Conociendo a
RAFAEL RUIZ GONZÁLEZ
Quien se acerca a la historia y la cultura de Santaella descubre a unos cuantos personajes que han tenido —y algunos aún tienen— un importante papel en el devenir del pueblo. El más notable de ellos, don Miguel Vicente Fernández Alcayde, en el siglo XVII. Y más recientemente, entre otros, D. Pablo Moyano Llamas y D. Rafael Ruiz González.
Rafael es santaellano desde el 15 de junio de 1937, cuando vino al mundo junto a la Iglesia, en la Casa Parroquial, entonces cedida por el Párroco D. Ángel López Crespo a diversas familias humildes de la localidad. Fue el tercero de los seis hijos de Antonio Ruiz Luna y Carmen González Urbano.
Hasta los doce años, Rafael estudió en el pueblo, en la Escuela Unitaria de Enseñanza Primaria del Maestro Nacional D. Francisco Palma Costa. Muchacho inteligente y despierto, destacó en los estudios desde el principio por lo que se le ofreció la oportunidad de continuarlos en el Seminario Conciliar de San Pelagio, en Córdoba. No era fácil por entonces que el hijo de una familia modesta recibiera más educación que unos pocos cursos de Primaria y algún oficio manual. Sería una etapa dura, lejos de la familia; aun así el muchacho aceptó, movido por la fe y su ansia de aprender.
Tras diez años dedicados al estudio de Humanidades, Filosofía, Teología y Música, Rafael, ya con veintidós y sin haberse ordenado sacerdote todavía, sintió la vocación de crear una familia. No era el sacerdocio el único modo de vivir la fe en Cristo. Dejó a un lado el Seminario para continuar estudios en la Escuela Normal de Magisterio de Córdoba, donde obtuvo el título de Maestro Nacional en 1961, año en el que también oposita al Cuerpo de Magisterio Nacional y obtiene plaza.
En el 62 y 63, con más de veinticuatro años, realiza el pendiente Servicio Militar obligatorio en el Regimiento Mixto de Ingenieros de Ceuta. Cuando regresa ejerce de Maestro Nacional en diversas escuelas de Puente Genil. Dos objetivos tiene en la cabeza: casarse y perfeccionar su formación. Y los cumple; en 1965 se matricula como alumno libre en la Facultad de Filosofía y Letras (Especialidad de Lengua y Literatura Españolas) de la Universidad de Granada, estudios que compagina con su trabajo como maestro. Y el 6 de agosto de 1966 se casa con Dª Encarnación Jiménez Serrano, también santaellana, y con la que tendrá dos hijas: Encarnación y Sofía.
Seis años más tarde obtiene el Título de Licenciado en Filosofía y Letras, y en 1978 se presenta a Oposiciones al Cuerpo de Profesores Agregados de Bachillerato, en las que consigue plaza. Ese mismo año la familia se traslada desde Puente Genil a Córdoba, ya como Profesor Agregado de Literatura en los Institutos "López Neyra" (79-80) y "Séneca" (81-97). Aún en 1980 encontrará tiempo para perfeccionar sus estudios de Solfeo en el Conservatorio Superior de Música de Córdoba.
Esta es en pocas líneas la trayectoria profesional de Rafael Ruiz, un hombre a quien su vocación humanista no apartó de vivir una vida plena, ni vivirla lo ha apartado de su vocación de saber. Puede parecer ahora una vida fácil, sin sobresaltos, pero detrás de su éxito profesional y personal hay mucho tesón y sacrificio. No debió de ser fácil trabajar como maestro y a la vez estudiar otra carrera universitaria para un hombre casado. Ni superar dos oposiciones nacionales. Pero Encarna siempre ha sido su mejor apoyo. Él tenía clara la respuesta a dos preguntas fundamentales: ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué he de hacer para conseguirlo? Y lo hizo. Donde se pone tiempo y trabajo siempre sale fruto.
Rafael salió de Santaella con doce años, pero nunca se fue lejos: Córdoba, Puente Genil, otra vez Córdoba... Se casó con una santaellana, sus hijas lo son de corazón. Y la mayor parte de sus actividades a nivel personal han girado también en torno al pueblo.
SONETO BIOGRÁFICO-ESTRAMBÓTICO
Con alas de polluelo paviniño
volé del nido familiar un día;
yo no sé ni siquiera si sabía,
sin tan siquiera ser barbilampiño.
Mas fue sincera a gritos, níveo armiño
la entrega con que amé la clerecía;
se me fue la ilusión por otra vía;
cosillas de la vida y del cariño.
Y amé como yo suelo amar: a mares,
volcánico, a raudales. Por entero
fui quemando mi vida entre escolares
siempre enseñando y aprendiendo. Ibero
producto de mi tierra y sus cantares,
nací cordobés, pero andaluz muero.
Y al final del sendero,
este epitafio: "Aquí olvida olvidado
Rafael, romanticón, enamorado".