EL ARTE EN SANTAELLA
ARQUITECTURA RELIGIOSA
Dominando la población desde lo más alto de ella, en la llamada Villa Vieja, se encuentra la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, uno de los edificios más monumentales y de mayor categoría de la provincia de Córdoba. En su lugar ya existió una vieja mezquita musulmana de época califal, o sea del siglo X, que pasó a convertirse en templo cristiano una vez que Santaella fue incorporada por Fernando III el Santo en 1241. Este recinto, que tuvo cuatro naves de no mucha altura y techos de madera, se mantuvo como iglesia durante siglos demoliéndose al ser formado el nuevo cuerpo de naves en el siglo XVII. Pese a ello aún quedan algunos vestigios del mismo, incluido el patio meridional, aunque éste y sus dependencias vecinas acusan obras mudéjares practicadas una vez puesta la antigua mezquita en manos cristianas. Dicho patio, no muy grande, tiene dos arcos de medio punto por lado, salvo en el flanco que pega a la iglesia donde son apuntados. En dependencias vecinas se ven otros arcos ojivales de ladrillo elevados en pilares octogonales de piedra, conservándose además el bello artesonado mudéjar de la que fue capilla de Ánimas con sus tirantes decorados con los típicos lazos estrellados que asimismo se ven en el paño central de la techumbre.
En el lado contrario del evangelio (Ver el glosario al final de la página para una mejor comprensión de los términos arquitectónicos) se llevaron a cabo las siguientes obras, ya en el siglo XVI. Exactamente en 1527 se concluyó la torre que años antes se había iniciado por mandato del obispo fray Juan Álvarez de Toledo, corriendo con la construcción Hernán Ruiz I. Propia de un gótico tardío dicha torre presenta robusto y esbelto fuste octogonal, rematado en hilera de arquillos trilobulados con ménsulas, que en todo recuerda la que décadas antes se hizo en la parroquia de San Nicolás de Córdoba, aunque ésta de Santaella también incorpora algunos ornatos renacentistas. Los daños sufridos en el célebre terremoto de Lisboa obligaron a que se reconstruyese el campanario entre 1771 y 1773 con la intervención de los maestros Martín Ruiz y Francisco Carrasco. Este nuevo campanario se eleva en dos cuerpos cuadrados decrecientes con medios puntos entre pilastras, sosteniendo las del último frontones curvos que a su vez sirven de asiento a un bello capitel de perfiles cóncavos con decoración de placados. Pese a éstas y otras decoraciones de estirpe barroca el conjunto del campanario avanza hacia el neoclásico. Dentro de la torre se formó una pequeña capilla asimismo gótica, con bóveda de tercelete e ingreso apuntado de doble arquivolta que todavía se ve adosada al cuerpo de naves. Por encima de ella se abre una bella portada plateresca que da al patio septentrional de la parroquia. Lo mismo que la torre luce las armas de fray Juan Álvarez de Toledo lo que le da semejante cronología a pesar de su estilo diferente. También puede considerarse obra de Hernán Ruiz I ofreciendo rasgos comunes con otras de este maestro como la de La Rambla.
Tiene medio punto flanqueado por columnas de fustes terciados y sobre ello nicho avenerado (ver glosario) , todo recubierto de grutesco de gran finura aunque asimismo perviven motivos de tradición gótica. En suma, se trata de una obra de gran interés que puede figurar entre las más tempranas manifestaciones del plateresco cordobés.
Durante la segunda mitad del siglo XVI se llevó a cabo la empresa arquitectónica más importante de la parroquia, su grandiosa capilla mayor de cantería que entonces se formó adosada al límite oriental de la antigua mezquita. Se empezó en 1559 con proyecto del célebre Hernán Ruiz II - quien además figuró como director de las obras - y tras su muerte en 1568 quedó en manos del tercero de los Hernán Ruiz. La envergadura de la construcción hizo que se prolongara hasta los primeros años del siglo XVII, ahora teniendo por maestros mayores a Juan de Ochoa y Blas de Masabel. Fruto de estas obras es una impresionante y gigantesca capilla cuadrada con altos nichales en cabecera y muros laterales que albergan bajo sus arcos serlianas, que igualmente se repiten al exterior, con pedestales de decoración geométrica y pilastrillas acanaladas. Sobre esos nichales también se abren ventanas con aparatosos marcos, que incluyen hornacinas y aletones cóncavos de encuadre. Este espléndido conjunto renacentista, uno de los mejores de la provincia, se corona con la gran cúpula casetonada que a partir de 1600 construye Juan de Ochoa, tan majestuosa que llega a evocar la del Panteón de Roma. Si este interior es único no menos lo es su exterior, que deja ver un monumental volumen de sillería, que domina sobre toda la población y su campiña, haciendo honor al célebre dicho. En los laterales sobresalen los muros de los nichales decorados en su remate con esas serlianas ya comentadas, acogiendo la del lado de la epístola un grupo de la Anunciación, de bello estilo renacentista y grandiosidad miguelangelesca; corresponden estas labores escultóricas al entallador Francisco Fernández y a los años 1572-73. En el lado del evangelio sólo se ven unas figuras alegóricas en los óvalos de encuadre.
Una vez terminada esta empresa era mucha la cabecera para lo poco de las viejas naves de la mezquita musulmana. Así, se hacía preciso formar un nuevo cuerpo de iglesia en consonancia con aquélla lo que se puso en práctica a partir de 1668, dando las oportunas trazas el maestro mayor del obispado Juan Francisco Hidalgo. Éste formó una gran nave abovedada de aristas y otras dos menores con cuarto de cañón (conservado sólo el del evangelio), separándose a través de tres amplios arcos de medio punto por lado con sus respectivos pilares prismáticos de piedra. Sus enjutas ofrecen una muy interesante decoración barroca de envolutadas bandas con hojarasca, flores y frutos, todo ello de tratamiento carnoso y abultado. El propio Hidalgo proyecta en 1680 la portada de los pies con parejas de pilastras y fragmentos de frontón curvo que encuadra un ático con nicho avenerado y tímpano triangular, componiéndose así un conjunto grandioso y de especial empaque. Junto a ella hay otra portada de mediados del siglo XVIII que da acceso al pequeño claustro.
Dentro de la población, en el extremo opuesto a la parroquia existe otra iglesia, la ermita del Santo Cristo de la Vera Cruz, cuya existencia ya está documentada en el siglo XVI aunque su aspecto actual debe mucho a una reciente reedificación, conservando no obstante su antiguo plan de nave única. Pero más que en esta iglesia hay que insistir en el santuario de Nuestra Señora del Valle, que ocupa uno de los más hermosos parajes de la Campiña, a corta distancia del pueblo. Ya hay constancia de este templo en el siglo XVI si bien la mucha veneración de la Virgen ha hecho que haya sido reconstruido en diversas ocasiones. En 1699 se fecha la portada con espadaña que hoy da acceso al patio y antigua casa del santero, lo que revela obras entonces realizadas en una primitiva ermita que a mediados del siglo XVIII se sustituyó por el magnífico templo actual, gloria y excelencia de la arquitectura barroca cordobesa. Este edificio se levantó gracias a la generosidad del sacerdote Miguel Vicente Alcaide y Lorite, realizándose sus obras entre 1747 y 1752, posiblemente con proyecto del importante artista cordobés Tomás Jerónimo de Pedrajas. La usual planta de cruz latina ofrece en este caso una especial configuración con su cabecera trilobulada bajo cúpula, destacando especialmente los brazos del crucero con sus juegos de curvas en planta y alzado, que incluso alcanzan a los casquetes gallonados de su cubierta, los cuales incluyen además unas grandiosas ventanas, recurso que también se puso en práctica en la famosa iglesia de la Merced de Córdoba. El bello efecto del edificio no sólo se debe a esos juegos de las estructuras sino también a una elegante decoración de carácter geométrico muy relacionada con lo ecijano que discretamente se lleva a las cubiertas y tribunas del coro. En suma puede afirmarse sin ningún temor a exagerar que esta ermita es una de las más bellas de Andalucía. Asoma al exterior con noble fachada de cantería rematada en frontón, incorporando portada con pilastras y culebreantes moldurajes, que en versión sencilla evocan los de la impresionante portada de San Hipólito de Córdoba, obra del mencionado Pedrajas.
ARQUITECTURA CIVIL
Testimonio elocuente del intenso pasado histórico de Santaella es el cinturón fortificado que parcialmente conservado rodea la Villa Vieja; obra musulmana efectuada en época almohade, a finales del siglo XII. Particular interés tiene el lienzo de muralla que asoma y domina la Plaza Mayor, principal centro urbano de la población. En él se ve una típica puerta de recodo con gran arco de herradura apuntado y cerca de ella un gran torreón prismático de tapial que con su vigorosa silueta preside esa plaza. En su frente principal se ve un gran vano recto con marco del característico motivo de "galleta" bajo arrabá de molduración gótica, lo que indica obras cristianas realizadas seguramente a principios del siglo XVI, quizá por Hernán Ruiz I.
Entre esa puerta y la torre se encuentra adosada una construcción barroca de manipostería con portada y balcones de ladrillo que fue la sede del antiguo Ayuntamiento, hoy establecido en un edificio vecino de reciente fábrica. También asoman a la Plaza Mayor otros inmuebles de interés como la vieja posada, que aún conserva una portada con dintel de marcadas dovelas, al parecer de comienzos del siglo XVII. De esta misma época es el portal de ladrillo del número 4 de la Corredera.
Junto a estos edificios debe mencionarse importantes casas señoriales, destacando sobre todo las que se
ubican en la céntrica calle del Paraíso hoy dedicada a Antonio Palma Luque. Su número 17 marca la llamada Casa de las Columnas, que fue construida entre 1730 y 1734 a solicitud de los hermanos Miguel Vicente y Juan Fernando Alcaide y Lorite, familia de las más importantes de Santaella y muy vinculada al Valle, según se ha visto. Constituye una grandiosa mansión dieciochesca cuya fachada preside una monumental portada con columnas y balcón superior que debió ser ejecutada por el conocido cantero de la época Cosme de Mier. Colindando con ella, el número 19 corresponde a otra grandiosa casa del XVIII con portada-balcón de ladrillo. Conserva el patio interior y una escalera abovedada con decoración de placados. Siguiendo por la misma calle se localiza el antiguo pósito, fechado en 1736, en el que destaca su portada de piedra blanca con decoradas pilastras a base de motivos geométricos.
Otras casas barrocas del siglo XVII que se conservan en la villa, además de algunas neoclásicas de cuidadas portadas, siendo ejemplos representativas la antigua mansión del conde del Albercón en un lateral de la Plaza Mayor, o el inmueble número 2 de la Corredera. En esta misma calle, el numero 8 señala una interesante construcción con ventanas y balcones decorados, de abolengo modernista.
ESCULTURA, PINTURA, ARTES DECORATIVAS
Retablos
Cuenta la iglesia de la Asunción de Santaella con retablo mayor acorde con la monumentalidad de su fábrica. Este fue realizado por Juan de Espinosa entre 1627 y 1631 si bien años más tarde, concretamente en 1648, Francisco de Vargas y Guzmán y Cristóbal Vela Cobo tuvieron a su cargo el reparo, pintura y dorado del mismo. Su máquina se estructura en banco, cuerpo con tres calles delimitadas por grandes columnas corintias y ático.
El gran nicho central está presidido por la titular del templo; sobre ella aparece el Calvario y coronando el conjunto el Padre Eterno. En las calles laterales vemos las efigies de San Acisclo y Santa Victoria y sendos cuadros en los que se representa a San José y a San Antonio Abad con San Pablo ermitaño. Ya en el coronamiento y en la prolongación del eje de las columnas exteriores están las esculturas de los santos paladines de la Iglesia: Pedro y Pablo. La iconografía del retablo de Santaella se completa con las pinturas de la Oración del Huerto y el Prendimiento, situadas en la predela. Basta contemplar esta obra para advertir el influjo que en ella ejerció el retablo mayor de la catedral de Córdoba. Dicha influencia no se reduce a la disposición general, a los elementos arquitectónicos y a la decoración de éstos pues se manifiesta incluso en la iconografía. El hecho de que las maderas del retablo santaellense se pintaran imitando mármoles confirma la intención de sus mentores de asemejar su aspecto al cordobés. No obstante la subdivisión de las calles laterales lo apartan del retablo catedralicio y lo acercan al mayor de la parroquial de Guadalcázar, realizado años antes por Felipe Vázquez Ureta.
En este mismo templo y adosado al muro que cierra el crucero por el lado de la epístola se yergue el altar del Sagrario, cuya máquina es incluso más espectacular que la del que preside la iglesia. Se trata de una obra aparatosa en la que las proporciones se sacrificaron en aras de la monumentalidad y por otra parte, el deseo de ostentación trocó la madera en mármol pero sin renunciar a la profusa decoración de los retablos lignarios. El resultado fue un conjunto pesado y rayano en la desmesura, fruto sin duda de la escasa pericia de sus artífices.
Según una inscripción que aparece en la mesa del altar este retablo se concluyó en 1749 pero su ejecución abarcó bastantes años de la primera mitad del siglo XV1II. Consta que en 1736 ya estaban hechas las imágenes. Fueron sus autores Alonso Pérez y Andrés Gallardo, quienes lo estructuraron en banco, cuerpo con tres calles delimitadas por columnas salomónicas de orden gigante y ático con gran hornacina flanqueada por estípites (Ver glosario más abajo).
Las esculturas están realizadas en piedra y componen una iconografía de exaltación eucarística acorde con el destino de la obra y en ella concurren Santo Domingo y San Antonio de Padua, a ambos lados del manifestador; los cuatro doctores de la iglesia latina, San Agustín, San Ambrosio, San Jerónimo y San Gregorio, sobre el entablamento; el sumo sacerdote Melquisedec en actitud oferente, que se aloja en la hornacina del ático y los bustos de Adán y Eva también situados en el coronamiento. Completan el mensaje algunos animales alegóricos, tales como el cordero, el león y el pelícano. En el tabernáculo, que es también de mármol, con columnas salomónicas y sin duda lo más bello y proporcionado de la arquitectura del conjunto, hay actualmente una buena talla de la Inmaculada, obra de mediados del siglo XVIII que procede de la desaparecida ermita de la Concepción. En otro tiempo estuvo en dicho lugar la efigie de San Francisco de Paula patrón de la población, que hoy está en el presbiterio de la iglesia.
También la retablística lignaria del Setecientos se halla magníficamente representada en la localidad gracias a los altares del santuario de Nuestra Señora del Valle. Estos se deben a los maestros ecijanos Juan y Bartolomé González Cañero, quienes los concertaron el día 1 de abril de 1750. Consta asimismo en dicha escritura que el arquitecto cordobés Tomás Jerónimo de Pedrajas introdujo algunos aditamentos en el pedestal y las cornisas. El mayor corrió a cargo de Juan González Cañero y los del crucero, que están presididos por San Joaquín y Santa Ana, fueron realizados por su hermano Bartolomé. Los tres son de estípites y sus plantas se adaptan al ritmo curvo de los muros que cierran las exedras en que se alojan. El revestimiento del cascarón del presbiterio es moderno ya que su hundimiento en los años cincuenta hizo necesaria su reposición.
En cuanto a la iconografía, la del mayor es manifiestamente mariana puesto que se concibió como atrio del camarín de Nuestra Señora del Valle. Preside la Virgen, que vuelve a aparecer en el ático abrazada a su prima Santa Isabel. A ambos lados, San José y San Ildefonso, el arzobispo toledano que se distinguió por su devoción a la Madre de Dios. Actualmente vemos en este retablo a San Francisco de Asís y a San Antonio de Padua, pero en su lugar debieron estar las imágenes de los padres de la Virgen - San Joaquín y Santa Ana - que hay en los altares del crucero. Varias efigies de ángeles en la cornisa, el intradós del arco del camarín y la peana de la titular aluden a la condición de Reina de los Angeles que la letanía lauretana le reconoce a María. Los retablos menores están coronados por San Miguel y San Rafael y como queda dicho alojan en sus hornacinas respectivas a los santos Joaquín y Ana.
Imágenes
La imagen más antigua de Santaella es sin duda la de Nuestra Señora del Valle que Pablo Moyano Llamas - que ha tenido la oportunidad de estudiarla sin postizos - considera obra de transición del románico al gótico. Se trata de una efigie sedente de 50 centímetros de altura que debió tener al Niño en su regazo según lo usual en las imágenes de su tiempo. Como tantas otras obras medievales fue retallada y se le acoplaron unos brazos para adaptarle los vestidos. El Cristo de la Vera Cruz, restaurado en 1985 por Miguel Arjona, parece obra de mediados del siglo XVI, tiempo en que se fundó la cofradía de este título en Santaella. Jesús, muerto y alanceado, pende de una cruz que aunque hoy es arbórea originariamente debió ser plana y cepillada. A gran altura y dentro de hornacina labrada en uno de los pilastrones de la parroquial hay una interesante talla de San Sebastián procedente de su antigua ermita, que muestra la pervivencia de las formas manieristas en la estatuaria cordobesa de principios del siglo XVII. Dicho arcaísmo se advierte igualmente en las imágenes del retablo mayor del mismo templo a las que ya hemos hecho referencia. Otras obras de esta centuria son el Cristo articulado que yace en la urna sepulcral, la efigie de San Francisco de Paula que debió tallarse hacia 1662 y Jesús a la Columna que se nos muestra amorosamente abrazado a un fuste alto según los modelos divulgados por el manierismo; estas tres imágenes se encuentran también en la iglesia de la Asunción.
De 1709 es una buena efigie de Santo Domingo de la iglesia de La Guijarrosa, que procede del antiguo convento dominico de La Rambla y tambien setecentistas, aunque más tardías, son varias imágenes de la parroquial. Es el caso de las referidas esculturas del retablo del Sagrario, de los ángeles turiferarios que flanquean la entrada a esta capilla, de los simulacros de San Francisco Javier y San Juan de Dios. ambos en el presbiterio y de la imagen de San José que preside un atractivo retablo de estípites de la segunda mitad de esta centuria ubicado en la nave del evangelio.
Si exceptuamos las efigies de San Francisco de Asís y San Antonio de Padua la imaginería que puebla los comentados altares del santuario del Valle e incluso los ángeles lampareros que flanquean el presbiterio del templo recuerdan los modelos de Pedro Duque Cornejo; ello pone de manifiesto la proyección del arte del gran escultor sevillano - éste se ocupaba en tallar los tableros de la sillería de la catedral de Córdoba cuando se erigieron dichos retablos - en el quehacer de los autores de los mismos. Colgadas en los muros de esta iglesia hay una serie de urnas doradas de gusto rococó que contienen pequeñas imágenes datables en la segunda mitad del siglo XVIII, cuyos asuntos son: aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua, Dolorosa, la Virgen entregando el rosario a Santo Domingo, el Niño como pastorcillo, Cristo en el regazo de su Madre entre San Juan y la Magdalena y San Francisco de Paula.
Entre las imágenes de nuestro siglo merecen reseñarse las de la cofradía nazarena; de ellas las de San Juan, la Magdalena y la Verónica se compraron en Vitoria en 1927. El Nazareno recoge la tradición sevillana y es obra de Vergara Herrera de 1940. Esta imagen vino a sustituir al Jesús viejo, llamado de las Penas, que está en la iglesia de La Guijarrosa. A este mismo templo pasó la antigua efigie de la Magdalena que ha sido transformada para representar a la Virgen de los Dolores.
Pintura
En 1648 se celebra concierto por parte de Cristóbal Vela Cobo y Francisco de Vargas y Guzmán para dorar, estofar imágenes y pintar lo que queda del retablo mayor de la parroquia de la Asunción, realizado por Juan de Espinosa motivo por el cual sus pinturas se vienen atribuyendo al primero de ellos. Son éstas, en técnica de óleo sobre lienzo pegado en tabla, un Prendimiento de Jesús con la escena de San Pedro cortando la oreja y Jesús orando en el Huerto de Getsemaní en el banco, un San José con el Niño más otra escena que representa la Visita de San Antonio Abad a San Pab/o ermitaño en los registros superiores de las calles laterales. La puerta del sagrario la ocupa un San Pedro en cátedra.
A ambos lados del frontal del presbiterio, completando el programa inmaculadista del retablo y ocupando el resto de la superficie del gran muro absidal, se aparean cuatro lienzos que representan respectivamente una Virgen con el Niño, dos santas mártires, los Desposorios de María y José y la Presentación de María en el templo. En especial los dos últimos se relacionan igualmente con la obra del pintor de origen jienense Cristóbal Vela Cobo (1588-1654), que en esos momentos estaba trabajando en Córdoba al servicio del obispo Pimentel, cuyos escudos campean sobre los roleos superiores de la máquina lignaria.
Además de algunos otros lienzos del XVII que aún existen en el templo - entre los que se pueden señalar un Santo Entierro - destaca también el conjunto mural que decora el hueco donde se aloja el marmóreo retablo de la capilla del Sagrario, obra contratada por Alonso Pérez hacia 1734. En él, un repertorio fitomorfo anudado en guirnaldas desciende desde la clave por el exterior del arco para entroncar con sendos pilastrones rematados por Virtudes que presentan en sus respectivos centros medallones con bustos de Santo Domingo y Santa Clara. Por lo demás, diversos testigos revelan que hacia mediados del XVIII la zona interior del gran espacio central debió estar decorada con pinturas.
Algo más tarde debió realizarse la decoración mural del camarín de la Virgen del Valle, situado tras el retablo que para su templo realizaran hacia 1750 los ecijanos Juan José y Bartolomé Cañero, siguiendo el gusto de situar motivos fitomorfos con flores de lis y angelotes en zona de gloria. No debe extrañar por esa razón que en su sacristía quede también una representación en lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Ecija.
Guarda también el santuario del Valle un curioso repertorio de cuadritos populares de los siglos XVIII y XIX entre los que sobresale el Retrato del presbítero Miguel Vicente Alcaide y Lorite, impulsor de la obra arquitectónica desde 1752, que fue costeado a su muerte - ocurrida en 1779 - por sus sobrinos. Es la primera de un conjunto de quince tablitas y tres lienzos votivos situados en la escalera de subida al camarín, en los que se representan diversos episodios relacionados con los milagros de la titular todos ellos realizados entre mediados de la centuria del XVIII y la del XIX.
Similar cronología se le puede otorgar igualmente al conjunto que decora el interior del templo, en el que destacan una copia de la Virgen de la servilleta, de Murillo, un Ecce-Homo, una Virgen del Carmen, un Jesús Niño y San Juanito con cordero y una Huida a Egipto, muy cercana ésta al estilo del cordobés J. Jiménez.
Orfebrería
La parroquia de Nuestra Señora de la Asunción posee una serie de piezas de platería que nos muestran la perfección alcanzada por los orfebres cordobeses. Es una lástima que, al igual que en otras poblaciones de la provincia estas obras estén ocultas por motivos de seguridad.
La pieza más antigua de dicho patrimonio es un cáliz con abundante y primorosa decoración plateresca realizado en el siglo XVI por Diego de Alfaro. Pero la obra estelar de la platería de Santaella es, sin duda, la custodia procesional de plata en su color y sobredorada ejecutada por Antonio de Alcántara en 1656, como reza la inscripción que la rodea. Es de estructura arquitectónica con apliques de esmaltes y decoración de grutescos, relieves y esculturas que realzan las líneas de esta bella obra renacentista.
A la época de máximo esplendor de la platería cordobesa, es decir, al siglo XVIII corresponden las puertas del sagrario obra de Bernabé García de los Reyes, el más destacado artífice de la primera mitad de la centuria. En ellas llama la atención la suave decoración de hojarasca barroca que circunda el relieve de la Santa Cena. En la segunda mitad del siglo las formas barrocas se desbordan y adquieren mayor movilidad y relieve en las manos de Damián de Castro, que introduce asimismo la rocalla como apreciamos en la cruz parroquial, el portaviático y el cáliz dorado. Antonio de Santacruz, maestro señero de finales de la centuria, es el autor de un copón dorado, rococó, de gran belleza. Asimismo es de destacar el resplandor de la Virgen del
Valle, obra de Juan de Aguilar de 1799. Completan este patrimonio una custodia con sobredorados, un portapaz y seis candeleros del siglo XIX.
Cantería
El púlpito barroco de jaspe rosa, con embutidos en mármoles negros y blancos se alza sobre un pie con cuatro leones y un vastago bulboso. La caja presenta medios relieves con las efigies de San Andrés, San Pablo, San Juan y escudo del obispo Siuri. Esta obra fue realizada por Alonso Pérez en 1749.
Órgano
El órgano de la parroquial de Santaella es de una gran sencillez decorativa, policromado en rojo y oro y fechable a principios del siglo XIX. A él se accede por una portada de escayola, simulando mármoles, que le sirve de basamento.
Madera
Santaella posee dos coros dieciochescos muy bien conservados. Uno de dieciséis sillones en la parroquia de la Asunción, de doble respaldo, con sencilla decoración geométrica y coronamiento fitomórfico. El otro, que está en el santuario de la Virgen del Valle, es de dieciocho sillones más el central, que destaca del conjunto y tiene una pintura de San Miguel; presenta decoración vegetal en los respaldos y de tornapuntas y rocallas en el coronamiento.
GLOSARIO DE TÉRMINOS ARQUITECTÓNICOS