SANTAELLA, LUGAR CERVANTINO Y LA PERSONALIDAD DE ALONSO COLORADO
por Don Manuel López Ruiz
Funda su opinión el autor de este modesto trabajo en que Cervantes pasó un tiempo en la provincia de Córdoba, unas veces cobrando las alcábalas o tributos, y otras visitando a parientes próximos que aquí tenía, en cuyas casas pasó temporadas. Estos parientes llevaban su mismo apellido. Por falta de tiempo, no he podido investigar quienes eran estos y qué grado de parentesco les unía al gran novelista.
Existe en esta que siempre fue importante villa un Casino que aún se conserva, aunque mal cuidado y de él partía una cadena de murallas de las que quedan unos pocos restos. A un lienzo, cercano al castillo, le hemos conocido primorosas almenas, destruidas hace una veintena de años so pretexto de que daban gran peso a la misma. Esta destrucción debió haberse evitado por las autoridades ya que formaba parte del tesoro monumental de este pueblo y no podían en modo alguno constituir propiedad del dueño de la casa.
Vivió aquí un personaje llamado Alonso Colorado, cuya partida de bautismo se conserva en el libro 2.° de Bautismos del Archivo Parroquial de Santaella. (El libro Iº debe haberse extraviado). De esa partida envié hace algunos años una copia a mi buen amigo y compañero don Antonio Sarazá Murcia, académico de la de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, ya fallecido.
Con motivo del Centenario de Cervantes, habíamos hablado varias veces el culto y celoso párroco don Joaquín Muñoz León y el que esto escribe de celebrar una velada a la que fueran invitados los hijos más cultos de este pueblo y algunos de la capital, cosa no llevada a cabo por las muchas ocupaciones del señor Muñoz en su ministerio sacerdotal y atendiendo a la restauración del templo parroquial y a las no escasas que pesan sobre mí. Pero, a la insinuación de mi muy querido amigo académico y secretario de la docta corporación ya nombrada don José María Rey, y dejando a un lado quehaceres, acompañados del culto párroco hemos visitado al señor alcalde, que nos acogió amablemente y, expuesto nuestro proyecto, se mostró propicio a secundarlo, acordando la Corporación que preside dar el nombre de Alonso Colorado a una plaza del pueblo.
Hemos vuelto pues a revolver papeles y libros del archivo parroquial encontrando de nuevo la partida de bautismo, que copio a continuación:
Libro 2º de bautismos – Año 1546 – Folio 50 vuelto - Nota Marginal ‘El guapo de Santaella’. Septiembre 1546 En diez y siete días de este dicho mes se bautizó Alonso, hijo de Alonso Colorado bautizado por el vicario Nicolás .... (ilegible), padrinos Fernández Postigo y Gonzalo Páez Olniva y madrinas la señora Dª María Cabeza de Vaca y Dª Leonor, mujer de Andrés de Isla.
Afirman algunos cervantistas, y yo así lo creo, que en este personaje se inspiró Cervantes para escribir en la Primera Parte de su inmortal obra D. Quijote de la Mancha el capítulo XXII, haciéndolo protagonista de aquella famosa hazaña (se refiere a los galeotes).
¿Porqué le llamaban el Guapo de Santaella? Díganlo los que sepan más que este humilde autor.
En el libro titulado Por tierras de Andalucía de mi malogrado amigo Sr. Sarazá, aparece esta letrilla “Sí me llevas a galeras llévame por Santaella”. Parece esto indicar que como aquí vivía Alonso Colorado. “El guapo de Santaella” éste se encargaría de libertar a los forzados que iban a galeras.
Otro dato curioso quiero consignar. Existe una calle en esta villa que de tiempo inmemorial se llamó y sigue llamándose Ventanas de Doña Aldonza ¿Tendrá alguna relación este nombre con Aldonza Lorenzo, la Dulcinea del Toboso? Esta calle que da a los egidos tiene una vista panorámica preciosa. Consta de una sola acera y la otra debió formarla la cadena de murallas que circundaban al pueblo. La tal doña Aldonza debió de ser personaje, en aquella época en que los dones no se prodigaban.
Prometo a mis buenos amigos D. José María Rey Díaz. D. Antonio Ramírez López, paisano mío ya que aquí nació, y a mi dilecto amigo D. Rafael Castejón, seguir investigando entre estos papeles y libros quiénes fueran la doña Aldonza, quién el pariente de Cervantes que ilevaba su apellido y quiénes otros personales que aquí nacieron y vivieron. Y si fuera tan afortunado que encontrara algunas interesantes, quién sabe si ayudaría a hacer la Historia de Santaella, que tanto desea el sabio Doctor D. Enrique Luque.
Ha muchos años (cuando yo era muchacho) lei una crónica en la biblioteca de mi jefe el erudito y sabio cordobés D. Francisco de Borja y Pavón, Director de la docta Corporación que hoy preside el señor Amo, que el Gran Capitán don Gonzalo Fernández de córdoba estuvo preso en este castillo.
Sería curioso averiguar quién o quiénes mandaron hacer esta hermosa iglesia parroquial que tiene aspecto de catedral por su suntuosa fábrica de piedra, su púlpito primoroso, su sagrario de bella traza y una puerta que da al patio de campanas, bella muestra de estilo plateresco. Posee también una belIísima torre.
Cuánta falta me haria en estos trabajos de investigacíón que tuviera menos años, no tantos quehaceres y ser ayudado y dirigido por estos amigos ya nombraóos, que tan competentes son.
Voy a dar fin a este trabajo que ya va resultando largo y desaliñado, como mío, y me daría por pagado si mereciera buena acogida en gracia al buen deseo que en escribirlo puse.
Manuel López Ruiz
Maestro Nacional
B.R.A.C. núm 60 - 1948
ÉSTE ES EL CAPÍTULO DONDE APARECE LA REFERENCIA A LOS GALEOTES:
CAPÍTULO XXII de la Primera Parte de El Quijote:
De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir
Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia, que después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos; venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie: los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo:
—Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.
—¿Cómo gente forzada? —preguntó don Quijote—. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?
—No digo eso —respondió Sancho—, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.
—En resolución —replicó don Quijote—, como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.
—Así es —dijo Sancho.
—Pues, desa manera —dijo su amo—, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
—Advierta vuestra merced —dijo Sancho— que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos.
Llegó en esto la cadena de los galeotes y don Quijote con muy corteses razones pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa o causas porque llevaban aquella gente de aquella manera.
Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeotes, gente de Su Majestad, que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber.
—Con todo eso —replicó don Quijote—, querría saber de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.
Añadió a estas otras tales y tan comedidas razones para moverlos a que le dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo:
—Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo este de detenerles a sacarlas ni a leellas: vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.
Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él le respondió que por enamorado iba de aquella manera.
—¿Por eso no más? —replicó don Quijote—. Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas.
—No son los amores como los que vuestra merced piensa —dijo el galeote—, que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente, que a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar de tormento, concluyóse la causa, acomodáronme las espaldas con ciento, y por añadidura tres precisos de gurapas, y acabóse la obra.
—¿Qué son gurapas? —preguntó don Quijote.
—Gurapas son galeras —respondió el galeote.
El cual era un mozo de hasta edad de veinte y cuatro años, y dijo que era natural de Piedrahíta. Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, el cual no respondió palabra, según iba de triste y malencónico, mas respondió por él el primero y dijo:
—Este, señor, va por canario, digo, por músico y cantor.
—Pues ¿cómo? —replicó don Quijote—. ¿Por músicos y cantores van también a galeras?
—Sí, señor —respondió el galeote—, que no hay peor cosa que cantar en el ansia.
—Antes he yo oído decir —dijo don Quijote— que quien canta sus males espanta.
—Acá es al revés —dijo el galeote—, que quien canta una vez llora toda la vida.
—No lo entiendo —dijo don Quijote.
Mas una de las guardas le dijo:
—Señor caballero, cantar en el ansia se dice entre esta gente non santa confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y por haber confesado le condenaron por seis años a galeras, amén de docientos azotes que ya lleva en las espaldas; y va siempre pensativo y triste porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan y escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo de decir nones. Porque dicen ellos que tantas letras tiene un no como un sí y que harta ventura tiene un delincuente que está en su lengua su vida o su muerte, y no en la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera de camino.
—Y yo lo entiendo así —respondió don Quijote.
El cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual de presto y con mucho desenfado respondió y dijo:
—Yo voy por cinco años a las señoras gurapas por faltarme diez ducados.
—Yo daré veinte de muy buena gana —dijo don Quijote— por libraros desa pesadumbre.
—Eso me parece —respondió el galeote— como quien tiene dineros en mitad del golfo y se está muriendo de hambre, sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dígolo porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola del escribano y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover de Toledo, y no en este camino, atraillado como galgo; pero Dios es grande: paciencia, y basta.
Pasó don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro, con una barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa por que allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto condenado le sirvió de lengua y dijo:
—Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las acostumbradas, vestido, en pompa y a caballo.
—Eso es —dijo Sancho Panza—, a lo que a mí me parece, haber salido a la vergüenza.
—Así es —replicó el galeote—, y la culpa por que le dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero va por alcahuete y por tener asimesmo sus puntas y collar de hechicero.
—A no haberle añadido esas puntas y collar —dijo don Quijote—, por solamente el alcahuete limpio no merecía él ir a bogar en las galeras, sino a mandallas y a ser general dellas. Porque no es así como quiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; y aun había de haber veedor y examinador de los tales, como le hay de los demás oficios, con número deputado y conocido, como corredores de lonja, y desta manera se escusarían muchos males que se causan por andar este oficio y ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco más a menos, pajecillos y truhanes de pocos años y de poca experiencia, que, a la más necesaria ocasión y cuando es menester dar una traza que importe, se les yelan las migas entre la boca y la mano, y no saben cuál es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y dar las razones por que convenía hacer elección de los que en la república habían de tener tan necesario oficio, pero no es el lugar acomodado para ello: algún día lo diré a quien lo pueda proveer y remediar. Solo digo ahora que la pena que me ha causado ver estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero. Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan, que es libre nuestro albedrío y no hay yerba ni encanto que le fuerce: lo que suelen hacer algunas mujercillas simples y algunos embusteros bellacos es algunas misturas y venenos, con que vuelven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la voluntad.
—Así es —dijo el buen viejo—, y en verdad, señor, que en lo de hechicero que no tuve culpa; en lo de alcahuete, no lo pude negar, pero nunca pensé que hacía mal en ello, que toda mi intención era que todo el mundo se holgase y viviese en paz y quietud, sin pendencias ni penas; pero no me aprovechó nada este buen deseo para dejar de ir adonde no espero volver, según me cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja reposar un rato.
Y aquí tornó a su llanto como de primero; y túvole Sancho tanta compasión, que sacó un real de a cuatro del seno y se le dio de limosna.
Pasó adelante don Quijote y preguntó a otro su delito, el cual respondió con no menos, sino con mucha más gallardía que el pasado:
—Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías y con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con todas, que resultó de la burla crecer la parentela tan intricadamente, que no hay diabloX que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, víame a pique de perder los tragaderos, sentenciáronme a galeras por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor caballero, lleva alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en el cielo y nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras oraciones por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan buena como su buena presencia merece.
Este iba en hábito de estudiante, y dijo una de las guardas que era muy grande hablador y muy gentil latino.
Tras todos estos venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan grande, que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena y la otra de las que llaman guardaamigo o pie de amigo, de la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos. Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos y que era tan atrevido y tan grande bellaco, que, aunque le llevaban de aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir.
—¿Qué delitos puede tener —dijo don Quijote—, si no han merecido más pena que echalle a las galeras?
—Va por diez años —replicó la guarda—, que es como muerte cevil. No se quiera saber más sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.
—Señor comisario —dijo entonces el galeote—, váyase poco a poco y no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo, y no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé dice; y cada uno se dé una vuelta a la redonda, y no hará poco.
—Hable con menos tono —replicó el comisario—, señor ladrón de más de la marca, si no quiere que le haga callar, mal que le pese.
—Bien parece —respondió el galeote— que va el hombre como Dios es servido, pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no.
—Pues ¿no te llaman ansí, embustero? —dijo la guarda.
—Sí llaman —respondió Ginés—, mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares.
—Dice verdad —dijo el comisario—, que él mesmo ha escrito su historia, que no hay más que desear, y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales.
—Y le pienso quitar —dijo Ginés—, si quedara en docientos ducados.
—¿Tan bueno es? —dijo don Quijote.
—Es tan bueno —respondió Ginés—, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades y que son verdades tan lindas y tan donosas que no puedenX haber mentiras que se le igualen.
—¿Y cómo se intitula el libro? —preguntó don Quijote.
—La vida de Ginés de Pasamonte —respondió el mismo.
—¿Y está acabado? —preguntó don Quijote.
—¿Cómo puede estar acabado —respondió él—, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras.
—Luego ¿otra vez habéis estado en ellas? —dijo don Quijote.
—Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el bizcocho y el corbacho —respondió Ginés—; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir y en las galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro.
—Hábil pareces —dijo don Quijote.
—Y desdichado —respondió Ginés—, porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio.
—Persiguen a los bellacos —dijo el comisario.
—Ya le he dicho, señor comisario —respondió Pasamonte—, que se vaya poco a poco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde Su Majestad manda. Si no, por vida de... Basta, que podría ser que saliesen algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta, y todo el mundo calle y viva bien y hable mejor, y caminemos, que ya es mucho regodeo este.
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte, en respuesta de sus amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua. Y volviéndose a todos los de la cadena, dijo:
—De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad, y que podría ser que el poco ánimo que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros deste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria, de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó al mundo y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones, porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas —añadió don Quijote—, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.
—¡Donosa majadería! —respondió el comisario—. ¡Bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato! ¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos, o él la tuviera para mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante y enderécese ese bacín que trae en la cabeza y no ande buscando tres pies al gato.
—¡Vois sois el gato y el rato y el bellaco! —respondió don Quijote.
Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que, sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo malherido de una lanzada; y avínole bien, que este era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento, pero, volviendo sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mucho sosiego los aguardaba y sin duda lo pasara mal, si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran, procurando romper la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera que las guardas, ya por acudir a los galeotes que se desataban, ya por acometer a don Quijote que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho.
Ayudó Sancho por su parte a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el primero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y, arremetiendo al comisario caído, le quitó la espada y la escopeta, con la cual, apuntando al uno y señalando al otro sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban.
Entristecióse mucho Sancho deste suceso, porque se le representó que los que iban huyendo habían de dar noticia del caso a la Santa Hermandad, la cual a campana herida saldría a buscar los delincuentes, y así se lo dijo a su amo, y le rogó que luego de allí se partiesen y se emboscasen en la sierra, que estaba cerca.
—Bien está eso —dijo don Quijote—, pero yo sé lo que ahora conviene que se haga.
Y llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo:
—De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido; en pago del cual querría y es mi voluntad que, cargados de esa cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes, a la buena ventura.
Respondió por todos Ginés de Pasamonte y dijo:
—Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que sin duda alguna ha de salir en nuestra busca. Lo que vuestra merced puede hacer y es justo que haga es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced, y esta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo, a tomar nuestra cadena y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo.
—Pues voto a tal —dijo don Quijote, ya puesto en cólera—, don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas89, con toda la cadena a cuestas.
Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había acometido como el de querer darles libertad, viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y, apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien don Quijote, que no le acertasen no sé cuántos guijarros en el cuerpo, con tanta fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído, cuando fue sobre él el estudiante y le quitó la bacía de la cabeza y diole con ella tres o cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo pedazos. Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar, si las grebas no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán y, dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado de escaparse de la Hermandad que temían que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso.
Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y don Quijote: el jumento, cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras que le perseguían los oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra pedrada; Sancho, en pelota y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho.
El diario Córdoba convocó un Concurso en 1947 sobre el tema 'La ascendencia cordobesa de Miguel de Cervantes Saavedra' al que concurrió don José Rafael de la Torre y Vasconi con el presente texto. Posteriormente el Concurso quedó diferido y don José retiró de él su trabajo, que fue publicado en el Boletín de la Real Academia de Córdoba el año siguiente.
Nos ha enviado copia de ese Boletín el amigo Manuel Sauces Palma. Es un artículo bastante largo pero que nos parece de lectura muy interesante. La conclusión que sacamos es que Miguel de Cervantes nació en Alcalá, del mismo modo que el hijo de un militar puede nacer en Melilla, por ejemplo. Pero su ascendencia paterna era totalmente cordobesa, sus raíces fueron también cordobesas, allí volvió su padre a buscar apoyo en el abuelo cuando le fueron mal las cosas y allí pasó Miguel gran parte de su infancia. Os recomendamos vivamente la lectura. Está ligeramente resumido:
LA ASCENDENCIA CORDOBESA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
Con ocasión del cuarto centenario del nacimiento de don Miguel de Cervantes Saavedra, aparte de la acción del gobierno, obligada y meritoria, varios ayuntamientos y diputaciones provinciales convocan certámenes literarios en honor suyo. Algunas Academias salen de su letargo y también se aprestan a conmemorarlo y en Córdoba no la diputación ni el ayuntamiento ni siquiera la Real Academia sino el periódico Córdoba establece un concurso para premiar con la respetable suma de 1.000 pesetas el trabajo que demuestre la ascendencia del autor del Quijote y por añadidura si éste fue escrito en nuestra ciudad.
Apurados nos vamos a ver todos los concurrentes al mismo para aportar esos datos y noticias inéditas que se demandan en las bases. Además resultaría completamente inútil pues ya está hecha y agotada por Don Jose de la Torre y del Cerro desde hace más de veinte años y publicados los resultados esenciales de la misma en sus folletos La familia de Miguel de Cervantes y Cinco documentos cervantinos. En este último se formula fundamentado en documentos notariales el árbol genealógico de la ascendencia paterna toda ella cordobesa de Miguel de Cervantes hasta los tatarabuelos de ambas ramas. Algunas inéditas me ha facilitado de palabra y como al descuido pero las más importantes no ha querido dármelas a conocer pues ya las tiene comprometidas para una publicación que verá la luz este mismo año.
Hasta que don Cristobal Pérez Pastor no publicó su colección de documentos cervantinos hace unos 50 años no eran muchas las noticias que se conocían sobre la familia de Miguel de Cervantes y aún se hallaba en entredicho cual fue su verdadera patria. Desde luego su origen cordobés ni se sospechaba siquiera. El primero que dio con esa pista revisando los papeles del Archivo Universitario de Osuna fue don Francisco Rodriguez Marín en las pruebas de Juan de Cárdenas, aspirante a una colegiatura en el mayor de dicha villa en las cuales declaró como testigo el 9 de octubre de 1555 el licenciado Juan de Cervantes, vecino de Córdoba en la collación de Santo Domingo de 65 años de edad. A tan liviana noticia que sólo probaba la vecindad del abuelo y a otras de no mayor monta referentes a la familia del poeta Gonzalo de Cervantes Saavedra supuesto primo hermano suyo, que le comunicó don Rafael Ramírez de Arellano. Se redujo por entonces, año de 1900, todo lo averiguado acerca de la problemática ascendencia cordobesa de Cervantes.
Pasaron once años y en el verano de 1911 don Antonio de la Torre y del Cerro, catedrático actualmente en la Universidad de Madrid, y su hermano don José, entonces archivero de Hacienda, emprendieron unas investigaciones en el Archivo de Protocolos y encontraron varios documentos referentes a un bachiller Rodrigo de Cervantes que supusieron pudiera ser padre del licenciado Juan de Cervantes. Comunicada la noticia a don Francisco Rodríguez Marín obtuvo copias de los documentos encontrados y realizó algunas búsquedas con escaso fruto y marchó a continuarlas a Castro del Río, Baena, Cabra, La Rambla y Écija quedando don José de la Torre con la misión de proseguirlas aquí en Córdoba en el Archivo Municipal, que también tenía a su cargo, en el de Protocolos notariales y en los de varias parroquias. Así lo hace constar en su folleto 'La familia de Miguel de Cervantes Saavedra'.
La investigación cordobesa iba dando excelente fruto y ya preparaba don Francisco Rodríguez Marín para dar a la imprenta su colección de nuevos documentos cervantinos hasta ahora inéditos cuando don Adolfo Rodríguez Jurado publicó el 'Proceso seguido a instancias de Tomás Gutiérrez contra la Cofradía y Hermandad del Santísimo Sacramento del Sagrario de la ciudad de Sevilla', tema de su discurso de recepción en la Real Academia de Buenas Letras de la citada capital andaluza, celebrada el 11 de febrero de 1914. En dicho pleito intervino como testigo Miguel de Cervantes, manifestando en sus dos declaraciones prestadas los días 4 y 10 de junio de 1593 'ser vesino de la villa de Madrid y natural de la ciudad de Cordova'
La divulgación de tan sorprendente e inesperada noticia produjo gran revuelo en nuestra ciudad y para comprobar lo que hubiera de cierto respecto a lo manifestado por el propio Miguel de Cervantes se propuso para los Juegos Florales que se celebraron aquel mismo año, entre otros el siguiente tema: 'Córdoba como lugar de nacimiento, residencia o vecindad de Cervantes o de alguna persona de su familia'. De las memorias que se presentaron al concurso fueron premiadas las de don Francisco Rodríguez Marím, don Norberto González Aurioles y don Alfonso Adamuz Montilla de los cuales sólo el primero desarrolló cumplidamente el tema, dejando establecido que el licenciado Juan de Cervantes, abuelo de Miguel de Cervantes, fue natural de Córdoba; que doña Leonor de Torreblanca, su esposa, fue también cordobesa; y que los padres del licenciado Juan de Cervantes fueron el bachiller Rodrigo de Cervantes y doña Catalina de Cabrera, asímismo cordobeses.
Ocho años después, el 4 de noviembre de 1922 don José de la Torre y del Cerro dio lectura en el salón de sesiones del Excmo Ayuntamiento a su discurso de recepción en la RAC 'La familia de Miguel de Cervantes Saavedra, apuntes genealógicos y biográficos fundamentados en documentos cordobeses' fue el título y tema de su trabajo en el que aportaba cuantas noticias pudo recoger, muchas de ellas de su propia cosecha e inéditas hasta entonces respecto a los ascendentes paternos del autor de Quijote. El eco de los aplausos que le prodigaron aquella noche se apagó enseguida y su tarea investigadora, sólo en honor de Córdoba, cayó en el olvido muy pronto y por completo como lo prueba la información publicada en el periódico iniciador de este certamen, número correspondiente al miércoles 19 de febrero. Ni siquiera se cita a don José de la Torre entre los escritores que se han ocupado de la ascendencia cordobesa de Miguel de Cervantes Saavedra.
Reanudadas sus investigaciones en el Archivo de Protocolos hacia 1923, en el breve espacio de dos años consiguió el hallazgo de otro centenar de documentos cervantinos, algunos muy interesantes. Sólo se decidió a publicar cinco de ellos en el Boletín de la Academia, los absolutamente indispensables para rectificar y ampliar el árbol genealógico de Miguel de Cervantes y establecer sobre base firme y fidedigna el verdadero, y de una vez para siempre. Del contenido de tales documentos resulta que el padre del licenciado Juan de Cervantes no fue el bachiller Rodrigo de Cervantes, sino un Rodrigo Díaz de Cervantes, trapero, hijo de Pedro Díaz de Cervantes; y que los progenitores de doña Leonor de Torreblanca o Fernández de Torreblanca fueron el bachiller en Medicina Juan Díaz de Torreblanca hijo de un Rodrigo Díaz de Torreblanca y doña Isabel Fernández, hermana del famoso médico Maese Luis.
De los dos bisabuelos paternos de Miguel de Cervantes Saavedra el más famoso y de mayor relieve social fue el bachiller en Medicina don Juan Díaz de Torreblanca, digno suegro del licenciado Juan de Cervantes. Fue un hombre de viso en Córdoba durante el último tercio del siglo XV y primeros años del siglo XVI, bien relacionado, con excelente crédito científico y no escasos bienes de fortuna granjeados los más de ellos en lucrativos aunque no muy limpios negocios. Vino al mundo en esta ciudad andaluza algo mediado el siglo XV y fueron sus padres Rodrigo Díaz de Torreblanca, sin profesión conocida, y doña María Alonso, que enviudó con hijos pequeños por lo que casó en segundas nupcias con un bachiller, físico y cirujano, buena persona que ha pasado a la historia como compañero de Cristóbal Colón en su primer viaje a las Indias, como refiere don José de la Torre en la citada obra Beatriz Enríquez de Harana y Cristóbal Colón. Y tal vez debido a este segundo matrimonio de su madre con un médico Juan Díaz de Torreblanca siguió la carrera de Medicina, sin duda alguna en la Universidad de Salamanca como después haría uno de sus hijos.
La ejerció en Córdoba durante más de veinte años con gran éxito y bastante provecho y testimonios notariales existen de varias notables curas por él realizadas. En unión del bachiller Fernán Pérez de Oliva y del maestro Pérez de León fue alcalde de los físicos en diversas ocasiones. En varias ocasiones Juan Díaz de Torreblanca fue recusado por cohecho por lo que parece que fue hombre ambicioso, trapisondista, de pocos escrúpulos y carácter violento e irascible.
Con lo heredado de sus padres, la buena dote de su mujer, sus ganancias profesionales y otras no tan legítimas logró reunir una fortuna más que regular. Varias fincas de tierra calma, viñas y olivares en los alrededores de Córdoba y hasta un molino de aceite que aún conserva el nombre de Molino de Torreblanca.
Su salud siempre fue precaria y murió relativamente joven. Otorgó su primer testamento conocido en abril de 1498 y el segundo y último en marzo de 1503 pero aún vivió unos años más. En abril de 1512 ya había muerto.
Estuvo casado con doña Isabel Fernández, hija del rico mercader Diego Martínez y de Juana Fernández. Hermano de Isabel Fernandez fue Maese Luis, Luis Martínez, el más famoso de los médicos cordobeses del siglo XVI, aún conserva su nombre la calle donde vivió durante más de 30 años. Juan Díaz Torreblanca y su esposa Isabel dejaron nueve hijos, entre ellos Leonor, tal vez la primogénita.
Leonor contrajo matrimonio hacia 1503 con el bachiller en Derecho y luego licenciado don Juan de Cervantes. Leonor se ausentó de Córdoba en 1515 y volvió definitivamente a ella en octubre de 1553 para morir cuatro años más tarde en casa de su hermana María Alonso, en la calle Sillería.
Rodrigo Díaz de Cervantes, el otro bisabuelo paterno de Miguel de Cervantes Saavedra, era hijo de un Pedro Díaz de Cervantes. Fue trapero, lo que no significa lo mismo que ahora, sino comerciante de tejidos. Casó con Catalina de Cabrera de la que dejó tres hijos: Juan, María y Catalina.
Juan debió nacer hacia 1480. Bachiller en Derecho y luego licenciado. Cursó estudios en Salamanca. Ya en junio de 1500 era bachiller y poco después fue nombrado abogado del Real Fisco. En 1516 fue elegido Alcalde Mayor interino de Córdoba y al año siguiente, teniente del Corregidor. Desempeñaba la letradía de las Ordenanzas de los fuegos cuando se ausentó de Córdoba con toda su familia a principios de 1518. Residió en Toledo durante algunos meses, luego en Cuenca, Guadalajara, en Alcalá de Henares una larga y próspera temporada, en Ocaña, Plasencia anduvo hacia 1538 y aún después por Cabra, Baena, etc. desempeñando siempre cargos públicos de los que no siempre salió bien librado.
Alrededor de 1550 se retiró a Córdoba sin esperanzas de obtener nuevos destinos pero el Cabildo de la ciudad lo llamó de nuevo a su servicio en 1551. Falleció el 11 de marzo de 1556 y fue enterrado en el convento de Jesús Crucificado donde le siguió su esposa Leonor un año después. Juntos por fin en el mismo sepulcro aunque no siempre en vida bien avenidos.
Juan y Leonor dejaron cinco hijos: Rodrigo, Juan, Andrés, María y Catalina. Todos nacidos en Córdoba sin duda ninguna y bautizados en la iglesia parroquial de San Pedro. Los cinco acompañaron a sus padres en sus distintos cambios de residencia hasta que alcanzaron mayoría de edad y se emanciparon instalándose en algún lugar del tránsito. Juan, el segundo de los hijos, murió en Alcalá de Henares. Andrés, el tercero, quedó a vivir en Cabra. María murió soltera - aunque su madre Leonor la citase como viuda en su testamento, una mentira piadosa - y Catalina fue monja.
Rodrigo, el primogénito y padre de Miguel de Cervantes, contrajo matrimonio en Alcalá de Henares con Leonor Cortinas, natural de Barajas, de la cual nacieron siete hijos. Los cinco primeros Andrés, Andrea, Luisa, Miguel, Rodrigo nacidos en Alcalá de Henares. Más tarde trasladó su residencia a Valladolid por cuestión de un pleito con el Marqués de Cogolludo y allí nació Magdalena. A consecuencia de ese pleito fue encarcelado pero después puesto en libertad merced a la probanza de hidalguía. En octubre de 1553, buscando el amparo de su padre y su tierra de origen marchó a Córdoba donde probablemente nació el último de sus hijos Juan. Quedó en Córdoba hasta la muerte de sus padres y se instaló después en Cabra, Sevilla y tras un breve regreso a Córdoba pasó a Madrid, no regresando más a Andalucía hasta su muerte en 1585.
En este trabajo el autor no comenta nada sobre la infancia de Miguel de Cervantes en Córdoba, pero de otras fuentes hemos extraído lo siguiente:
Tras la salida de Valladolid después de una azarosa etapa, Rodrigo de Cervantes regresa a Alcalá donde permanece el tiempo suficiente para reconstruir su trastocada situación económica. A continuación decide poner rumbo a Córdoba (1553).
Llega a la ciudad acompañado únicamente por su madre, doña Leonor de Torreblanca, quedando en Alcalá su mujer y sus hijos. El reencuentro con don Juan de Cervantes, su padre, no tuvo un inicio muy cordial.
De nuevo, Rodrigo se ve envuelto en otro negocio de usura, pero, al parecer, con el transcurrir del tiempo, las relaciones entre padre e hijo van mejorando y don Juan le consigue trabajos de cirujano en la prisión del Santo Oficio y en el hospital de la Caridad.
Una vez establecido en la ciudad, Rodrigo decide traer a su familia. Es en Córdoba donde Miguel comenzará sus primeros estudios, aprendiendo a leer y a escribir, y demostrando un gran interés por la lectura. Estos primeros pasos académicos los dió en la academia de Alonso de Vieras, pariente de la familia Cervantes.
Más tarde, continúa su formación con los jesuitas cordobeses. El teatro de títeres y las representaciones ambulantes de Lope de Rueda dejarán en el joven Miguel una fructífera huella, así como la picaresca cordobesa de la época, que debió frecuentar en alguna ocasión.
El otro aspecto a tratar es si la obra de El Quijote pudo ser escrita o inspirada en Córdoba. Los cervantistas más estudiosos consideran que la primera parte de la obra fue fraguada en la cárcel pública de Sevilla durante su larga reclusión en la misma entre 1597 y 1599. No en su totalidad pero sí en gran parte. Hay que rechazar que la obra fuese escrita en Córdoba capital, cómodamente en casa de familiares, sobre todo porque a finales del siglo XVI ya no quedaba a Miguel de Cervantes Saavedra ningún familiar vivo allí, sino en Cabra y Lucena. Pero ¿pudo inspirarse en sucesos ocurridos en la época en esa provincia?
El cronista don Luis Marín Ramírez y de las Casas-Deza en su Historia de la Villa de Santaella recoge la siguiente tradición:
Es asímismo patria de Alonso Colorado, llamado el Guapo, que nació en 1535, el cual para adquirir este renombre hubo de ejecutar señaladas proezas de las que ignoramos se conserve memoria. Pero sabemos que del mismo modo que el famoso hidalgo manchego puso en libertad tres carros de galeotes por lo que se compuso una letrilla que reza:
Si me llevas a galeras
llévame por Santaella
Esta tradición fue acogida también por don José de la Torre en su folleto La familia de Miguel de Cervantes Saavedra y posteriormente por don Antonio Sarazá Murcia en un trabajo literario bastante documentado pero algo fantástico publicado en el Diario de Córdoba. La tradición tiene todos los caracteres de verdad histórica pues existió realmente Alonso Colorado, hijo de Miguel Colorado, bautizado en la iglesia parroquial de Santaella el 9 de junio de 1535 y del cual fue uno de los padrinos el jurado de la villa don Juan de Cervantes, fallecido diez años después sin dejar descendencia. Miguel de Cervantes estuvo en Santaella en el año 1589 y sin duda alguna allí cogería la referencia del suceso que luego se lo adjudicó al protagonista de su inmortal obra.
José Rafael de la Torre y Vasconi
Boletín de la Real Academia de Córdoba
Num 60 - 1948
Esta es en rasgos generales la genealogía paterna de Miguel de Cervantes. Algunos - pocos - aspectos parecen ser objeto de controversia. El más importante, el lugar de nacimiento de Rodrigo, padre del genial escritor, que J.R. de la Torre asegura en Córdoba y otros autores fijan en Alcalá de Henares, durante el periodo en que Juan de Cervantes se desplazó a esa ciudad, y otros más lo dejan incierto. También el lugar de nacimiento de Leonor de Cortinas, madre de Miguel, lo sitúa De la Torre en Barajas y más recientes trabajos en Arganda.
Este es un resumen de la biografía de los primeros años del escritor actuamente avalada por el Centro de Estudios Cervantinos:
No fue hasta mediados del siglo XVIII cuando Alcalá de Henares se confirmó como cuna de Miguel de Cervantes gracias al descubrimiento de su acta de bautismo fechada el 9 de octubre de 1547. Este documento, que localiza el hecho en la iglesia de Santa María la Mayor viene a despejar el conflicto entre las diez ciudades españolas que se lo disputaban como hijo.
La casa que le vio nacer, situada detrás del hospital de la Misericordia, ha perdido su estado original pues, aun siendo una construcción característica del siglo XVI, goza de unas comodidades difíciles de imaginar en los humildes orígenes de Miguel.Parecer ser que Los Cervantes comienzan en Juan de Cervantes, abuelo de Miguel.
Este nace en Córdoba en el año 1470, estudia en Salamanca la carrera de Derecho y se casa, hacia el 1500, con Leonor de Torreblanca. Establecido por su trabajo en Alcalá de Henares, en 1509 nacerá su segundo hijo, Rodrigo, que será el padre de Miguel.
Tras una vida itinerante, en el año 1538 don Juan de Cervantes y doña Leonor se separan. Ella quedará en Alcalá con dos de sus hijos y viviendo en condiciones muy precarias, mientras que él se establece en Córdoba donde se convierte en abogado de la Inquisición. Así, Rodrigo de Cervantes, establecido en Alcalá y tras un primer periodo de participación en la alta sociedad de la villa, comienza, tras la separación de sus padres, una nueva etapa bien diferente.
En 1542, ya casado con Leonor de Cortinas - única hija de un matrimonio de campesinos de Arganda que no aceptan el casamiento - comienza a ejercer el oficio de médico cirujano, oficio por aquella época poco reconocido y similar al de un artesano más. El matrimonio también es desaprobado por parte de Juan de Cervantes.
En el plazo de seis años nacerán, fruto de este matrimonio, cuatro hijos: Andrea, Luisa, Miguel y Rodrigo. Todo esto, junto con el mantenimiento de su madre, obliga a Rodrigo, novato todavía en su profesión, a trabajar en las tareas más humildes y aceptar al primero que llega por clientela. En marzo de 1551, y como consecuencia de su precaria situación, la familia al completo decide trasladarse a Valladolid, donde buscan un acomodo propiciado por la prosperidad de esta ciudad.
Las espectativas que empujaron a Rodrigo de Cervantes y su familia a trasladarse a Valladolid (1551) en busca de un mejor nivel de vida tornaron, en poco tiempo, en una realidad completamente distinta.
De esta manera, la familia Cervantes se instala con una gran profusión de medios en un piso del barrio de Sancti Spiritus. El optimismo de Rodrigo, en vista de su futuro éxito, le lleva a poner un criado a su servicio y buscar un ayudante. Pero todo el entusiasmo e inversiones realizadas no dan los resultados deseados a muy corto plazo, por lo que a finales de ese mismo año, y con el fin de saldar una deuda pendiente, se ve en la necesidad de solicitar un préstamo.
Le son concedidos cuarenta mil maravedíes, para ser devueltos en el siguiente año, pero al vencimiento del plazo acordado, Rodrigo de Cervantes es incapaz de pagar ni siquiera los intereses, con lo que en julio de 1552 ingresa en prisión y le son embargadas sus pertenencias, a excepción de las que doña Leonor de Torreblanca, su madre, libra poniendo a su nombre. A partir de aquí comienza una etapa en la que es liberado en tres ocasiones bajo fianza, ingresando de nuevo a continuación en prisión por su continua condición de insolvente.
Por fin, a principios del año 1553, y tras haber vendido el mobiliario de la casa alquilada para poder saldar sus deudas, es puesto en libertad y toma la decisión de abandonar Valladolid. Miguel de Cervantes, su hijo, por aquellos tiempos ya tenía cinco años
Tras la salida de Valladolid después de una azarosa etapa, Rodrigo de Cervantes regresa a su ciudad natal, Alcalá, donde permanece el tiempo suficiente para reconstruir su trastocada situación económica. A continuación decide poner rumbo a Córdoba (1553).
Llega a la ciudad acompañado únicamente por su madre, doña Leonor de Torreblanca, quedando en Alcalá su mujer y sus hijos. El reencuentro con don Juan de Cervantes, su padre, no tuvo un inicio muy cordial. De nuevo, Rodrigo se ve envuelto en otro negocio de usura, pero, al parecer, con el transcurrir del tiempo, las relaciones entre padre e hijo van mejorando y don Juan le consigue trabajos de cirujano en la prisión del Santo Oficio y en el hospital de la Caridad.
Una vez establecido en la ciudad, Rodrigo decide traer a su familia. Es en Córdoba donde Miguel comenzará sus primeros estudios, aprendiendo a leer y a escribir, y demostrando un gran interés por la lectura. Estos primeros pasos acaadémicos los dió en la academia de Alonso de Vieras, pariente de la familia Cervantes. Más tarde, continúa su formación con los jesuitas cordobeses. El teatro de títeres y las representaciones ambulantes de Lope de Rueda dejarán en el joven Miguel una fructífera huella, así como la picaresca cordobesa de la época, que debió frecuentar en alguna ocasión.
El equilibrio que Rodrigo había conseguido en Córdoba se ve truncado cuando en marzo de 1556 muere su padre, don Juan de Cervantes. Al año siguiente, fallece también su madre, doña Leonor de Torreblanca. Deciden así partir hacia Granada, desde donde- tras estar con su hermano Andrés-ponen rumbo hacia Sevilla, ciudad por aquel entonces en pleno desarrollo y considerada la más importante de la Península.
Como vemos, incluso en el menos favorable de los supuestos para nuestras tesis, el arraigo de los Cervantes en Córdoba era total, la verdadera cuna de la familia, siendo los nacimientos fuera de ella mero accidente por desplazamientos de trabajo.
Del 1 al 8 de octubre del año 2000 se reunió en Lepanto el IV Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas. En las actas de dicha reunión, que se publicaron bajo el título Volver a Cervantes se recoge también un estudio muy intersante titulado LA SUPUESTA HIDALGUÍA DE RODRIGO DE CERVANTES,
PADRE DELAUTOR DEL QUIJOTE , de Krzysztof Sliwa, en el que se vuelven a tratar aspectos de su biografía. Las actas completas son un enorme documento PDF de 1.265 páginas, que ya no está disponible en Internet. El artículo en concreto al que nos referimos es un PDF de 8 páginas (de 131 a la 136) que se puede descargar aquí y dice lo siguiente:
Rodrigo de Cervantes, sordo de la infancia, era hijo del licenciado Juan de
Cervantes, abogado de reconocido prestigio y de Leonor Fernández de Torreblanca,
heredera de la insigne saga de los médicos. Entre los 91 documentos de
Rodrigo pocos reflejan la gris y triste figura del humilde cirujano y casi
ninguno de los datos aclara su niñez, juventud, educación o ambiciones.
En cuanto a los documentos cervantinos aparecen hasta 6 Rodrigos de
Cervantes que no siempre han sido identificados correctamente por los
eruditos. Con respecto a la infancia, Rodrigo, Juan, su hermano, y Ruy Díaz de
Torreblanca, su tío, aparecen el 2 de abril de 1532 como testigos de María de
Cervantes ante el alcalde de Guadalajara, Francisco de Cañizares, para denunciar
a Martín de Mendoza, llamado El Gitano.
Referente a su juventud Diego
de Frías, vecino de Alcalá de Henares, declara haber visto jugar cañas en
aquella villa a Rodrigo de Cervantes y a «otro su hermano, que es muerto, e
jugar sortija con caballos buenos e poderosos». No es extraño que en aquel
tiempo los Cervantes pudieran codearse con las más ricas familias complutenses
después de ganar los seiscientos mil maravedís, consecuencia del pleito
contra Martín de Mendoza, arcediano de Talavera y Guadalajara. Quién sabe si
no fueron aquellos años los más rumbosos de la familia de Cervantes que
habitó en la calle de la Imagen, a espaldas del hospital de Nuestra Señora de la
Misericorida, fundado por Luis de Antezana el 8 de octubre de 1483.
Por lo que se refiere a la educación, Rodrigo sigue la profesión de su
abuelo materno, el bachiller Juan Díaz de Torreblanca, malograda en su tío
Ruy, proseguida en su otro tío Juan, dignificada en maese Luis Martínez, y
autorizada en maestre Juan Sánchez. Además, se cree que Rodrigo fue llamado
como su padre el licenciado, pero hasta ahora no se ha descubierto ningún
documento que manifiesta un tal diploma y solamente en los dos documentos
se llama «médico cirujano».
Rodrigo se casa antes del 6 de marzo de 1543 en un lugar no determinado
con Leonor de Cortinas, de Arganda. Desgraciadamente, no se ha encontrado
la partida matrimonial, sin duda, nada rumboso. Con Leonor tuvo siete hijos:
Andrés de quien no se sabe nada; Andrea que tuvo una hija ilegítima llamada
Constanza de Figueroa; Luisa que entró en el Convento de Carmelitas Descalzas
de Alcalá de Henares; Miguel, el autor de La Numancia, Rodrigo,
alférez quien luchó en la batalla de Lepanto, estuvo cautivo en Argel y murió en la batalla en Flandes; Magdalena la más íntima de las hermanas de Miguel;
y Juan, nombrado como heredero en el testamento de su padre.
En 1551 el padre de Miguel se marcha de Alcalá de Henares a la ciudad
del Pisuerga, Valladolid, la capital de España donde nace el rey Prudente. El
cambio de su domicilio se explica de dos maneras. La primera, que tuvo un
accidente ejercitando su profesión de cirujano con uno de los hijos del marqués
de Cogolludo, con tan mala fortuna que, al no conseguir sanar al enfermo, fue
tratado primero de incompetente y perseguido después por el poderoso caballero.
El 5 de noviembre de 1551 un desgraciado suceso vino a echar por tierra
todos los planes y a imponer diferente rumbo a la existencia de Rodrigo y su
familia. Este día Rodrigo asumía una obligación bajo la fianza de su hermana,
María, y de un tal Pero García, comprometíase a pagar a éste 44.472 maravedís,
de nombre Gregorio Romano, el día de San Juan del año venidero. No
obstante, Rodrigo no cumplió su promesa, y el 2 de julio de 1552 está preso en
la cárcel pública de Valladolid. Parece que el destino golpeaba a los Cervantes,
pues, en la misma prisión estaban detenidos, su padre el licenciado Juan de
Cervantes, su hijo Miguel, y su nieta Isabel de Cervantes.
El padre del autor de La Galatea estaba en una posición muy dificil, puesto
que tenía que atender, posiblemente a 8 personas, es decir, a su madre en los
años de invierno, a su hermana María, soltera y probablemente sin oficio, y a
su esposa Leonor, embarazada y contingentemente con 5 hijos a esta sazón.
Imaginasen cómo pudiera vivir la familia de Cervantes. Con certeza, era una
trágedia, sin tomar en cuenta que su hija Magdalena nace cuando Rodrigo está
aprisionado. Sin embargo, lo que sorprende es que su padre el licenciado Juan
de Cervantes, juez, con una buena reputación no le ayudó en absoluto y, su
esposa Leonor de Torreblanca alude solo una vez en el pleito que el licenciado
Juan de Cervantes está ausente de Valladolid. Además de esto, ninguno
de los familiares menciona la encarcelación del licenciado Juan de Cervantes.
¿Pero cuál es el propósito de ocultar este acontecimiento? Creo que bastó en
decir una palabra de parte de Rodrigo, de su madre o ver las actas del caso del
licenciado Juan contra Martín de Mendoza, para así ensayar la ejecutoria de
nobleza.
A pesar de ello, el 4 de julio de 1552 García de Medina, teniente de merino
mayor de Valladolid, se fue a casa de Rodrigo y embargó cerca de 55 bienes,
los cuales dio en guarda y depósito. Entre ellos: un repostero con las armas de
un castillo, unas cruces, tres libros: la Gramática de Nebrija, la Práctica de cirurgía de Juan de Vigo, y el estudio De las cuatro enfermedades de Lobera
y Ávila, una espada, mas un cofrezillo de joyas, una caja de cuchillos dorados,
y un niño Jesús en una caja de madera. Consecuentemente, Leonor de Torreblanca
presentó una carta de poder y una petición en defensa de Rodrigo,
diciendo que todos los bienes embargados fueron suyos. Pero mucho nos
tememos que todo fuera una argucia, pues, si de la familia alguien tenía, o
tuvo, bienes importantes, fue María y no su madre. Afortunadamente, los
bienes les fueron devueltos.
No obstante, existió un recurso legal muy usado para pedir la excarcelación
por ser «hijodalgo notorio de padre y abuelo de solar conoçido». Rodrigo
apelaba que el arresto era ilegal y solicitó su soltura con fianzas de la haz por
30 días con el objeto de hacer la probanza y pagar sus deudas, pero Romano se
opuso a la excarcelación y procuró retardarla a través de trampas y marrullerías.
Rodrigo no deja de luchar y explica ante muy poderosos señores que no
tiene «en esta villa ny casa, porque soy natural de alcala de henares e yo tengo
en ella y en otras partes my hacienda para poder pagar a las partes contrarias,
porque la renta que tengo es para pan cogido, y les he rogado que me esperen
hasta que lo cobre, e por me molestar no lo an querido hazer, e yo tengo
alegado ser hombre hijo dalgo e tengo dada ynformaçion dello».
El padre del manco de Lepanto hace valer su condición de hijodalgo «de
padre y abuelo de solar conocido» y a tal fin presenta el testimonio de varios
testigos. Entre ellos: Juan Sánchez de Lugo, Diego de Frías, Juan Oviedo,
Francisco de Toyuela, Fernando de Arenas, Diego de Alcalá, Fernando de
Antequera, y el catedrático de Medicina Cristóbal de Vega, y todos ellos ratifican
en su conocimiento de los Cervantes. Lo más curioso de todo es que el
12 de enero de 1553 Diego Díaz de Talavera, vecino de Alcalá de Henares,
esposo de Martina de Mendoza, ésta nieta del licenciado Juan de Cervantes,
figura como testigo de Rodrigo de Cervantes en el pleito contra Gregorio
Romano. Ahora bien, ¿cómo podría explicarse esta particularidad? ¿No tuvo
Rodrigo otros testigos? o ¿hacía trampas para conseguir la ejecutoria de
nobleza? Según la ley no era admisible presentar por testigos a sus familiares.
El 26 de enero de 1553, después de 7 meses de encarcelación, Rodrigo fue
puesto en libertad y cabe notar que no se conoce la sentencia, y el documento
publicado por Rodríguez Marín no aclara si pagó la deuda o no. Resumiendo
cuanto llevamos dicho, empiezo a sospechar después de estudiar los documentos
cervantinos que algunos datos desaparecieron para que la verdad no
saliera a la luz sobre algunas trampas de Cervantes. Además, es muy notable
que Rodríguez Marín publica todo el pleito y excluye la sentencia. Un caso
muy extravagante, pero no habitual en la documentación.
Ahora bien, el 30 de octubre de 1553 Rodrigo ya estaba en Córdoba,
firmando una escritura de obligación de 4.660 maravedís por razón de doce
varas de ruán y diez y ocho varas y una tercia de holanda. Probablemente,
estaba con su padre que vivió allí desde el 4 de diciembre de 1551, designado
como uno de los «letrados» de la ciudad, por ser de «los más antiguos e acreditados
que en esta ciudad hay». No obstante, con la muerte del licenciado
Juan de Cervantes en la ciudad de los califas no le quedaba mucho a Rodrigo,
ya que los demás parientes eran pobres, y su padre lo principal de su hacienda
dejo a su amante María Díaz. El único que quedaba muy bien situado de la familia de Cervantes, era Andrés, con excelente posición del alcalde mayor en
Cabra. ¿Adónde se dirigiría Rodrigo de Cervantes? para atender al sustento de
aquel familión, de mujer y sus seis hijos, con el producto de su menguada
cirugía. Se ignora su estancia, pero ya había aprendido después de las desdichas
por las mismas experiencias lo que su hijo expresaba en Coloquio de los
Perros que «al desdichado las desdichas le buscan y le hallan, aunque se
esconda en los últimos rincones de la tierra».
Parece que los Cervantes antes de establecer su domicillo en Madrid,
viveron en Alcalá de Henares, Córdoba y Sevilla. Lo
manifiestan varios documentos. Por ejemplo, el 30 de octubre de 1564 Rodrigo
entrega la carta de pago como vecino de Sevilla en la colación de San Miguel
a Juan Mateo. El 10 de abril de 1565 Rodrigo, vecino de Sevilla, otorga una
escritura de obligación en Córdoba. En Madrid, el 2 de diciembre de 1566,
Rodrigo recibe un poder de Leonor para cobrar los bienes que le corresponden
por muerte de Elvira de Cortinas, su madre, y el 19 de diciembre de 1566 se
vende una viña en el término de Arganda otorgada por Rodrigo y Leonor en
favor de Andrés Rendero por 20 ducados que suman 7.500 maravedís. A pesar
de ello, de mucha monta es el poder del 9 de enero de 1567, entregado por
Rodrigo para pleitear en favor de Andrés de Ozaeta, procurador donde consta
que «generalmente para en todos mis pleytos e causas, ceviles y criminales,
movidos y por mover, que yo hé y tengo y espero de haber y tener con qualquier
o qualesquier personas contra mi ansi en demandando como en defendiendo
». ¿Cuál fue la razón de este poder de Rodrigo? ¿Esperaba alguna apariencia
en la corte o el caso de Valladolid todavía estaba en marcha por no
pagar su préstamo o no poseer la ejecutoria de nobleza?
Otro aspecto que llama nuestra atención es la información de la limpieza
de sangre. El 22 de diciembre de 1569 Rodrigo sostiene que Miguel es hijo
suyo y de su mujer, Leonor de Cortinas, y presenta a los testigos que averiguan
la verdad. El primer testigo es Alonso Getino de Guzmán, alguacil de Madrid,
que jura que Rodrigo es «hombre de buena vida y persona tal que ante todos
los que conocen ha tenido por persona limpia que no ha sido sanbenytado ni
penetenciado ni por el santo oficio castigado… y que son habidos por buenos
hidalgos… limpios de toda raíz». El segundo testigo es Pirro Boqui, quien
jura que los Cervantes «no han sido de casta de moros ni de judios ni tiene raça
ninguna de ellos, antes los tiene por cristianos viejos, limpios de todos sus
aguelos ansi de parte del dicho Rodrigo de Cervantes como de la parte de la
dicha doña Leonor de Cortinas». El tercer y el último testigo es Francisco
Musaqui, conoce igualmente a Rodrigo y Leonor, y sabe que Miguel es su
hijo y son hidalgos. Consecuentemente, Rodrigo mismo jura que «ni yo, ni la
dicha mujer, ni sus padres, ni aguelos, ni los de la dicha muger hayan sido ni
somos moros, judios, conversos ni reconciliados por el Santo Oficio de la
Inquisicion ni por otra ninguna justicia de caso de infamia, antes han sido e
somos muy buenos cristianos viejos, limpios de toda raíz». Huelga decir que
Rodrigo eligió de testigos a Boqui y Musaqui, italianos conocidos en Roma,
quizás porque la información de la limpieza de sangre tenía por finalidad de
surtirse efecto en Roma. Pero no cabe duda que ningún testigo, ni el mismo
Rodrigo manifiesta una noticia documental de la hidalguía de Cervantes. Sea
como fuere, pero es presumible que no la tuviese entonces.
La muerte habría de llegarle a Rodrigo un trece de junio de 1585 al tener
setenta y cinco años. En su testamento cree firmemente en la santísima
Trinidad, confiesa la Santa Fe católica, pide que con esta carta su señor Jesu
Christo y su bendita Madre le perdonen sus pecados, y pide que le entierren en
el monasterio de Nuestra Señora de la Merced de Madrid.
Por los documentos legales de los que disponemos resulta indudable que
Rodrigo era un hidalgo respetado en su ambiente, un hombre inquieto,
luchador, pleiteante, y creyente de la Santa fe católica que poseía dibujos de
Jesucristo y cruces en su casa. Además, llega a «fingirse» muerto para que su
mujer, una «pobre viuda» obtenga la ayuda oficial que él no podía lograr. Su
vida fue como la de su padre el licenciado Juan de Cervantes y de su hijo
Miguel, un ir y venir por un sinfín de ciudades para poder asegurar el bien de
su familia. En cuanto a sus hijos, vio la riqueza y la pobreza, la felicidad y la
amargura, el desamparo de la fortuna y el dolor de ver a sus hijos batirse lejos
y ser héroes y cautivos. Tampoco sus hijas debieron colmarle de felicidad,
pues rodaron de amante en amante, siguiendo otra vieja tradición familiar,
excepto Sor Luisa de Belén. No obstante, muchas cosas coincidieron en el
transcurso de su triste existencia para afirmar que llevó una vida feliz.
Por fin, hay un dilema hasta ahora inconcebible, es decir, si el licenciado
Juan de Cervantes y su hijo Andrés, el alcalde mayor de Cabra, fueron los
hidalgos de hecho; ¿por qué no ayudaron a sacar a Rodrigo de la cárcel en
Valladolid? ¿Por qué Rodrigo estando detenido en Valladolid no mencionó el
encarcelamiento de su padre el licenciado Juan de Cervantes? para así probar
su hidalguía. ¿Qué sucedió con Andrés de Cervantes, alcalde de Cabra? quien
con seguridad consiguió su puesto debido a las influencias del licenciado Juan,
quien fue alcalde mayor de Cabra en 1541, y que según la ley debería estar en
posesión de la ejecutoria de nobleza. Quizás la dureza del corazón de ambos
contra la rebelde familia fuese tan severa que viviendo en opulencia y disfrutando
de sus puestos, olvidaron a sus parientes que pasaban hambre y miseria.
¿Fue una revancha por la separación de sus padres en Alcalá de Henares?
¿Eran judeo-conversos los Cervantes? Tampoco se sabe. Pero la caza de
conversos se ha convertido para algunos investigadores en un deporte apasionante.
Y como se han cobrado algunas piezas mayores se les ha despertado el
deseo de cazar la mayor de todas, Miguel de Cervantes Saavedra. ¿Hay
motivos serios para suponer alguna proporción de sangre hebraica en el autor
del Quijote? Su patria, Alcalá de Henares, tenía larga tradición en este aspecto,
pero este dato, por si solo, no prueba nada, sabiendo que la implantación de la
familia allí no era de larga fecha. De sus antecedentes familiares, lo único que
puede deducirse es que hubo dos médicos en la familia: su bisabuelo Juan
Díaz de Torreblanca que según testamento hecho en Córdoba en 1498, era
físico y cirujano, y su propio padre, Rodrigo de Cervantes. Del mismo modo,
es muy difícil probar que Catalina de Cabrera, esposa de Ruy Díaz de Cervantes,
bisabuelos paternos de Miguel, perteneciese a la clase noble, ni
tampoco que los Díaz de Torreblanca procediesen del ilustre linaje. A este
indicio añade Américo Castro sus frecuentes traslados de lugar, el casi nulo
favor oficial y sus frecuentes burlas y reticencias hacia los cristianos viejos.
Contra Astrana, cree que los Quijadas de Esquivias eran conversos. Por tanto
lo sería la mujer de Cervantes, pariente de ellos, y también de los descendientes de Francisco de Rojas. Este argumento, y el de la profesión médica del
padre me parecen tener alguna fuerza. En contra puede alegarse, no la información
que obtuvo de limpieza de sangre, que ya sabemos como se obtenía,
sino el tono despreciativo en que habla de los judíos.
Según Astrana, el Manco no se pagó de una ascendencia ilustre; pero
tampoco olvidó nunca que era hidalgo y que por tal quería se le tuviese. Se
deduce esto de hecho de que ni él ni ninguno de sus hermanos hubiera
adoptado el «apellido de la madre». Sin embargo, no se conoce de modo irrefutable
el lugar en que radicara su casa solariega, ni hay noticias de su ejecutoria,
que, a estilo del tiempo, debería estar escrita en pergamino y sellada con
nuestro real sello de plomo, ni se sabe su particular escudo de arma. Cervantes
fue cordobés por sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos paternos y su ascendencia
no pertenecía a la alta nobleza. No tenía ganada una modesta ejecutoria,
aunque por hidalga se la reconociese, y toda la familia provino de la clase
media; gente acomodada un tiempo, que decayó más tarde, hasta el punto de
que algunos de ellos hubieron de ejercer humildes oficios manuales para vivir.
José de la Torre y del Cerro opina que la familia de Cervantes no tenía ganada
ejecutoria de hidalguía, porque, de tenerla, a Rodrigo le hubiera bastado exhibirla
o citarla, al momento de ser encarcelado.
Finalmente, la famosa ejecutoria de nobleza de la familia de Cervantes es
una de las trabas más importantes y todavía no aclarada. Ni se deduce de los
ascendientes del propio, ni de testimonio alguno de antiguos tiempos, a pesar
de que el 4 de junio de 1593 Miguel proclama «ser hijo e nieto de personas que
han sido familiares del Santo Oficio de Córdoba».