tan temprano en la mañana.

Con solo veinticuatro años decidió marcharse y que Dios le acompañase a buscar su destino. Lo más duro, nos cuenta, fue la despedida con su padre que en un inacabable abrazo le decía: “Hijo mío, desde que naciste estoy sintiendo el latido de tu corazón y ahora te vas… me dejas desamparado…”. Lloraron juntos durante un largo rato.

Partió con solo 155 pesetas hacia Barcelona y, para que nos hagamos una idea, el billete de ida en tren costaba 450. Así que se montó en el tren y cuando detectaba al revisor, se bajaba fuese donde fuese y esperaba el siguiente tren para hacer lo mismo, hasta llegar a Barcelona. Estuvo trabajando allí unos dos años, pero el trabajo en esos años 50 no era bueno. Regresó a casa y entregó sus ahorros que fueron unas 6.000 pesetas. Tenía el objetivo de viajar a Canarias para desde allí embarcarse hacia América. Pero el misterioso destino de los hombres hizo que se quedase en Canarias. Tuvo que aprender a navegar por el gran océano de la vida. Permaneció durante unos tres años, haciendo múltiples y duros trabajos. El mejor, la venta de tejidos, en el que le fue yendo bastante bien. Volvió a la península para ver a su padre y con el propósito de volver a la isla, pero Santaella y sus gentes le acogieron y le atraparon en sus recuerdos. Ahora se sentía algo más y afrontó el reto de establecerse con su primer negocio de tejidos en Santaella. Conoció a su mujer, Elena, que ha sido su mejor e inseparable compañera en la lucha. Después de unos años decidieron ampliarse a Córdoba y en el transcurrir del tiempo llegó a tener seis negocios abiertos en la ciudad. Fue también muy duro, pero iban creciendo. Tuvieron tres hijos, a los cuales adora.

Sobre el año 75 hubo una gran recesión económica, en la que se vió envuelto. La fábrica principal que le servía la mercancía, Iberia, quebró y él, que tenía muchísima mercancía repartida con letras de cambio, no pudo nunca llegar a cobrarlas. Su vida se marcó durante unos diez años de unas circunstancias económicas adversas, después de las cuales volvió a resurgir. Estos años le sirvieron para hacerse más fuerte aún frente a la adversidad y para apoyarse más en la familia y para saber quién realmente era su amigo.

En estos últimos años ha descubierto la pasión por escribir. Escribir de la vida, sí, de la vida… y de su propia vida. En ella se recrea todos los días y en seguir pidiéndole a Dios que le dé fuerzas para afrontar lo que le quede de destino.

Ahora vamos a ver un vídeo de 25 minutos sobre su vida. Se lo han hecho sus nietos con motivo de su 50 aniversario, que fue hace un año. En él vamos a conocer más a nuestro amigo...

Cristóbal Río Bermudo


AGRADECIMIENTO:

Doy las gracias a todos mis paisanos de Santaella y en especial a los hermanos de la Hermandad de la Soledad que han tenido el gusto de dignificar mi vida invitándome como ausente. Os lo gradezco desde el fondo del alma.

Como habéis escuchado hace unos momentos en esta etapa de mi vida me dedico a escribir y este es un buen momento para que os lea alguno de los pasajes que os he escrito con motivo de este encuentro. Son cientos los que se me ocurren leeros pero me han dicho que intente ser breve, de lo contrario me deleito.

El primero es un escrito como yo le llamo a nuestro pueblo y mi nacimiento:

Admiración a mi pueblo que me vio nacer y crecer, Santaella. Santaella siempre fuiste ella, la más bella, la que nos diste el calor de las buenas intenciones a tus hijos, las buenas intenciones que respiraste hacia ellos. ¡Cómo te señoreaste en ser la más bella y la más perfecta¡¡. Me pregunto ¿cómo me encontré yo entre ella, si antes no pertenecía a ella?

Yo pertenecía al mundo de la oscuridad y al mundo de las densas tinieblas. En un mundo donde no existía, pero en el que brotó en aquella lejanía, una energía de vida. Se encendió una llamarada de luz viviente, con fuerza y con coraje, en un paraje del universo. En ese entramado de mundo, donde se gestó, el espíritu de mi alma y mi conciencia. Sí estaba lejos de ti sin forma ni vida y de repente aparecí viéndote a ti, Santaella. Venia del infinito, de la nada, esperando la gloria y la esperanza, esperando que entrara en mí una bocanada de vida con buen acierto. Esperando que germinara mi vida donde vida antes no tenía. ¡¡¡Gracias, Santaella !!!

Otro, a nuestro pueblo y a todos los ausentes:

Los ausentes fuimos hijos de la necesidad. De la necesidad de buscar un futuro más digno. Tuvimos que remontar el vuelo porque nos encontrábamos a ras del suelo. Fueron tiempos duros. Tuvimos el poder de la intención y la fuerza de la intuición. Tuvimos el coraje de ponernos en aras del destino y dejarnos caer de bruces donde creímos que soplaba más el viento. Hubo que aventurarse a ir en busca de un porvenir, porque no lo encontrábamos aquí. Pero nuestro pueblo nos arropó en nuestro camino. Santaella, sentiste celos de que tus hijos se fueran y así nos echaste el lazo de tu embrujo. Con ese lazo nos hiciste hijos indisolubles tuyos, para que no te olvidáramos, aunque estuviésemos alejados de ti. Entendiste que estos, son los destinos de los hombres y de los pueblos, pero no quisiste dejarnos volar solos. Sentimos en la distancia, la fuerza de la voluntad que todo lo alivia y todo lo supera. ¡Oh pueblo nos diste tanta compensación de amor, tanto cariño, tanto respeto e ilusión. ¡Cómo te señoreaste regalándonos tanto¡. Nos alejamos de ti, volvimos a ti, soñamos contigo, y cuando volvimos, en realidad nunca nos habíamos marchado.

Gracias, Santaella, por seguir aún abriéndonos las puertas del recuerdo y de la memoria, para que en ella se plasmen las vidas de tus hijos ausentes.

Otro, a la vida y la esperanza:

En los ojos de los jóvenes vemos las llamas de la vida pero en los ojos de los viejos vemos la luz. He vivido mucho y con mi luz puedo aún deciros que estéis donde estéis siempre hay algo hermoso que experimentar. Ahora mismo si miramos a nuestro alrededor y queremos podemos concentrarnos en todo lo bello que hay. También deciros que el conjunto de mis fracasos me dieron la fuerza para elaborar la realidad de mi vida, no me dejaron hundirme, hicieron que mirase más hacia arriba.

Yo no soy viejo todavía pero he llegado a un punto crucial de mi vida donde ni espero ni desespero. Solo me consuela vivir sin aflicciones, sin tensiones ni conflictos. Pase mi juventud sin placer y sin fortuna. Pase como una quimera. Después fui rico. Rico en saber y mi mayor fortuna vino con mis hijos y mi mujer. Ahora soy un hombre que he pasado los 83 años y os aseguro a quien desee oírlo, que aun se puede estar enamorado. Estoy enamorado en esencia y en existencia de mis hijos, de mi mujer y del reloj cósmico que dispone nuestros patrones de vida. Siento aún los desafíos de la vida y siento las oportunidades que se cruzan en mi camino cada día. Estoy enamorado de la razón de ser y la predestinación del ser. Enamorado de ese algo que no fui y de lo que he llegado a ser, siempre gracias a Dios. Nunca me preocupe por lo conseguido sino por lo que aun puedo conseguir. No me importó caerme, sino volverme a levantar.

Nunca me aferré a nada ni a nadie, pero si dejé la mente abierta al aprendizaje de la nueva realidad. Recordé a mi espíritu libre, que la mente es una fuente de ideas, ilusiones y ricos pensamientos. Siempre habrá luz en nuestro ser interno, si recuperamos nuestro paraíso interior, porque somos parte y centro de la creación. Vivamos blandiendo la espada del intelecto y la luz dorada del corazón. Hagamos lo que nuestra conciencia nos dicte y vayamos hacia donde el corazón nos lleve, sin esconder el rostro de los rayos del sol, y sin desfallecer en la hermosa misión. Tendremos una iluminación interna, para que no volvamos a caminar nunca jamás entre las sombras del temor y la duda. Con esta base hice el fundamento de mi propia vida y de mi propia historia, y me puse manos a la obra para ascender en ella, en lugar de esperar a que me la resolviera el tiempo. Hace ya muchos años que una frase marca mi vida y dice así “Cada día es una nueva vida para el hombre sabio”. Con ella aprendí a olvidar los ayeres y a no pensar en los mañanas. Cada mañana al levantarme me digo: “Hoy es una nueva vida”. Desde entonces conseguí tenerle mucho amor a la vida. Y ahora sé que no debo tener nunca miedo, con independencia de lo que la vida me reserva. Ahora sé que no debo temer al futuro. Ahora sé que debo vivir un día cada vez y que cada día es una vida para el “hombre sabio”. Ahora sé que todos soñamos con el mágico jardín de rosas que vemos en el horizonte, en lugar de disfrutar de las rosas que florecen al pie de nuestras ventanas. Ahora sé que todo aquello que anhelo conseguir es un hecho existente que ya está presente en mi espíritu. Solo me queda hacerlo.

Llegado este punto de mi vida solo puedo dar gracias a todo y a todos por ayudarme a vivir así la vida.

Lino Lechuga Carmona