.
El origen del ejercicio del Vía Crucis - debería decirse la Vía Crucis, puesto que vía es femenino, pero siempre se ha dicho así - es el deseo de seguir y venerar las huellas de la Pasión de Cristo en sus últimos y dolorosos momentos. Se remonta a los orígenes del Cristianismo, en los mismos lugares de Jerusalén donde sucedieron los episodios descritos. Según una tradición documentada en el siglo V, se nos presenta la Santísima Virgen recorriendo cada día los sitios donde su Divino Hijo había sufrido y derramado su sangre; en los lugares señalados se detenía, evocaba el recuerdo a la vez dulce y amargo, besaba el suelo y oraba.
En los oficios religiosos del Jueves y Viernes Santos en Jerusalen se recorría los lugares del Vía Crucis desde el inicio del Cristianismo. El Vía Crucis en Jerusalén fue una consecuencia natural e inmediata de la Pasión de Cristo. Pero no era tal como lo conocemos hoy.
Hasta el siglo X no se suele indicar división en estaciones y hasta el XIII no se determina el recorrido exacto por el que caminó por las calles de la ciudad llevando la Cruz. En los siglos XII y XIII comienza a hablarse de escenas o estaciones. Varios autores (Riccoldo, Sanuto, Pipin, etc) proponen algunas de ellas. Las primeras que toman cuerpo son la del Pretorio o Eccehomo, el consuelo de las mujeres piadosas o Nolite flere, el encuentro con su madre o Pasmo de la Virgen y la del Cireneo. Algunos sustituyen el encuentro con la Virgen por un episodio donde Jesús descansó, correspondiente a alguna de las tres caídas.
Juan Palomer (1422) cita cinco estaciones, que nombra en sentido inverso, desde el Calvario a la casa de Pilato: un descanso del Señor al pie del cerro, el Cireneo, el encuentro con las mujeres piadosas, el encuentro con la Virgen y el Pretorio. Pocos años después Jacobo de Verona y Jorge de Nuremberg añaden el episodio de la Verónica. A mediados del siglo XV las paradas del recorrido de los peregrinos son ya catorce y se empieza a llamarlas estaciones.
Pero no todos los creyentes podían ir a Jerusalén a seguir los pasos de la Pasión de Cristo in situ. Muchos trajeron reliquias e hicieron reproducciones de lugares santos. Santa Elena, madre del emperador Constantino el Grande, fue en esto extraordinaria. Llevó a Roma la Sancta Scala por la que Cristo hubo de pasar en el Pretorio y también tierra del Calvario para hacer en ella una reproducción de la Basílica de la Cruz, donde depositó reliquias auténticas (clavos, espinas, y el título INRI clavado en la Cruz). También se instaba a las peregrinaciones espirituales, imaginadas y sentidas, en las que las referencias y simbolismos eran importantes.
Con todo ello no fue raro que las estaciones del Vía Crucis fuesen también objeto de reproducción fuera de Jerusalén y la misma práctica del ejercicio del Vía Crucis - a modo de una peregrinación espiritual - cobrase enorme auge, especialmente después de que tras el fracaso de las Cruzadas, Jerusalen quedase definitivamente bajo el dominio del islam. Lo que más popularizó el Vía Crucis fuera de Jerusalén fue la peregrinación de Martín Ketzel, a finales del siglo XV. Quedó tan impresionado que a su regreso encargó al escultor Adam Kraft siete grandes monumentos que reprodujeran siete momentos del Vía Crucis : encuentro con María, el Cireneo, el encuentro con las mujeres piadosas, la Verónica, una caída de Jesús extenuado, la Crucifixión, el Descendimiento y Jesús difunto en los brazos de su Madre. Estas esculturas, llamadas popularmente caídas se hicieron enormemente famosas y fueron copiadas en muchas ciudades europeas. Al principio no se colocaba en los templos sino en las vías y lugares públicos. También inspiraron algunos textos piadosos que tuvieron gran resonancia. Entre estas obritas la del carmelita Jan Pascha, Peregrinación espiritual, es la más importante. Combinando las siete esculturas de Adam con otros siete episodios dolorosos venerados de antiguo en Jerusalén Pascha fija las catorce estaciones actuales. A partir de ese momento la proliferación de Vía Crucis fue extraordinaria, destacando en ello la orden de San Francisco. Uno sólo de sus clérigos llegó a erigir 567 Via Crucis en Italia.
La novedad llegó enseguida a España. Existió en Madrid hasta 1809 un Vía Crucis que salía del convento de San Francisco y terminaba en la calle del Calvario. Se cree que fue colocado a fines del siglo XV o principios del XVI. Hoy puede decirse que no hay templo cristiano ni oratorio donde el Vía Crucis no se halle instalado con mayor o menor suntuosidad. Algunos de ellos son verdaderas obras de arte de valor incalculable.
El Vía Crucis del Santuario del Valle es relativamente reciente. Se instaló poco antes del segundo centenario de 1952. Está colocado en el exterior del templo, en la cerca de obra que rodea el patio de entrada, adosado a los pequeños contrafuertes del recinto. Es de cerámica, hecho en La Rambla. Cada una de las placas originales está firmada por el pintor Alonso Jumilla y el taller donde se realizó, Cerámica Santa Ana.
Tanto por el frágil material como por lo expuesto de su situación el Via Crucis ha sufrido importantes deterioros. La primera y quinta estaciones tuvieron que ser repuestas hace pocos años pues las originales resultaron destruidas en sendos accidentes. La reposición se hizo respetando en lo posible el diseño y aspecto primitivos. Bastantes de las demás estaciones tienen grietas, desconchados y roturas.
En realidad este Via Crucis no parece tener un significado especial en el conjunto del Santuario ni en el sentir del pueblo; algo reciente, sin apenas tradición, sin demasiado arraigo... Pero para el visitante encontrar este Vía Crucis de cerámica popular en el exterior, con la campiña de fondo, sobre el muro encalado resulta muy evocador y agradable, algo singular que en nuestra opinión valdría la pena conservar y proteger.
Una reproducción impresa del Vía Crucis del Santuario se encuentra en la Ermita de Santa Rosa de Lima de Viladecans junto a la Capilla de la Virgen del Valle allí construida.
Pulse sobre las imágenes para verlas ampliadas.
Algunos autores han propuesto considerar la Resurrección como la decimoquinta estación, pero no han tenido mucho eco.
Felix Fabri añade en 1480 el episodio de la puerta judiciaria (la segunda caída), y divide el lugar del Calvario, considerado en conjunto hasta ese momento, en las cinco últimas estaciones, cada una con su propio lugar de oración y diferenciada de las demás ( desnudado, clavado, levantada la Cruz, el desconsuelo de la Virgen y el Santo Sepulcro). Ya quedó entonces el Vía Crucis prácticamente como hoy lo conocemos.