Homenaje a
NUESTROS MAYORES EN VILADECANS
Tertulia en memoria de Salvador Delgado.

(De la Revista de Feria 2005)

El pasado 23 de julio tuvo lugar en Viladecans, en casa de mi amigo Juan Delgado, un pequeño homenaje a los ausentes de más edad que viven en esta zona de Cataluña. Para los que no me conozcáis os diré que no soy santaellano pero a través de Juan tengo una estrecha relación con Santaella desde hace más de treinta años. Coincidí con Juan en la Universidad. Yo era entonces estudiante en el Hospital de San Pablo y él se encargaba de la intendencia de la Facultad. Hicimos amistad enseguida y rara era la semana que no dábamos alguna vuelta por Viladecans para tomar unas copas y disfrutar de la compañía de los amigos en un ambiente totalmente andaluz. Conocí también a su familia, pocas veces uno se siente tan a gusto como me sentía yo con todos ellos.

Visité Santaella por primera vez en 1976. He vuelto después algunas veces, menos de las que yo quisiera por falta de tiempo, la última en junio de 2004 por la boda de Fernando Delgado. Santaella significa para mí amistad, fiesta y generosidad. Dije que no soy santaellano, me refiero de nacimiento pues no he nacido allí, pero el entusiasmo de Juan por su pueblo es contagioso y hace tiempo que me siento santaellano de corazón. Colaboro también con Juan en la página de Internet sobre el pueblo que existe desde hace más de siete años. Pocas cosas hay de Santaella de las que yo no tenga al menos noticia. Será por todo ello y por nuestra vieja amistad que me ha pedido Juan que os cuente lo que en ese homenaje sucedió.

El acto se había convocado como una tertulia en recuerdo de Salvador, el padre de Juan, desgraciadamente fallecido hace ya tantos años. Los invitados eran gente que lo conocieron bien, sus paisanos y amigos Andrés Serrano, Luis Muñoz, Pepe Palma, Ramón Ramírez, Manuel Rivilla, Gerardo Estévez, Manolo Corral, Pepe Rivilla y Antonio Castilla. Algunos acudieron con sus esposas. También participó Romualda, la viuda de Salvador, que siempre nos sorprende por su extraordinaria vitalidad. Los hijos de Juan con sus esposas - incluso Fernando que vino de Santaella - sus nietos, sus hermanos Pepe y Pilar y unos pocos amigos tuvimos también el privilegio de estar presentes.

Se empezó a las siete y media de la tarde con una visita a la cercana Capilla de la Virgen del Valle situada en la ermita de Santa Rosa que algunos aún no conocían y pocos habían visto después del último remozado. La pequeña Virgen de bronce ha echado allí raíz. La capilla está preciosa y los participantes disfrutaron de aquel pequeño trozo de Santaella en Viladecans. Cada uno de los invitados recibió como recuerdo de la visita una fotografía de la Virgen del Valle de Viladecans especialmente dedicada a su nombre.

A continuación, en el patio de la casa de Juan que es también otro pequeño trozo de Santaella, la reunión alcanzó sus momentos más emotivos. Juan abrió el acto evocando con voz quebrada por la emoción la memoria de su padre Salvador y dando a todos una explicación del sentido del acontecimiento. Entregó a cada uno un díptico con fotografías retrospectivas como recordatorio. Romualda recibió un ramo de preciosas flores que habían traído para ella los amigos más íntimos. También se dio lectura a unos mensajes personales para cada uno de los participantes que había enviado José Bascón, el suegro de Juan, que fueron escuchados con mucha atención y cariño por parte de todos.

Se preparó una merienda al estilo del pueblo con pringue, chicharrones y tocino de panceta que había enviado José Toro; salmorejo, gazpacho, hasta un potaje que preparó Pepi, la esposa de Juan; las mujeres trajeron dulces hechos en casa y hubo hasta melones de José el de la Caserita que trajeron del pueblo sus cuñados Pepe y Mari. Todo sabía y olía a Santaella, hasta las flores que nos rodeaban y que tan bonitas tiene Romualda. Entre copas y tapitas se relajó el ambiente y aparecieron los recuerdos, las anécdotas, los momentos buenos y no tan buenos que el tiempo ha ido dejando atrás pero que aún guarda la memoria de nuestros mayores. Alrededor de las mesas había casi mil años de recuerdos vivos de una época que se nos está yendo a toda prisa. Tan a gusto estaban que los años se les iban quitando de encima por momentos. Sin previo aviso como es habitual, el amigo Gerardo arrancó con fuerza un cante dejándonos a todos con la boca abierta. Por su garganta no ha pasado el tiempo. ¡Qué arte, todavía! Poco después Manuel Rivilla hizo cumplidísimo honor al apodo por el que todos le conocemos - el Poeta - recitando un poema con un sentimiento que ponía el vello de punta. ¡Qué momentos más inolvidables!

El tiempo se hizo corto. Nadie tenía ganas de marcharse. Pasadas las doce, probablemente algo fatigados pero os aseguro que satisfechos y felices los invitados se fueron retirando. Se les acompañó en coches particulares para facilitarles el regreso.

Quiero felicitar a Juan y a ese pequeño círculo que siempre colabora con él - especialmente a los amigos José Luis Muñoz y Cristóbal Estepa - por la excelente idea y la perfecta organización. Con sólo un poco de tiempo, un mucho de ganas y poca cosa más se transformó la tarde de un sábado cualquiera en un acontecimiento especial. Nuestros mayores tienen mucho que contar y compartir, muchas cosas todavía que hacer y se sienten más vivos y más útiles cuando nos acercamos a ellos. Y nosotros somos más sabios después de haberles escuchado.

Feliz feria para todos.

FERNANDO HIDALGO